Corría el año de 1950. España y
Portugal se jugaban una eliminatoria a doble partido. El
premio era acudir al Mundial que se iba a celebrar en
Brasil. El primer partido se celebró en Chamartín. Ganó la
selección española, incluso jugando con diez, durante 80
minutos, debido a que fue expulsado José Luis Riera; defensa
con quien al cabo de los años mantuve una magnífica
relación.
Me acuerdo de aquel encuentro, cuyo resultado fue de 5-1,
porque ese día tuve la suerte de oír la retransmisión en la
casa de una riquita, amiga de mis padres, y pude atiborrarme
de ‘Galletas María’. Esa amiga se podía permitir el lujo de
tener un aparato de radio por donde salía la voz
inconfundible de Matías Prats. Ello sucedía un dos de abril.
Zarra marcó dos goles. Y Basora, Panizo y
Molowny, que
debutaba, hicieron los restantes.
El domingo siguiente, o sea, el 9 de abril, tocaba jugar en
el estadio nacional de Jamor, en Lisboa, y allá que otra vez
se me presentó la oportunidad de merendar café con leche y
galletas… España necesitaba ganar o empatar. Ya que el
gol-average no se estilaba. Zarra -¡qué conversación más
interesante mantuvimos a finales de los ochenta!- marcó el
primer gol y pronto se adelantaron los portugueses. Menos
mal que Gainza consiguió el empate y con él el derecho a no
tener que jugar un tercer partido. España se había
clasificado para disputar el IV Mundial de Fútbol.
Al terminar el partido, Matías Prats entrevistó a Piru
Gainza, que había actuado de manera memorable. Y le preguntó
lo siguiente: “¿Quién crees tú que es el mejor extremo zurdo
de España?”. Y Gainza, sin titubear lo más mínimo,
respondió: “Yo”.
Matías Prats, en aquella España gris, pacata, hambrienta y
en la que hablar de sí mismo resultaba mucho más condenable
que maltratar a las mujeres, quedó sorprendido hasta el
extremo de decirle al jugador vasco que él esperaba que le
hubiera citado a Seguí –extraordinario futbolista del
Valencia o a Molowny-. Y Gainza, dando prueba palpable de
pasarse la humildad fingida por el forro, contestó: “De
haber dicho yo que Seguí o Molowny eran mejores que yo,
habría dejado en muy mal lugar a los dos seleccionadores que
decidieron alinearme a mí”. Los dos seleccionadores eran
Guillermo Eizaguirre y Benito Díaz.
Ni que decir tiene que las declaraciones de Piru Gainza
sentaron muy mal entre quienes hacen de la falsa humildad
bandera. Que no deja de ser una humildad tan repleta de
orgullo como para ponerse a salvo de ella. A mí me habrán
oído decir muchas veces que prefiero vérmelas con personas
arrogantes antes que con aquellas que van haciendo alardes
de tener muchos defectos y pocas cualidades.
La humildad de los políticos es inexistente. Por razones
obvias. Y quien presuma de ella no deja de ser un falso, un
simulador, un fingidor profesional. Cuyo arquetipo bien pudo
ser el francés Pompidou: de quien decían que se desmigajaba
en obsequiosidades y palabras lindas y promisorias, con una
sonrisa ladeada y humilde de hermano refitolero.
Creo que viene a cuento todo lo que he reseñado, tras leer
la información procedente de Algeciras y comprobar las
lisonjas que ha recibido Juan Vivas por parte del alcalde de
aquella ciudad, José Ignacio Landaluce. Comprendo que la
cortesía salga a relucir con el visitante. Pero calificar a
nuestro alcalde de humilde es pasarse de la raya. Es ponerse
en evidencia. Vamos, es dejarse ver el plumero de la trola.
Pues poder y humildad se repelen.
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