Coincidiendo con el primer sábado
de julio, fecha en la que se proclamó por parte de la
Asamblea General de Naciones Unidas, el día internacional de
las cooperativas, se me ocurre hacer las siguientes
reflexiones. Para empezar, el título del tema de este año no
puede ser más sugerente: “la empresa cooperativa se mantiene
fuerte en tiempos de crisis”. En el fondo, todos poseemos
una fortaleza que nos mantiene vivos, a pesar de las
dificultades. Ya se sabe, todo aquello que no mata, siempre
fortalece. Y el cooperativismo, precisamente, lo que activa
son formas de integración, de unidad y de unión, que se
agradecen, sobre todo en un momento de tantos aprietos, en
el que el desempleo ha alcanzado un nivel sin precedentes
por todo el planeta.
Verdaderamente, las cooperativas son una muestra de
ejemplaridad, van más allá del afán de lucro, desarrollan
estrategias de viabilidad y autoayuda, métodos justos de
distribución, crean sistemas de mercado y abastecimiento con
la participación ciudadana, jugando un papel transcendental
sobre todo en tiempos de declive o retrocesos. Por ello,
pienso que tenemos que impulsar mucho más las cooperativas.
Sin duda, la recuperación mundial sería más rápida si
contásemos con el movimiento cooperativista, basado su
estándar empresarial en valores y no en las exigencias de un
capital al que no le interesa para nada el ser humano como
sujeto pensante.
A mi juicio, la actual crisis financiera, en parte, es
producto de la dominación absoluta de los mercados, del
poder de un modelo en el que se privatizan las ganancias
mientras se socializan, entre la clase más humilde, las
pérdidas. Estoy en contra del engaño permanente de un modelo
capitalista injusto que no entiende nada más que de
acrecentar las diferencias entre ricos y pobres, de fomentar
la exclusión y de promover el retorno al servilismo y a la
esclavitud. En cambio, una empresa cooperativa es,
sencillamente, una búsqueda colectiva de sustento, que
intenta humanizar los resultados con un reparto equitativo.
Pero, por desgracia, hemos ido construyendo un sistema que
considera el beneficio como algo vital, cuando lo
fundamental es que pongamos todo al servicio del ciudadano,
incluida la propia economía.
Considero, pues, que todavía tenemos mucho camino por
recorrer ante los males de un sistema de producción
inhumano, que no entiende de solidaridades en el campo del
trabajo y tampoco de diálogo. Realmente, todo suena a
especulación. Los adinerados tienen un poder inmune e
inmenso, frente a todo y frente a todos. No se puede
consentir este dominio absoluto. Se deben promover otros
modos y maneras de actuar y de vivir. Hoy, el capitalismo de
mercado, juega con el ser humano como jamás. Su amenaza más
grande proviene de su propia manera de actuar. En todo caso,
algo que no puede promover la prosperidad y la justicia para
todos, no tiene mucho sentido que continúe.
Por consiguiente, hay que buscar nuevas fórmulas para un
mundo global, y el cooperativismo, centrado en las personas
y entendido como expresión económica de la democracia, puede
ser una ventana a la luz.; no en vano, busca desarrollar al
ser humano en los valores de la cooperación, de la igualdad,
de la justicia, del respeto y del trabajo conjunto. En
consecuencia, debemos alentar a los gobiernos a crear mayor
conciencia ciudadana sobre la contribución de las
cooperativas al desarrollo humano y, por ende, al logro de
una globalización más justa, creando oportunidades para
todos. De ahí, que una política de apoyo sólo puede traer
consigo progreso, y, cómo no, un impulso claro al fomento
del empleo de calidad que tanta falta nos hace hoy en día.
Dicho lo cual, y a mi manera de ver, las alianzas con el
movimiento cooperativo deben ser más constantes,
principalmente para la erradicación de la pobreza y para que
las desigualdades disminuyan. Dicho queda.
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