La madre de un sultán de tiempos
antiguos dijo al nacer su hijo: “No te deseo que tengas
inteligencia, pues tendrás que ponerla al servicio de los
poderosos, te deseo que tengas suerte, para que la gente
inteligente esté a tu servicio”.
De haber coincidido en el tiempo aquella mujer con Juan
Vivas, habría requerido para su hijo, sin duda alguna, la
potra que éste tiene. Porque nuestro alcalde goza de
ausencia de mala suerte desde que vino al mundo.
La suerte de nuestro alcalde principia y termina en su
persona. Lo cual significa que su buena estrella no extiende
su manto protector ni siquiera a los que permanecen junto a
él y acatan todas sus decisiones con disciplina espartana.
Incluso sucede todo lo contrario: los hay que salen del
envite pulverizados y jamás se recuperan de sus dolencias:
que pueden ser físicas o morales. Ejemplos hay a porrillo.
Pero hoy no toca nominarlos.
La suerte de nuestro alcalde, que es ausencia de mala
suerte, para él, y que Dios se la conserve durante muchos
años, es harto conocida. Como también es conocido que su
buen bajío no admite ser compartido por nadie. De no ser
así, hace ya mucho tiempo que la gente acudiría en masa a
poner las manos sobre cualquier parte del body de nuestro
regidor. Para obtener beneficios incalculables. Los que él
obtiene de su baraca. Ese don divino atribuido a los jerifes
o morabitos y también a Francisco Franco en vida.
Nuestro alcalde lleva toda una vida convencido de que haga
lo que haga y diga lo que diga siempre será protegido por su
Ángel de la Guarda. En quien confía ciegamente. Y motivos
sobrados tiene para ello: llegó al poder por la puerta
trasera y ha venido ganando elecciones tras elecciones sin
bajarse del autocar.
Nuestro alcalde, sin embargo, ha necesitado en algún momento
de alguien con la misma manera de pensar que la madre del
sultán a la que hago referencia en el primer párrafo.
Alguien que le dijera que a la suerte hay que protegerla por
medio de la inteligencia. Y que el mejor líder es el que se
rodea de gente más competente, no más leal. Sobre todo de
esa lealtad que se les suele atribuir a quienes dicen que sí
a todo y no se atreven ni a rechistar ante cualquier
injusticia palmaria. Lealtad de chichinabo que se muestra
incapaz de decir basta ya ante errores continuados.
De nuestro alcalde recuerdo yo la respuesta que me dio en la
última entrevista que le hice: Yo deseo ser alcalde con un
equipo de gobierno hecho a mi medida. Donde todos sus
componentes sean de mi cuerda. Exactamente no lo dijo con
estas palabras, pero con las suyas lo dijo igual o mejor. Y
así lo hizo. Por tal motivo, lleva ya mucho tiempo renegando
de lo mal que funciona todo a su alrededor. A fin de que la
gente comience a cundir que él no puede hacer milagros. Y
que muchos de los errores que se le adjudican al gobierno
son porque Vivas está rodeado de incompetentes.
Los incompetentes ya se encarga de mencionarlos Juan Luis
Aróstegui. El cual ha confesado, hace varios días, que
él siente todo el afecto del mundo por Vivas. Por ser éste
su amigo del alma desde hace treinta años. Y lo ha dicho
como si los demás hubiésemos olvidado sus calificaciones
pérfidas a Vivas.
Nuestro alcalde, a cambio, ha decidido darle vida a la
figura del valido o favorito, que tanto poder alcanzaron en
los siglos XVI y XVII. Y se ha echado en los brazos de
Aróstegui: su amigo. Con el fin de compartir la tarea de
gobierno con alguien con dos de frente, según él. Y, claro,
Guillermo Martínez está desquiciado.
|