El 14 de abril, aniversario en
España de la II República, salía puntualmente de El Cairo en
un impecable vuelo de EgyptAir, lleno de desazón y con mi
bloc de notas cargado de interrogantes entre las que
sobresalía, rodeada de un círculo rojo, la siguiente
anotación: “¿Se desliza Egipto hacia una guerra civil?”?. De
todos mis entrevistados en diez intensos días a caballo
entre el turismo y la investigación sobre el terreno, solo
el secretario accidental del papa copto Tawadrous II, el
sacerdote Macari Habib, el obispo católico Antonios y un
alto responsable de la Universidad de El Azhar, Mohamed Azab
(quien me enfatizó “el respeto a la cultura de la diferencia
y el espíritu del diálogo”) se mostraron prudentes y
forzadamente contenidos en sus declaraciones.
El resto de la sociedad civil egipcia, decenas de musulmanes
de a pie, intelectuales comprometidos con los derechos
humanos (mi encuentro en Alejandría con los abogados Mohamed
Ezz El Regal, Hamdi Jalaf y Salwa Besher fue esclarecedor),
periodistas y veteranos guías turísticos profundamente
conocedores del país, como el profesor Ahmed Selim,
avanzaban la posibilidad de un enfrentamiento fratricida no
dándole al ya ex presidente Mursi más allá del verano. Así
ha sido. La amenaza islamista representada por los Hermanos
Musulmanes la tenía también presente uno de los mayores
expertos sobre los mismos (“El lema de su escudo es ya
premonitorio de su comportamiento”), según comentaba en su
cargado despacho lleno de libros el jesuíta Wiliams Sidhom,
recordándome que en la exitosa revuelta de 2011 contra el
régimen de Mubarak “la vergonzante y cobarde ausencia de los
Hermanos Musulmanes fue clamorosa”.
Y si no hace tanto adelantaba las manifestaciones, previstas
para finales de junio, en la que millones de egipcios
salieron a las calles contra Mursi, al día de hoy lo que me
afirman por teléfono desde El Cairo no es otra cosa que la
“forzosa maniobra de última hora del ejército egipcio a fin
de evitar una mayor fractura social”, así como “los
continuados intentos de Mursi y los Hermanos Musulmanes para
infiltrar con sus militantes todas las instituciones de la
República, mientras fuerzan la mano intentando la
islamización radical de la sociedad”, añadiendo: “Solo el
ejército puede evitar la guerra civil”.
Según parece, Mursi y los suyos habrían ido demasiado lejos
y demasiado rápido ignorando que, en una contienda política
democrática, la victorial electoral ni legaliza ni legitima
el intento posterior de una vuelta de tuerca para, desde
arriba y a través de un golpismo larvado, imponer las bases
de un régimen autoritario que destruya la vida democrática.
Eso lo hizo Hitler en Alemania en 1933, tras ganar las
elecciones y era la estrategia oculta del Frente Islámico de
Salvación (FIS) en Argelia en 1991, abortada por el
ejército; la posterior guerra sucia es otro asunto. Y en
Egipto, el nombramiento por Mursi como gobernador de Luksor
de Adel Mohamed Al Jatay, uno de los terroristas implicados
en el atentado en esta ciudad de 1997 (62 personas
asesinadas, 58 de ellas turistas) y cofundador del grupo Al
Yamaa Al Islamiya, fue la gota que colmó el vaso.
Sobre el valle del Nilo planean tres interrogantes: primero,
el alcance de la infiltración de los Hermanos Musulmanes en
el seno de las fuerzas armadas; segundo, la cantidad y
calidad del armamento escondido en zulos por los mismos a lo
largo del país; y tercero, la capacidad de su franquicia de
Hamás para, desde los territorios palestinos de Gaza,
“ayudar” con el envío de activistas curtidos en acciones
terroristas para desestabilizar Egipto. Al fin y al cabo, si
los Estados Unidos dejaron caer a Mubarak fue por la
negativa radical de éste a permitir el descabellado proyecto
norteamericano-saudí relativo al asentamiento de centenares
de miles de palestinos en el Sinaí, que habría recibido por
el contrario el visto bueno y la simpatía de Mursi y su
radical fraternidad. Inquietante proyecto que, según me
insisten, “tampoco contaría en absoluto con la luz verde de
la cúpula de nuestras fuerzas armadas”.
Por lo demás, la respuesta preventiva del ejército (sin duda
la institución más valorada por los egipcios) es sin duda un
aviso para el islamismo radical y extremista dentro y fuera
del país: de Turquía a Marruecos, pero supone
fundamentalmente un toque de atención al tunecino Ghannouchi
y su ambivalente movimiento Ennahda.
El jueves 4, la entrada y salida de Rabat desde el norte
fluía entorpecida por las obras en el Bouregreg. Y el
ambiente en la capital del Reino (que suele competir en
verano con Tetuán) tampoco estaba para tirar voladores.
Desde el ministerio de Asuntos Islámicos y Habús, el
ministro “bouchichiya” Ahmed Toufiqh ha decidido estos días
el cierre de las oscurantistas Escuelas del Corán y de la
Sunna, dirigidas por el desprestigiado jeque salafista
Mohamed Maghraoui (el ministro de Justicia, Mustafa Ramid,
ya ha adelantado que la decisión “es inaceptable” ) “por no
funcionar en conformidad con las reglas de la enseñanza
oficial tradicional”; la grave crisis política en la que
está inmerso el gobierno Benkirán atenaza la vida de un
Marruecos en el que, únicamente la Corona y las FAR, son
percibidos como símbolo de estabilidad.
El cierre de las escuelas de Magrhaoui ha sido duramente
contestado no solo por los jeques salafistas recientemente
integrados en el Partido del Renacimiento y Virtud (PRV):
así, Abou Hafs se atreve a comentar que “este género de
decisiones empujan a los jóvenes hacia el extremismo” (¡!),
mientras también se han levantado chispas en el seno de los
islamistas parlamentarios del Partido de la Justicia y el
Desarrollo (PJD), además del ministro Ramid. En cuanto a
Egipto y aunque el titular del ministerio de Exteriores y
Cooperación, mi respetado amigo el doctor El Othmani se
encuentra de visita en Austria, fuentes del partido de la
Lámpara me muestran su honda preocupación por el
“derrocamiento ilegal” de Mursi y sus Hermanos Musulmanes,
“un golpe de Estado en toda regla, no hay duda”. Tras
comentar la situación en Turquía y el Magreb, mis contactos
en el PJD no dudan en señalarme que “más tarde o temprano
nos tocará a nosotros.
Lo de Chabat y el Partido del Istiqlal (Benkirán estaría a
la espera de la inmediata dimisión de los ministros
istiqlalíes) es solo el comienzo, en Marruecos el poder ni
ha aceptado ni digerido nuestra clara victoria electoral”.
En verdad, quito hierro a estas palabras: el PJD en el
gobierno está cumpliendo escrupulosamente con las reglas del
juego. En todo caso y extrapolando el conocido refrán
español… “Cuando las barbas del faraón Mursi veáis cortar,
islamistas de Turquía y el Magreb: ¡ya podéis ir poniendo
las vuestras a remojar!”. Es solo un pálpito. Mientras,
analistas musulmanes y occidentales coinciden al advertir
que, sin la base ideológica previa del islamismo radical y
la predicación extremista, no hay terrorismo yihadista. Y
esto es válido para El Cairo y Argel, Estambul o Trípoli,
Túnez o Rabat… Ceuta y Melilla. Visto.
|