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OPINIÓN - LUNES, 10 DE JUNIO DE 2013

 

OPINIÓN / LA ZARPA

Pascual Serrano y la comunicación jibarizada
 


Julio Basurco Díaz
opinion
@elpueblodeceuta.com
 

Leyendo el interesante libro “Traficantes de información. La historia oculta de los grupos de información españoles” del rebelde periodista (pero rebelde en serio, no en plan Ana Pastor) Pascual Serrano sobre los intereses ocultos a los que obedecen los grandes medios de comunicación españoles me da por buscar información sobre “La comunicación jibarizada. Como la tecnología ha cambiado nuestras mentes”, última obra de este referente del periodismo crítico. Pues bien, tras ver una de sus entrevistas promocionales, entiendo que de lo que Pascual Serrano pretende hablar es de las consecuencias del reduccionismo intencionado de la información. Lejos de condenar el progreso tecnológico, se centra en uno de sus aspectos negativos, haciendo hincapié en que no es un problema exclusivo de estos días que corren, sino que viene de tiempo atrás. La jibarización de la información es un problema social que se ve reflejado en los medios de comunicación, en las nuevas tecnologías y también en la cultura. Me centraré primero en este último caso, concretamente en el ejemplo cinematográfico.

Cuando hablo de cine chorra con mis amigos, siempre surge un nombre: Michael Bay. Este director mundialmente famoso es el creador de películas como “Dos policías rebeldes”, “La roca”, o la saga “Transformers”. ¿Qué es lo que caracteriza a estas películas y al resto de su filmografía? La estética del videoclip consistente en el estímulo visual constante, en los planos de corta duración y en la velocidad asfixiante. Cuando uno ve películas de Michael Bay no ve una historia; ve imágenes que pasan a toda velocidad. Bodrios como “A todo gas” y sus secuelas le deben mucho a su cine. Son películas que, ante la falta de argumento, se ven obligadas al recurso de la espectacularidad visual. Por desgracia, este tipo de cine es el que impera hoy día. La mayoría de la gente de mi edad huye de una película por el simple hecho de ser anterior a los años 70 (siendo generoso) o por ser en blanco y negro. No sienten ninguna curiosidad por Wilder, Ford o Kazan. Con esto no quiero decir que todo el cine clásico sea mejor que el contemporáneo, sino que antes, al no disponer de tanta pirotecnia y tantos efectos, los autores tenían que centrar su talento en intentar entretener a través de historias trabajadas contenidos de calidad, lo que se traducía en una forma de hacer cine distinta a la que predomina entre la mayoría de los “taquillazos” actuales, independientemente del resultado final.

Con el periodismo y el tratamiento de la información ocurre exactamente lo mismo. Tertulias como las de “El gran debate” o “La Sexta noche” en las que la gente se interrumpe, el público es guiado por un regidor que ordena aplaudir al que más grita y donde es imposible exponer en condiciones una idea que requiera un mínimo de pensamiento y análisis por parte del receptor son buen ejemplo de ello. En formatos así, la información es mercantilizada y reducida al mínimo para poder venderse mejor. La sociedad ha sido educada de un tiempo a esta parte para ser consumidora de Michael Bay y de “El gran debate” y esto no es casualidad, existen causas. Como dice Serrano, “hay una tesis política que sale beneficiada y otra que sale perjudicada”. Cabría preguntarse, por lo tanto, a quién beneficia que la gente no esté dispuesta a leer más de dos hojas de contenido político basado en una información contrastada y seria, prefiriendo, por el contrario, un debate con más características de “reality show” que de encuentro entre defensores de distintos modelos de sociedad. Hay que saber quién gana con esta brutalidad programada. Evidentemente, el beneficiado es el poderoso que no quiere que nada cambie. Un mensaje crítico que pretenda replantear aspectos interiorizados a través de los discursos de la ideología dominante necesita ser argumentado, necesita un espacio en el que pueda analizar la realidad que desea cambiar y presentar al público aquellos aspectos discutibles y cuestionables. Necesita, en definitiva, tiempo y sosiego. No puede presentarse en una película de Michael Bay ni en un circo de aplausos y tertulianos “todólogos” de cuarta. En cambio, el mensaje conservador que pretende mantener el orden existente de las cosas es perfectamente asumible a través de titulares, de brevedad, de la cultura de lo inmediato y de, precisamente, la “comunicación jibarizada” que él mismo ha generado. Y en ocasiones, los mismos que salen beneficiados políticamente de manera indirecta también lo hacen directamente en lo económico. El ejemplo más claro sería el de Silvio Berlusconi. Político conservador, millonario, corrupto y magnate de los medios. El canal de televisión aparejado a su figura es Telecinco. No hace falta decir más.
 

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