Con Guillermo Martínez he
hablado yo una vez. Una sola vez. Y, por más que he querido
hacerme a la idea de cómo es cual persona, jamás me atreví a
hacer su etopeya: descripción de su carácter, inclinaciones
y costumbres.
Pero, dada su manera de andar, de hablar, y de su
comportamiento huidizo, siempre tuve la sensación de que era
una persona muy necesitada de apoyos para poder desempeñar
su tarea política. Que no le bastaba con el asesoramiento de
los suyos. De su padre, concretamente.
Guillermo Martínez, que formó parte del GIL, en su momento,
ha vivido en la cresta de la ola, como gobernante, durante
varios años, gracias a esa predilección que nuestro alcalde
siente por quienes son hijos de sus amigos. Y el padre de
Guillermo Martínez, abogado reputado, lo es de Juan Vivas.
Lo cual no quiere decir que GM carezca de méritos. Incluso
que sean muchos; posiblemente más de los que creamos quienes
carecemos de relaciones con él. Aunque también es cierto que
estuvo desacertado despreciando por sistema a quienes no
debía. Actitud siempre funesta y que en esta ciudad acaba
perjudicando gravemente a quien adopta esa postura.
En esta ciudad, pequeña y marinera, como gusta de airear
nuestro alcalde, escupir por un colmillo es gana de
exponerse a que alguien termine haciéndose tirabuzones con
la fanfarronada. Y qué decir si la jactancia estuvo
encaminada a gritar a voz en cuello que nuestro medio estaba
condenado al cierre. Sí, al cierre; porque así lo deseaba el
consejero de Economía y Hacienda y portavoz del Gobierno.
En aquel momento, tras comprobar que la amenaza de GM era
cierta, comprendí que éste se había metido en un lío
morrocotudo. Del que le iba a costar lo indecible salir
ileso. Máxime cuando quien escribe sabe sobradamente cómo se
las gasta Juan Vivas. Y dije para mí: ¿cómo es posible que
este muchacho, GM, haya podido cometer tal desatino?
Y llegué a la siguiente conclusión: el portavoz del Gobierno
y consejero de Economía y Hacienda ha obrado a lo loco. De
manera tan imprudente como irreflexiva. Así que a partir de
este momento principiará a sufrir en sus carnes las
consecuencias de un modo de actuar basado, mayormente, en la
aversión que siente hacia quienes hacemos posibles que
nuestro periódico salga a la calle todos los días.
Bien es cierto que tampoco comprendí que un muchacho, como
él, tan preparado y tan bien asesorado por parte paterna,
hubiera desatinado diciendo que este medio iba a ser
condenado al averno. Que es lo que se nos auguraba si acaso
se cumplían los malos augurios del diputado GM acerca del
devenir de nuestro periódico.
A partir de ese momento, tan desgraciado en su carrera
política, a GM se le fueron acumulando los disgustos. Los
que se iban sucediendo sin solución de continuidad. Y uno,
curtido ya en mil batallas, principió a entrever que el
diputado Martínez empezaba a ser una rémora para el gobierno
y para el partido. Y dije, entre bastidores, a quien debía,
que el diputado Martínez estaba quemado. Quemado y, lo que
era peor aún, desquiciado. Quemado, sin duda alguna, porque
había ido demasiado lejos contra un medio. Sin razón alguna.
Y desquiciado, naturalmente, porque Aróstegui lo ha venido
flagelando por detrás. Guillermo Martínez ha hecho bien en
darse el piro. Le deseamos suerte.
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