Hoy me he echado abajo de la cama
con dos alegrías: saboreando el triunfo del Madrid de
baloncesto y viendo a mi perro, un día más, moviendo el
rabo. Lo cual me reconforta. Luego, cuando caminaba por el
paseo de la playa de Benítez, un lector se dirigió a mí para
decirme que haría muy bien en no olvidarme del ‘caso urbaser’.
Y le respondí que haré cuanto esté en mis manos. Que es bien
poco. Pues qué más quisiera yo que atender a las muchas
peticiones que se me vienen haciendo para que este asunto no
decaiga lo más mínimo en esta columna.
Pero a veces, uno propone y ya saben ustedes lo que sigue.
Lo que sigue lo están sufriendo en sus carnes algunos
jueces. Vamos, los que en cuanto tratan de enchironar –o
enchironan- a un miembro destacado de la Banca,
perteneciente a esa ristra de ‘chorizos’ de cuello blanco,
se exponen a sufrir varapalos que pueden dar al traste con
su carrera.
Sí; claro que sí me consta que en cuanto me lean algunos que
yo me sé saldrán hablando de carrerilla contra mí porque
están convencidos de que yo soy defensor de quienes tienen
la enorme responsabilidad de impartir justicia. Una tarea
tan compleja como para que yo forme parte de esa muchedumbre
que no quisiera verse en el pellejo de sus señorías.
Tampoco es menos cierto que habrá jueces que instruyan mal y
otros que Interpreten las leyes, dentro de las posibilidades
que las mismas ofrecen, de modo que sus sentencias sean
vistas de manera esquinada. Pero tengo la sensación de que
serán los menos. No creo que sea plato de buen gusto irse a
la cama sabiendo que se ha mandando a la cárcel a alguien
porque sí. Por su “mirada torva”, su vestir inapropiado, sus
gestos provocadores o bien porque derrochaba altanería que
estaba pidiendo un escarmiento a voces.
Quien escribe, cuando se dedicaba a otro menester muy
distinto al actual, tuvo la oportunidad de mantener buenas
relaciones con algunos hombres encargados de impartir
justicia. Los que suelen, cuando se ponen la toga que lleva
en la bocamanga adorno de puntilla, acollonar a quienes se
han de sentar en el banco destinado al acusado. Y podría
contar algunas anécdotas que harían las delicias de algunos.
Pero hay comportamientos y confidencias que están mejor
guardados bajo llave.
Pues no, mire usted, le prometo que no voy a referirme al
juez Garzón. A quien sus enemigos ya se han encargado
de sambenitarlo a placer, fechas atrás, mediante la
complacencia eufórica de unos contertulios que se la tenían
jurada. Lo cual no quiere decir que los errores de BG no
hayan sido causados por el egoísmo. Si a ello, si lo hubo,
se le suma la envidia que generaba por su forma de hacerse
notar, ya tenemos los ingredientes por los cuales le han
crucificado.
De momento, tal y como están las cosas en nuestra España, no
le arriendo la ganancia a José Castro; juez que lleva
lo de Urdangarín. No me sorprendería, pues, que su
señoría saliera del asunto herido de un ala. Y envejecido
por las noches toledanas que debe estar ocasionándole el
caso de marras.
A quien le espera el vía crucis correspondiente es a
Elpidio Silva. Y es que meter en la cárcel a Blesa,
un mandado de Rodrigo Rato, ha propiciado que lo
tachen de todo lo malo habido y por haber. Y, desde luego, a
quien se le ocurre ser singular y polémico. Eso no lo
tolera, de ningún modo, Alberto Ruiz Gallardón.
Ministro y fiscal.
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