Ayer por la mañana me reuní con
una persona con la que tenía que hablar de algo que nos
compete. Y, tras los cambios de impresiones correspondientes
al caso que nos ocupa, le hice ver, una vez más, que hay
individuos que son traidores por naturaleza.
Tipos ingratos, viles, infames, que suelen dárselas de
cabales cuando no dejan de ser más falso que Judas. Que es
la comparación más acertada que uno puede hacer de quienes
viven de la mentira por sistema.
Vivir de la mentira es tarea que exige tener una cabeza
amueblada. De no ser así, más pronto que tarde quien se
atreva a contar trola, tras trola, será descubierto y
acabará siendo reo del descrédito. Desgraciadamente, le digo
a mi interlocutor, que la política sí es ese quehacer sucio
y mediocre que cree tanta gente que sirve a los pillos para
enriquecerse y a los vagos para sobrevivir sin hacer nada.
Mario Vargas Llosa, galardonado con el premio
Convivencia de Ceuta, decía días atrás en su última ‘Piedra
de Toque’, que la política es una actividad que puede
mejorar la vida, reemplazar el fanatismo por la tolerancia,
el odio por la solidaridad, la injusticia por la justicia,
el egoísmo por el bien común y que hay políticos que dejan
el mundo, el país, mucho mejor de lo que lo encontraron.
Menos mal que no le dio por acordarse de nuestro alcalde. De
haber sido así, habría dado más grande petardo que
Casillas en Maracaná. Que es ejemplo tan socorrido como
hecho a la medida para que se me tache de redoblar el tambor
sin ningún tipo de miramiento.
Nuestro alcalde ha dado en la manía de atentar continuamente
contra quienes no debe. Tal vez porque su gran amistad con
el líder de la coalición Caballas le está haciendo
desvariar. Perder la chaveta. Desnortarse. Y, perdida la
personalidad, solo le queda ir dando palos de ciego. Y
llegará un momento en el cual se ahorque con su misma soga.
Nuestro alcalde lleva muchos años sentado en el sillón del
poder omnímodo. Rodeado de un clientelismo que lo adula por
sistema y que le susurra halagos que lo ponen en trance a
cada paso. Con lo cual se pasa los días viviendo en otro
mundo. Está, como decía no ha mucho un político de
Algeciras, caprichoso, antojoso, extravagante, arbitrario,
ridículo…
Hecho un Nerón de la cosa y del cual hay que hacerse a la
idea de que todos los ciudadanos dependemos de cómo se eche
abajo de la cama. El problema es que hay ciudadanos a los
que incluso trata de cebarse con ellos hasta cuando tiene un
día bueno. Y entre esos ciudadanos nos podemos contar
nosotros. Los que hacemos este periódico.
Ahora bien, a lo mejor se me ocurre contarle cualquier día a
nuestro alcalde lo que ideé yo contra un presidente de un
club de fútbol que se comportaba conmigo de la misma manera
que él lo está haciendo con este medio. Y cuando lo haga,
tras pedir la venia a quien debo, seguramente entenderá los
porqués ha de dejarse ya de inventarse maldades para
demostrar que es más importante que el inventor de la
penicilina.
El inventor de la penicilina, mi admirado Alexander
Fleming, está muerto. Y nuestro alcalde, por más que se
crea que es el centro del universo, cualquier día la diña y
se le pone color de cirio. Que es el fin que nos espera a
todo. Pero nuestro alcalde parece que no se entera. Que es
signo evidente de torpeza. Con su pan se lo coma.
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