Mis vivencias en el Hotel La
Muralla, desde hace ya bastantes años Parador, han sido
tantas que suelo visitarlo cada dos por tres para recordar
escenas de un pasado que nunca volverá. Ni mejor ni peor.
Aunque total y absolutamente distinto del actual.
De aquel tiempo, años ochenta, conservo el grato recuerdo de
las tertulias. Reuniones en las que se hablaba de todo y
hasta se permitía poner verde a quien ese día no hubiera
asistido. De entre ellas, destacaba la del famoso “rincón”
de la barra de la cafetería del hotel. Lugar al que se podía
acudir en sesión de tarde y noche.
Entonces, época en la cual el comercio ceutí parecía todavía
prospero y pujante, bares pubs y discotecas se hallaban
siempre concurridos. Qué decir de las noches del ‘Britania’.
Sitio de encuentro de conocidos dispuestos a pasar un rato
de ocio con el vaso de trago largo por delante o ese güisqui
desinhibidor que tanto ayudaba a afrontar ciertas
situaciones.
En los albores de los años ochenta, a mí me gustaba
noctambulear más que tapiñarme un guiso de conejo caldoso.
Recogerme a las tres de la mañana, cada dos pos tres, me
ayudaba a sentirme bien. Participar en diferentes corrillos
me agradaba sobremanera. Y comprendí que en Ceuta simpatías
y antipatías se ganaban en la calle. Y, sobre todo, en los
lugares de alterne.
Durante un año, de aquellos en los que a los ceutíes se les
llenaba la boca hablando de democracia, de socialismo, de
los asesinatos de la ETA, de Francisco Fraiz y
Adolfo Espí, de Serafín Becerra, Manolo Peláez,
Ricardo Muñoz y de Fraga, Ceuta no te traga…, y
de muchos otros y de otras cosas que me ocuparían el resto
del folio, yo estuve alojado en el Hotel La Muralla. Que así
se llamaba en esos momentos.
Y, casi todas las noches de 1983, antes de irme a mi
habitación, me daban las cuatro de la mañana en un banco de
la plaza de África. Cabe comprender que ello sucedía cuando
me lo permitía el microclima reinante. Y es que sentarme en
plaza tan recoleta, como es la de África, me servía de
bálsamo.
Un día, estando en la tertulia del “rincón”, se me ocurrió
decir que era una pena que innumerables ceutíes sólo pisaran
el hotel para hacerse la correspondiente fotografía en el
jardín cuando se casaban o bautizaban a sus hijos. Porque
estaban convencidos de que el sitio era elitista. Y los hubo
que respondieron que era mejor así. Aún, en aquellos años,
los jerarcas de la cosa escupían por un colmillo.
Los tiempos han cambiado, y días atrás, sabiendo los precios
módicos que rigen en el Hotel Parador La Muralla, quise
conocer si la estupenda oferta de comidas y bebidas se han
visto reflejadas en las ventas. Y me dijeron que no. Y,
claro, me acordé inmediatamente de cuando yo me sentaba en
la plaza de África, a altas horas de la noche, y me daba por
pensar en lo rentable que sería montar una terraza en la
acera del establecimiento.
Mesas cuidadas con esmero y servidas con sumo interés por
unos profesionales de la hostelería que están deseando que
el Parador se convierta en un negocio apetitoso para todos.
Pero hay más: esa plaza de África, sitio tranquilo y poco
concurrido, de seguir así, día llegará en el cual le suceda
como al paseo de las Palmeras: que se quede sin vida. Urge,
pues, que tanto los responsables de Paradores como las
autoridades comiencen a darse cuenta de que calles y plazas
están necesitadas de vida. Y ésta, sin duda alguna, la
infunden las personas.
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