La detención de los presuntos
yihadistas, fechas atrás, hizo que las opiniones se
sucedieran y hasta hubo el consiguiente enfrentamiento
verbal entre políticos y una muy principal autoridad: el
Delegado del Gobierno. Los enfrentamientos verbales tienen,
además de mala sombra, un peligro incalculable. Normalmente,
suelen acabar como el rosario de la aurora. Comparación a la
que echo mano para que no me llamen catastrofista.
La disputa no se debió producir nunca entre personas
responsables e inteligentes. Es lo primero que se me vino a
la mente y por tal motivo me abstuve de emitir mi parecer
cuando la bronca entre partes había alcanzado más
temperatura que la famosa gata sobre el tejado de zinc.
Ahora bien, si alguien me hubiera preguntado, entonces,
cuando la olla de presión de las detenciones estaba en su
máximo apogeo de calor, seguramente habría roto una lanza a
favor de Francisco Antonio González: Delegado del
Gobierno en esta tierra y, por tanto, comprometido hasta las
cachas con que los ciudadanos gocen de toda la seguridad
posible.
Sí, no habría tenido el menor inconveniente en ponerme de
parte del delegado. Aunque tampoco habría dudado, de
habérseme presentado la ocasión, en achacarle precipitación
en la condena a los dirigentes de la coalición Caballas por
un silencio tal vez calculado; tras sopesar ellos que
nuestro alcalde, debido a que estaba enfrascado en tareas de
vuelta al ruedo y devolución de prendas en la Feria de
Algeciras, no iba a decir ni mu del asunto. Cual ocurrió. Y
no hay que darle más vuelta al comportamiento.
No obstante, yo esperaba que tras la tempestad llegara la
consiguiente calma, como no podía ser de otra manera, y
avizorando unas fotografías en las que González Pérez y
Juan Luis Aróstegui dialogaban durante el acto de cambio
de poderes en la consejería de Economía y Hacienda,
celebrado en el salón apropiado del edificio municipal,
vislumbré la paz momentánea al respecto.
Por más que, cuando se trata del líder de Caballas, uno
tiene siempre la impresión de que las decisiones tomadas por
éste son tan imprevisibles como inoportunas. Lo cual no
quiere decir que no se haya dado cuenta de que su forma de
comportarse traspasa a veces la linde de lo permitido. No
por la ley. Sino porque en esta tierra conviene, por encima
de todo, no provocar situaciones de riesgo por el mero hecho
de obtener un puñado de votos que a nada conducen.
Por consiguiente, bien haría el líder de Caballas, Aróstegui,
en ser responsable a tiempo completo y, desde luego, en
acogerse a ese bien pensar del cual ha presumido siempre. Es
decir, que la prudencia y la inteligencia solicitada por el
sindicalista a quienes rigen los destinos de Ceuta, también
han de ser exhibidas por él.
Cuánto mejor les iría a todos los ceutíes, al margen de
raza, religión, ideas y condición, si los políticos pusieran
a contribución de la causa el mejor pensar y sensatez a
raudales. La causa es el mejor servicio a los ciudadanos. A
todos los ciudadanos. Y, por supuesto, convendría cuanto
antes que dejaran de hacer uso y abuso de los muchos
problemas existentes en El Príncipe para dirimir sus
discrepancias.
De no ser así, habrá que creerse lo que dicen las personas
que conocen los problemas del lugar, de cabo a rabo. Y a uno
solo le cabría anunciar que apague la luz el último.
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