En 1982 España fue sede del
Campeonato Mundial de Fútbol. Y yo estuve viendo el partido
inaugural en Barcelona: Argentina-Bélgica. Ganaron los
belgas con gol de de Vanderberg. Gabriel García
Márquez obtuvo el Premio Nobel de Literatura. El 18 de
julio arribé a Ceuta. Donde todavía los había convencidos de
que una nueva conspiración golpista podría triunfar. El
alcalde de Ceuta era Ricardo Muñoz. Lola Flores
provocó el consiguiente revuelo a su llegada al Parador
Hotel La Muralla. Y, nada más verme, me dio dos besos de los
que ellas solía dar a los que les caía bien. El Atlético de
Madrid jugó el Trofeo veraniego y yo me lo pasé en grande
conversando con Luis Aragonés y Vicente Calderón.
Tampoco se me puede olvidar que Manuel Fraga fue
reelegido presidente de Alianza Popular. Partido que tenía
en Antonio Bernal y Adolfo Espí Valero dos de
sus mejores valedores en Ceuta.
Pues bien, de tener espacio suficiente no tengan la menor
duda de que mi memoria daría para mucho más. Aunque ustedes
también tienen todo el derecho del mundo a preguntarse y a
qué viene que este tío base su columna de hoy en recordarnos
cosas de hace treinta años. Y a mí, como no podía ser de
otra manera, me cabe sacarles de dudas.
Hace media hora que he leído, por azar, que fue en 1982
cuando Luis Bárcenas aterrizó en Madrid. Y el autor
del escrito lo describe como un chaval apocado, con un traje
viejo y los zapatos rotos, que llega a la antigua sede de
Alianza Popular en la calle Silva. Y comienza su trabajo
como administrativo de partido: “un cargo anodino que él
convierte en catapulta profesional”.
A partir de ahí nuestro hombre mira a su alrededor y se le
viene a la memoria “Lo que el viento se llevó” y no se le
ocurre otra cosa que gritar tal y como lo hizo -en Tara-
Escarlata O’Hara: “Aunque tenga que matar, engañar o
robar, a Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar
hambre”. Y decidió ponerse manos a la obra.
Y a medida que va empapándose del alcance de las finanzas
del partido y va conociendo a empresarios sin escrúpulos, LB
se percata de que éstos acabarán por hacerle rico; más que
rico, riquísimo. Porque los empresarios saben sobradamente
que un hombre con los zapatos sucios, y no digamos si además
están rotos, es capaz de todo. Pues quien lleva los zapatos
zaparrastrosos es prueba evidente de que no tiene ni para
tabaco.
Y los empresarios no sólo le ponen a Bárcenas las mejores
zapaterías a su disposición sino que le indican lo bien que
en esas cajas de calzado a discreción pueden guardarse
cuantiosas cantidades de dineros con las que pagarse todos
los caprichos hasta entonces inalcanzables para sus
posibilidades. Ni de las suyas ni tampoco de cualquier otra
criatura de un pasar más que decente.
A partir de ese momento, LB nunca más se embutió en un traje
abrillantado y desgastado por el paso del tiempo. Se dejó
ver como si fuera el mismísimo Petronio redivivo y
principió a cumplir uno de sus grandes sueños: dedicarse al
montañismo, y al alpinismo, y a pasar grandes veladas en los
mejores hoteles de la zona elegida.
Su ritmo de vida y sus ostentaciones concitaron envidias.
Pero tuvo la suerte de que Manuel Fraga le tendiera un cable
cuando estaba a punto de zozobrar. El que le ha permitido
ser dueño de una fortuna de cuarenta millones de euros en
Suiza. Que se sepa, por ahora. Y hasta puede que su
enfrentamiento con María Dolores de Cospedal acabe en
tragedia para el PP.
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