MARTES 11.
Iker Casillas llevaba mucho tiempo luciendo cuerpo de
foca. Los kilos de más le habían llevado a ser un portero
peor de lo que ya era. Un portero carente de estatura e
incapaz, por tanto, de imponer su autoridad en los balones
por alto y, sobre todo, sin recursos para manejarse con los
pies. Y Mourinho le advirtió de que podía perder la
titularidad. Pero el muchacho nacido en Móstoles estaba
convencido de que Alfredo Relaño, director del
‘Diario As’, jamás iba a permitir que nadie osara quitarle
la titularidad en el Madrid. Relaño, a quien le gustan
sobremanera los futbolistas apolíneos, no aceptó nunca que
un varón de extraordinaria belleza fuera objeto de semejante
oprobio por parte de José Mourinho. Y comenzó una campaña
repleta de malaúva contra el entrenador portugués. Relaño
reconoce que Mourinho es un gran entrenador, pero un mal
ciudadano. Al que detesta. Y, desde luego, como amigo de
Casillas que es, confiesa ser amigo del alma, dice que
siempre lo defenderá a ultranza. A pesar de que le disgusta
sobremanera que Sara Carbonero ejerza tanta
influencia sobre el guardameta. Hay amores que matan. Y el
de Relaño por Casillas es tan cristalino que puede propiciar
que haya muchas personas que vean en el director del ‘Diario
As’ un ramalazo de ternura que…, ustedes me entienden.
Miércoles. 12
Tarde de lectura. Decido que me toca darle tarea a mis
pobres ojos, más que cansados, y dado que, últimamente, se
viene hablando de la división de poderes, convertido en
dogma gracias a Montesquieu, echo mano del segundo
tomo de Historia de las Ideas Políticas. Y me voy derecho al
señor de La Brède, para volverme a empapar de lo que él
pensaba al respecto. La teoría política de Montesquieu es
una teoría de los contrapesos (“Es preciso que el poder
detenga al poder”). La separación de poderes, los cuerpos
intermedidos, la descentralización y la moral son para él
otros tantos contrapesos, otras tantas fuerzas que impiden
que el poder caiga en el despotismo. En realidad, sin
embargo, la doctrina de la separación de poderes no tiene en
Montesquieu el alcance que le han atribuido sus sucesores.
Porque él se contenta con afirmar que el poder ejecutivo, el
poder legislativo y el poder judicial no deben encontrarse
en las mismas manos; pero de ningún modo piensa en
preconizar una rigurosa separación entre los tres poderes,
inexistente además en el régimen inglés. Lo que Montesquieu
preconiza es una armonía entre los poderes, una atribución
conjunta e indivisa del poder a tres órganos, la co-soberanía
de tres fuerzas políticas, y también de tres fuerzas
sociales: rey, pueblo y aristocracia. Ah, defensor de las
leyes, tampoco Montesquieu ocultaba su escepticismo al
respecto: La ley está hecha por legisladores, y éstos muy a
menudo están por debajo de su misión. Grandeza de la ley y
debilidad de los legisladores: “La mayoría de los
legisladores han sido hombres limitados a quienes el azar
puso al frente de los demás y que apenas han consultado más
que a sus prejuicios y sus fantasías. Parece que
desconocieran la grandeza y la dignidad misma de su obra”.
Jueves. 13
Los hay que escriben acerca de que si la Monarquía está
siendo motivo de acoso y derribo es por culpa del Rey. La
culpa de Juan Carlos I es, para algunos, querer ser
tan cercano y campechano. Y se le insta a que nos represente
como un ser superior a todos nosotros. “Si a la monarquía en
el siglo XXI le quitas el distanciamiento, la separación, la
diferencia, la historia que arrastra, no nos sirve para el
fin pretendido, porque para ser iguales a nosotros ya
tenemos a cualquier politicastro de turno que puede llegar a
ser presidente de la República; baste recordar al infame e
infausto Azaña con la oscura sombra de sangre y
enfrentamiento que provocó en gran medida en los años 30 del
pasado siglo sobre nuestra patria”. Quien así se manifiesta
es Vicente García Hinojal. En La Gaceta. Le ha
faltado decir ¡Vivan las cadenas! O que el Rey ha recibido
el poder directamente de Dios…
Viernes. 14
Hablando con un militar, de alta graduación, ya retirado,
salió a relucir el nombre de Manuel Azaña y el
militar me dijo que, cuando él estudiaba en la Academia
Militar de Zaragoza, les decían que Azaña había sido un
demonio. Y se hablaba de él como si fuera la encarnación de
todos los males. Yo le recomendé que leyera los Diarios,
1932-1933 “Los cuadernos robados”. Escritos por MA. Y me
extendí: le dije que Azaña fue un gran dirigente que paró
los pies de la Iglesia, aprobó una reforma agraria, trastocó
el orden militar y dinamitó el centralismo español. Y que
fue un ilustrado, liberal, prematuro. Azaña no se cansaba de
decir que España debe gobernarse con razones y con votos. Y
que mientras que la generación del 14 pensaba que el
problema de la corrupción de la democracia era la
democracia, Azaña decía que el problema era la corrupción. Y
me atreví a decirle que Azaña, en otro país, podría haber
pasado a la Historia como un padre del Estado moderno, pero
la campaña en su contra le condenó a la esquina de los
malditos. Y aún podría, de haber querido, seguir haciéndole
el artículo a un político que se adelantó a su época.
Sábado. 15
Me llama un amigo que ha venido a Ceuta y que desea verme.
Acudo presto a su encuentro para ponerme a su disposición. Y
comemos juntos. Mi amigo, de quien sabía poco últimamente,
me ha puesto al tanto de que ha perdido su empleo. Era
directivo importante en una gran firma. Y, aunque ha sido
bien remunerado por su despido, me cuenta que lo que más
echa de menos son las dos horas que pasaba todos los días en
su coche para ir de su trabajo a su casa. Ya que nunca quiso
hacer uso de los trenes de cercanía. Y, ante mi sorpresa, me
lo explica: Mira, Manolo, mientras estaba callado
ante el volante, fantaseaba. El tiempo que pasaba en el
coche me imaginaba haciendo cosas agradables: enviar a la
porra a mi principal cliente, a quien me veía obligado a
tratar bien aunque fuera un auténtico imbécil; o anunciar a
mi mujer que el próximo verano me tomaría siete días de
vacaciones, no solamente para intentar una aventura, sino
también para no ver sus ojos cuando fumo en la cama o cuando
dejo mis periódicos en el suelo después de haberlos ojeado.
Nada me era imposible cuando reflexionaba de todo ello en
solitario dentro de mi coche. Me sentía lleno de valor… Y
luego llegaba a la oficina: el montón de expedientes
desafiaba desde el mismo lugar que la víspera, un aviso del
banco me indicaba que estaba en números rojos. Desde
entonces, es decir, desde que llevo una vida de parado: ¡Se
acabaron las chicas, se acabaron las vacaciones en
solitario! Ante semejante declaración de mi amigo, a mí no
me cupo más que reírme. Y he dicho para mis adentros: hay
gente pa’tó.
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