Cuando De Guindos,
Montoro y la ministra Báñez declaraban, todos a
una, que la crisis económica estaba ya a punto de pasar a
mejor vida, llegó el Fondo Monetario Internacional y nos
dijo que nanay de la China. Que los españoles estamos
condenados a pasarlas canutas hasta no sé cuándo. Lo cual
significa que los parados seguirán aumentando a la par que
hambre y miseria se irán extendiendo por doquier como
compañeros de desgracia.
A semejante drama, el del paro, y sobre todo el de las
personas que, cumplidos los cuarentas años, de ahí para
arriba, se han quedado sin empleo y sin apenas posibilidades
de volver tener un puesto de trabajo, con lo que ello
significa, hay que sumarle, por si fuera, poco la crisis de
los partidos políticos y, sobre todo, de los dos que vienen
partiendo el bacalao desde hace ya bastantes años: PSOE y
PP.
La crisis de los socialistas, crisis del desgaste por no
haber sabido atajar a tiempo la ruina que se nos venía
encima, causada por ladrones de cuello duro, y que están
sufriendo en sus carnes quienes carecían de culpas, y crisis
de la corrupción, debido al escándalo mayúsculo de los ERE
andaluces, han coincidido en el tiempo con el ‘caso
Barcenas’.
No hace mucho tiempo, apunté que la corrupción es el síntoma
de una enfermedad del Estado, pero también del cuerpo
social; egoísmo evidente que lo contamina todo. Porque robar
parece más que probado que está bien visto siempre y cuando
se eludan las responsabilidades jurídicas. Ya que las
responsabilidades morales apenas influyen actualmente.
Los hay que vienen sosteniendo, desde hace muchos años, que
buena parte de esos males que nos aqueja arranca de los
partidos políticos y de su falta de democracia interna, lo
cual se reflejaría en la sociedad. Y tampoco han dudado,
ahora menos que nunca, lo cual suele ocurrir en tiempos de
crisis, en bramar contra la partitocracia.
Se me viene a la memoria, en estos momentos de incertidumbre
y pesadumbre, cuando Antonio García-Trevijano, años
atrás, estimaba que había que cambiar de Régimen, porque
éste, más que democracia era una oligarquía de partidos. Ya
que la ley electoral, el sistema de listas, la misma
Constitución (que entrega el poder del Estado a los
partidos), hace que el ciudadano, al final, no pueda elegir
nada.
Sí, claro que hay libertad de expresión y libertad de
asociación, pero no hay libertad política. De ahí que los
ciudadanos no puedan elegir ni deponer a sus gobernantes; lo
único que esta a su alcance es plebiscitar unas listas que
hacen los jefes de su partido desde sus cúpulas.
Apremia, pues, arreglar la situación de los partidos con el
fin de contener esa aversión hacia los políticos, que no
cesa, por parte de los ciudadanos. Antes de que éstos
comiencen a pensar en utopías angelicales. Partido único:
fascismo, comunismo o cualquier otro ismo dictatorial que
nos haga volver a las cavernas.
Ahora bien, lo que verdaderamente urge, en estos momentos,
es que los jueces pongan en el lugar que les corresponde a
los culpables en los ERE y en el ‘caso Barcenas’. De no ser
así, y mucho más en los tiempos que corren, duros como el
pedernal, mucho me temo que podría ponerse de moda la frase
aquella que logró vida en la boca de Antonio Cánovas
del Castillo: “Son españoles los que no pueden ser
otra cosa”.
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