Tras las detenciones de varios
presuntos yihadistas (utilizo este término, aun a sabiendas
de que el yihad, habitualmente traducido por “guerra santa”,
se presta a interpretaciones), llevadas a cabo por fuerzas
conjuntas de la Policía Nacional y la Guardia Civil, Ceuta y
Melilla han vuelto a ser noticia en todos los medios
peninsulares.
Lo cual ha servido, una vez más, para que familiares y
conocidos hayan decidido hacerme la llamada telefónica de
rigor en estos casos a fin de saber más de un asunto que a
mí me ha causado la justa preocupación. La misma que llevo
teniendo desde que un día decidí establecerme para siempre
en una ciudad que supo conquistarme con enorme celeridad.
Desasosiego que aparece en momentos como los actuales pero
que desaparece en cuanto la noticia se va difuminando. Y,
sobre todo, porque quien viva atenazado por el miedo acaba
siendo víctima de ese temor. Mis palabras hacen que mis
interlocutores entiendan que la tranquilidad reina en la
ciudad.
Cuando se habla de que Ceuta está habitada por varias
culturas, pocos son los que tienen en cuenta que semejante
variedad es siempre conflictiva. Porque si ya es difícil
vivir entre personas pertenecientes a la misma comunidad,
qué no será cuando se trata de ordenar las relaciones entre
el hombre y sus vecinos –cómo vivimos en sociedad-, cuando
cada grupo tiene necesidades y costumbres diferentes.
No debemos olvidar que la cultura configura la visión de la
vida y de sus etapas, de nuestros ancestros, de los dioses,
la relación con la naturaleza, e incluso las bases de los
diferentes sentidos de la autoridad. O las diferencias de
trato a mujeres y hombres; o a la manera de abordar la
homosexualidad o el aborto. En todo caso, los hay que saben
mucho del tema y dicen que la cultura es siempre algo
cambiante e híbrido.
Quien haya leído a Ortega y Gasset, lo cual no es
tarea fácil si acaso uno no se ha pasado en la cama una
larga temporada por prescripción médica, sabrá “que las
condiciones que la gente experimenta en sus años formativos
tienen un profundo impacto entre sus valores culturales”.
Malo es, por tanto, que la juventud permanezca anclada en
los tiempos de Maricastaña.
Parece mentira que, cuando tanto se ha venido aireando que
el mundo caminaba firmemente hacia la globalización, esa
fuerza omnímoda que amenaza con implantarse en todos los
ámbitos -servicios, capitales, personas, ideas- como una
imparable corriente unificadora, la contradicción haya
aflorado. Esa misma globalización, en especial las de las
comunicaciones, que trata de allanar y unificarlo todo ha
reforzado, si no alentado a su vez, la proliferación de
minorías que reivindican sus diferencias. En ocasiones,
reaccionando con violencia y generando conflictos que
amenazan la convivencia entre culturas y civilizaciones.
Hay especialistas del problema que se preguntan si todavía
estamos a tiempo de encauzar el poder y la facultad de estos
“pocos” para aprovechar su energía como factor positivo en
esta época de homogeneización y desarraigo. Recomiendo la
lectura de “La fuerza de los pocos”. Como antes lo hice con
“Identidades asesinas”. Lecturas que ayudan a saber algo más
del terrorismo referido. Si bien conviene decir que todo se
reduce a convivir entre comunidades, no de convencer, y
menos aún de convertir. Estamos condenados a relacionarnos;
no a entendernos.
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