Leyendo el interesante libro
“Traficantes de información. La historia oculta de los
grupos de información españoles” del rebelde periodista
(pero rebelde en serio, no en plan Ana Pastor) Pascual
Serrano sobre los intereses ocultos a los que obedecen los
grandes medios de comunicación españoles me da por buscar
información sobre “La comunicación jibarizada. Como la
tecnología ha cambiado nuestras mentes”, última obra de este
referente del periodismo crítico. Pues bien, tras ver una de
sus entrevistas promocionales, entiendo que de lo que
Pascual Serrano pretende hablar es de las consecuencias del
reduccionismo intencionado de la información. Lejos de
condenar el progreso tecnológico, se centra en uno de sus
aspectos negativos, haciendo hincapié en que no es un
problema exclusivo de estos días que corren, sino que viene
de tiempo atrás. La jibarización de la información es un
problema social que se ve reflejado en los medios de
comunicación, en las nuevas tecnologías y también en la
cultura. Me centraré primero en este último caso,
concretamente en el ejemplo cinematográfico.
Cuando hablo de cine chorra con mis amigos, siempre surge un
nombre: Michael Bay. Este director mundialmente famoso es el
creador de películas como “Dos policías rebeldes”, “La
roca”, o la saga “Transformers”. ¿Qué es lo que caracteriza
a estas películas y al resto de su filmografía? La estética
del videoclip consistente en el estímulo visual constante,
en los planos de corta duración y en la velocidad
asfixiante. Cuando uno ve películas de Michael Bay no ve una
historia; ve imágenes que pasan a toda velocidad. Bodrios
como “A todo gas” y sus secuelas le deben mucho a su cine.
Son películas que, ante la falta de argumento, se ven
obligadas al recurso de la espectacularidad visual. Por
desgracia, este tipo de cine es el que impera hoy día. La
mayoría de la gente de mi edad huye de una película por el
simple hecho de ser anterior a los años 70 (siendo generoso)
o por ser en blanco y negro. No sienten ninguna curiosidad
por Wilder, Ford o Kazan. Con esto no quiero decir que todo
el cine clásico sea mejor que el contemporáneo, sino que
antes, al no disponer de tanta pirotecnia y tantos efectos,
los autores tenían que centrar su talento en intentar
entretener a través de historias trabajadas contenidos de
calidad, lo que se traducía en una forma de hacer cine
distinta a la que predomina entre la mayoría de los
“taquillazos” actuales, independientemente del resultado
final.
Con el periodismo y el tratamiento de la información ocurre
exactamente lo mismo. Tertulias como las de “El gran debate”
o “La Sexta noche” en las que la gente se interrumpe, el
público es guiado por un regidor que ordena aplaudir al que
más grita y donde es imposible exponer en condiciones una
idea que requiera un mínimo de pensamiento y análisis por
parte del receptor son buen ejemplo de ello. En formatos
así, la información es mercantilizada y reducida al mínimo
para poder venderse mejor. La sociedad ha sido educada de un
tiempo a esta parte para ser consumidora de Michael Bay y de
“El gran debate” y esto no es casualidad, existen causas.
Como dice Serrano, “hay una tesis política que sale
beneficiada y otra que sale perjudicada”. Cabría
preguntarse, por lo tanto, a quién beneficia que la gente no
esté dispuesta a leer más de dos hojas de contenido político
basado en una información contrastada y seria, prefiriendo,
por el contrario, un debate con más características de
“reality show” que de encuentro entre defensores de
distintos modelos de sociedad. Hay que saber quién gana con
esta brutalidad programada. Evidentemente, el beneficiado es
el poderoso que no quiere que nada cambie. Un mensaje
crítico que pretenda replantear aspectos interiorizados a
través de los discursos de la ideología dominante necesita
ser argumentado, necesita un espacio en el que pueda
analizar la realidad que desea cambiar y presentar al
público aquellos aspectos discutibles y cuestionables.
Necesita, en definitiva, tiempo y sosiego. No puede
presentarse en una película de Michael Bay ni en un circo de
aplausos y tertulianos “todólogos” de cuarta. En cambio, el
mensaje conservador que pretende mantener el orden existente
de las cosas es perfectamente asumible a través de
titulares, de brevedad, de la cultura de lo inmediato y de,
precisamente, la “comunicación jibarizada” que él mismo ha
generado. Y en ocasiones, los mismos que salen beneficiados
políticamente de manera indirecta también lo hacen
directamente en lo económico. El ejemplo más claro sería el
de Silvio Berlusconi. Político conservador, millonario,
corrupto y magnate de los medios. El canal de televisión
aparejado a su figura es Telecinco. No hace falta decir más.
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