Millones de niños de todo el mundo
han cambiado la sonrisa por el llanto, la mirada de la
inocencia por una visión maliciosa; también muchos han
abandonado el juego por el duro trabajo a tiempo completo y
sin remuneración alguna. Otros no tienen nada que llevarse a
la boca y tampoco reciben cuidados apropiados. Asimismo, la
educación infantil lejos de avanzar al ritmo previsto,
retrocede. Lo que si progresa son los trabajos forzados
ilícitos como el tráfico de drogas y el comercio de
personas, tanto para la explotación sexual como para la
participación involuntaria en los conflictos armados. Con
estas mimbres absurdas y de total desconsuelo, el futuro del
mundo no puede ser más desesperanzador. Es grande la
responsabilidad de todos los gobiernos, pero a mi juicio
también las organizaciones internacionales deberían actuar
con más contundencia ante este tipo de realidades salvajes.
En muchas partes del planeta a los niños no se les deja ser
niños y esto es tan grave, que la respuesta no podemos darla
sólo con palabras, hay que darla si fuese preciso hasta con
la propia vida para proteger sus derechos.
Una especie que no protege a los más pequeños, que es
permisiva con los débiles, se encamina a su misma
destrucción. Lo que se les de a los niños, los niños lo
darán al mundo. Es un efecto reflejo, no en vano son los
creadores de la humanidad. Si le damos a los chavales
violencia, responderán con más violencia. Si les hacemos
infelices de igual forma van a caminar con la tristeza como
compañera de viaje. El momento actual está impreso de unas
carencias afectivas como jamás, de un sentido inhumano que
clama al cielo, de un desorden sin precedentes en nuestra
propia historia. Nuestra sociedad ha llegado a un punto en
que ya no respeta nada ni escucha a nadie, no soporta a los
demás ni se soporta a sí misma, sólo le mueve la inercia del
poder para poder aplastar a su colindante de fatigas. Al fin
y al cabo, sólo buscamos los honores o beneficios que puedan
reportarnos riqueza. Es la doctrina de esta sociedad que ha
dejado de amarse hace tiempo, a la que no le mueve otro
horizonte que el egoísmo.
Ahí está el mundo de los más frágiles, los niños, esperando
la mano liberadora de los adultos. Sin duda, la mejor manera
de celebrar el día mundial contra el trabajo infantil (12 de
junio) sería hacer realidad las prohibiciones del derecho
internacional en el planeta. No hacen falta más encuentros,
sino el cumplimiento de las normas. Hay que cerrar el
mercado de trabajo infantil como sea. Aislemos a los
mercaderes. Todos los niños han de tener la posibilidad de
vivir una verdadera infancia feliz, de jugar e ir a la
escuela, sin que nadie les pueda truncar el sueño de un
porvenir mejor. Nada es imposible. En el planeta hay
recursos suficientes para ello, lo que hace falta son otros
gestores, otras personas con actitudes ejemplarizantes
dispuestas a implantar mecanismos de reeducación social.
Así, familias necesitadas podrían recibir una cantidad de
dinero al mes, bajo la condición de que sus niños vayan a la
escuela. Desde luego, pienso que la protección social es
fundamental para suplir las necesidades de las familias más
pobres. Sin este estímulo de amparo protector va a ser
complicado poder cambiar el trabajo infantil (se trata en
muchos casos de sobrevivir) por la escuela como prioridad.
La sociedad mundial tiene que buscar la manera de liberar a
los niños de trabajos que interfieren con su escolarización,
de trabajos que son peligrosos y perjudiciales para su
bienestar físico y mental, como son tantas situaciones de
esclavitud que en los últimos tiempos lejos de decrecer se
han avivado. Sin duda, el trabajo infantil perpetúa el
circulo vicioso de la pobreza. Está visto que sin una
formación es muy difícil labrarse un futuro distinto al de
la miseria. Por ello, habría que forjar un compromiso en el
que todos participásemos, en el que la sociedad civil y los
actores sociales desempeñasen un papel de liderazgo en las
actividades de promoción y sensibilización e intensificar
los esfuerzos para que las medidas de lucha contra todas las
formas de trabajo infantil sean parte integrante de las
estrategias de lucha contra la marginalidad, de protección
social y de planificación de una educación para todos.
A mi manera de ver, resulta primordial que las nuevas
generaciones adquieran la convicción de que el avance no se
entiende, sino es del mundo en su conjunto, y de que los
conflictos no se vencen con la mera fuerza, sino más bien
acabando con la miseria y el analfabetismo, robusteciendo
los estados democráticos de derecho, endureciendo las
medidas para aquellos que actúan al margen de la ley. La
eliminación del trabajo infantil y su sustitución por una
formación universal, es por sí mismo ya un gran bien para
toda la colectividad. Lo que es inaceptable en este mundo,
que se dice moderno, es que muchos niños, más de los que
pensamos, y por todos los rincones del planeta, se vean
obligados a trabajar para asegurar su sustento y el de sus
familias. Sin ir más lejos, la pobreza en España también
tiene rostro de niño. Son los primeros sufrientes. Para
colmo de males, la protección a la igualdad de oportunidades
para la infancia, que es una cuestión de ética y justicia,
ya se resiente en este país, con el cúmulo de
privatizaciones y la falta de ayudas sociales; sobre todo en
relación con la nutrición, de acceso a la salud y a la
vivienda, por los desahucios.
En cualquier caso, la lucha contra el trabajo infantil
requiere la adopción de medidas confluentes. Por una parte,
los padres han de tener empleos que permitan a las familias
disfrutar de una vida decente. El caso de España con un
desempleo tan alarmante lo que hace es propiciar trabajos
sumergidos, que no tardarán en ser infantiles, con
aceptación de trabajos sin derechos y a tiempo total. Por
otra parte, habría que asegurar que los niños tuviesen todos
acceso a una formación de calidad y de aprendizaje para la
vida. Lo que conlleva, en definitiva, luchar contra la
marginalidad que genera un sistema de producción cada día
más deshumanizante, con salarios indignos, inseguridades y
todo tipo de servilismos-servidumbres propios de otra época.
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