El ego desmesurado lleva a la envidia desmesurada, y la
envidia desmesurada lleva al odio sin medida. No lo curan
los años. Se manifiesta cuando cualquier movimiento
alrededor se interpreta como un ataque o como una amenaza. A
veces surge como la forma más tormentosa de defensa propia,
y adopta el aire de la deslealtad sin paliativos. Quien lo
practica considera en ese momento que se está comportando
así porque es un sujeto digno, respetuoso con su propia
responsabilidad. Él es justo. Probablemente el más justo.
El ego desmesurado no tiene límite. Descuida el recuerdo,
actúa sin tener en cuenta la propia historia, desdeñando
también la historia ajena, de modo que desdeña lo que hizo
mal y olvida lo bueno que recibió de otros. En ese momento
no ve, en su hoja de servicios, sino cualidades positivas,
está feliz de haberse conocido y lo que le extraña es que no
le reconozcan los beneficios que esparce. En medio de la
tormenta generada por el ego desmesurado, el que lo padece
actúa como el llanero solitario o como el que asume que ya
está solo ante el peligro. Mira alrededor y dice: “Pero ¿no
saben quién soy?”. En un momento de su exabrupto
desenfundará y les recordará a todos que él es único de su
clase que lo hace bien, y dictará lecciones públicas. Antes
habrá lanzado en privado sus indirectas, pero cuando
vislumbra que esos avisos no bastan se sube a la silla, para
advertir. Después de decir eso tan coloquial, “me van a
oír”, en efecto se deja oír. Se deja oír para armarla, y ya
cuando alrededor regurgitan sobre lo que ha dicho, él se
sienta hacia atrás en su asiento: “Se han enterado”.
El presidente Vivas es uno de los que lleva tiempo teniendo
episodios bastante naturales de este tipo de afecciones del
ego. Se ha convertido en un hombre que se defiende atacando,
a este periódico, por ejemplo, desde la perspectiva de su
propia razón. El otro, en este caso ‘El Pueblo’, no tiene
razón, ni información, es además insidioso, “esta gente
tiene que estar a mi cargo, se estan equivocando, lo están
haciendo mal, y aquí estoy yo para decirles cómo hay que
hacerlo”. Se van a enterar ...”. Y efectivamente la arma.
Pero, ¿acaba ahí el efecto desmesurado del ego? No, el ego
es una huella similar a la del colesterol: si no haces
ejercicio, aumenta, y en este caso no se trata de hacer
gimnasia física tan solo, se trata de oxigenar la mente para
que en esta entren miligramos de autocrítica, concepto del
que el presidente Vivas carece en la actualidad. Su ego
parece no tener cura, y se vislumbra un nuevo episodio en el
puede armarla muy gorda y arrastrar a todos los que están a
su lado. A aquellos a los que él, en el fondo y sentado como
en un saloon, considera inservibles. No lo dice públicamente
pero lo tiene escrito en una libretita que en cualquier
momento sacará de su armario ropero. Solo hay que esperar.
Cuando un presidente decide amontonar la ropa sucia en casa,
la porquería termina saltando por la ventana con estruendo,
ensuciando de forma irreparable a todos. El ego desmesurado
que le está afectando, hace que Vivas olvide que la cuña que
ahora él martillea era de su propia madera.
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