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OPINIÓN - JUEVES, 13 DE JUNIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

La plaza de África
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Mis vivencias en el Hotel La Muralla, desde hace ya bastantes años Parador, han sido tantas que suelo visitarlo cada dos por tres para recordar escenas de un pasado que nunca volverá. Ni mejor ni peor. Aunque total y absolutamente distinto del actual.

De aquel tiempo, años ochenta, conservo el grato recuerdo de las tertulias. Reuniones en las que se hablaba de todo y hasta se permitía poner verde a quien ese día no hubiera asistido. De entre ellas, destacaba la del famoso “rincón” de la barra de la cafetería del hotel. Lugar al que se podía acudir en sesión de tarde y noche.

Entonces, época en la cual el comercio ceutí parecía todavía prospero y pujante, bares pubs y discotecas se hallaban siempre concurridos. Qué decir de las noches del ‘Britania’. Sitio de encuentro de conocidos dispuestos a pasar un rato de ocio con el vaso de trago largo por delante o ese güisqui desinhibidor que tanto ayudaba a afrontar ciertas situaciones.

En los albores de los años ochenta, a mí me gustaba noctambulear más que tapiñarme un guiso de conejo caldoso. Recogerme a las tres de la mañana, cada dos pos tres, me ayudaba a sentirme bien. Participar en diferentes corrillos me agradaba sobremanera. Y comprendí que en Ceuta simpatías y antipatías se ganaban en la calle. Y, sobre todo, en los lugares de alterne.

Durante un año, de aquellos en los que a los ceutíes se les llenaba la boca hablando de democracia, de socialismo, de los asesinatos de la ETA, de Francisco Fraiz y Adolfo Espí, de Serafín Becerra, Manolo Peláez, Ricardo Muñoz y de Fraga, Ceuta no te traga…, y de muchos otros y de otras cosas que me ocuparían el resto del folio, yo estuve alojado en el Hotel La Muralla. Que así se llamaba en esos momentos.

Y, casi todas las noches de 1983, antes de irme a mi habitación, me daban las cuatro de la mañana en un banco de la plaza de África. Cabe comprender que ello sucedía cuando me lo permitía el microclima reinante. Y es que sentarme en plaza tan recoleta, como es la de África, me servía de bálsamo.

Un día, estando en la tertulia del “rincón”, se me ocurrió decir que era una pena que innumerables ceutíes sólo pisaran el hotel para hacerse la correspondiente fotografía en el jardín cuando se casaban o bautizaban a sus hijos. Porque estaban convencidos de que el sitio era elitista. Y los hubo que respondieron que era mejor así. Aún, en aquellos años, los jerarcas de la cosa escupían por un colmillo.

Los tiempos han cambiado, y días atrás, sabiendo los precios módicos que rigen en el Hotel Parador La Muralla, quise conocer si la estupenda oferta de comidas y bebidas se han visto reflejadas en las ventas. Y me dijeron que no. Y, claro, me acordé inmediatamente de cuando yo me sentaba en la plaza de África, a altas horas de la noche, y me daba por pensar en lo rentable que sería montar una terraza en la acera del establecimiento.

Mesas cuidadas con esmero y servidas con sumo interés por unos profesionales de la hostelería que están deseando que el Parador se convierta en un negocio apetitoso para todos. Pero hay más: esa plaza de África, sitio tranquilo y poco concurrido, de seguir así, día llegará en el cual le suceda como al paseo de las Palmeras: que se quede sin vida. Urge, pues, que tanto los responsables de Paradores como las autoridades comiencen a darse cuenta de que calles y plazas están necesitadas de vida. Y ésta, sin duda alguna, la infunden las personas.
 

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