El terrorismo islamista es, sin duda, uno de los grandes
peligros de futuro para la sociedad occidental, a la que
pretende someter con el fin de imponer un «Califato
Mundial», gobernado por la «sharía», la interpretación más
radical del islamismo. A fuerza de repetir esta afirmación,
algunos, a los que no les gusta oirla, quieren hacer creer
que tiene más de teoría que de realidad. Son, y algunos
ejemplos recientes hemos tenido en nuestro país, los
abonados al «buenismo», «alianzas de civilizaciones»,
reparto indiscriminado de documentos de identidad y otras
decisiones, sin duda bien intencionadas, pero que los
fanáticos interpretan siempre como debilidad del enemigo.
Ceuta y Melilla, nuestras queridas ciudades autónomas, son
dos enclaves importantes para el islamismo radical, cuya
presencia en sendos barrios, el de El Príncipe y el de La
Cañada, respectivamente, es muy relevante. Los ocho
detenidos de Ceuta, españoles de origen marroquí, con
documentación en regla como ciudadanos de nuestro país,
vivían en la barriada del Príncipe, donde se dedicaban, unos
a captar a futuros «yihadistas» y, los otros, a ser
captados. En este caso, frente a otras operaciones, se ha
producido un salto cualitativo: tenían armas y municiones.
Los abonados a no creer en la amenaza islamista tienen hoy
una respuesta clara, que no admite discusión y que sitúa el
problema en su exacta dimensión. Las soluciones antes
citadas han demostrado su ineficacia y los gobernantes
occidentales, según se ha puesto de manifiesto en las
últimas reuniones, están convencidos de que el freno a esta
amenaza sólo puede venir por la aplicación de las leyes tras
la acción de las Fuerzas de Seguridad. Y, por supuesto, con
la transmisión del mensaje de que el que quiera vivir en
paises democráticos como España tiene que aceptar nuestras
reglas del juego y abandonar toda tentación de imponer
fundamentalismos que, incluso cuando surgieron, hace siglos,
eran implícitamente malos. Ceuta y Melilla, como territorios
para huir del régimen marroquí, que también les combate;
como paso previo a Europa, siempre con siniestras
intenciones; o como lugar de asentamieto para acabar, como
pide el jefe de Al Qaeda, con la usurpación de los
«cruzados» (cristianos), son enclaves que interesan al
terrorismo islamista, tanto desde un punto de vista táctico
como estratégico.
Ayer fue un buen día, pero la lucha continúa. Los atentados
del 11-M en Madrid, los que se habían producido con
anterioridad o o se cometieron con posterioridad, en otras
partes del mundo, son muestras de hasta dónde son capaces de
llegar los islamistas. Desde los «lobos solitarios», que
actúan de acuerdo a unas pautas, a las células más
estructuradas, constituyen el gran peligro de futuro de una
guerra subversiva que Occidente no puede perder.
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