Aunque no cuenta con el curso específico de mediador
policial, el subinspector del Cuerpo Nacional de Policía
José Ángel Uceda explica que se ha interesado por este tipo
de trabajo y que, además, en formación el CNP es de las
mejores policías de Europa y del mundo. Él ha tenido que
poner en práctica los conocimientos con que cuentan los
policías para responder a estas labores de mediación en
varias ocasiones. La última fue esta semana en el centro de
menores Punta Blanca, donde un joven de 17 años retuvo a una
psicóloga, a la que amenazaba con un trozo de loza cortante.
Durante más de 40 minutos, los trabajadores del centro
intentaron que el menor depusiera su actitud y al no
lograrlo, medió el policía, quien consiguió que liberara a
la rehén.
Pregunta.- El de la mediación es un tema en el que usted
se ha interesado como policía al margen de la formación
específica que ofrece el CNP. ¿Cómo es el trabajo de un
mediador policial?
Respuesta.- Es complicado. Hay que tener en cuenta que se va
a desarrollar en una situación límite, en la que por ejemplo
hay una víctima, una persona que está secuestrada, detenida
ilegalmente, y siempre el secuestrador utiliza a esta
persona para conseguir sus fines bajo la amenaza de matarla
o dañarla. Tenemos multitud de ejemplos en la prensa e
internacionalmente, con los secuestros de Al Qaeda y otras
organizaciones terroristas.
P.- En el caso concreto de Punta Blanca la actuación
policial fue rápida y en la parte final, ¿no? Según contaba
el director del centro a EL PUEBLO, el personal llevaba unos
40 minutos tratando de convencer al joven para que depusiera
su actitud.
R.- Sí, cuando empezamos la intervención y yo llegué allí lo
primero que hice fue recabar la máxima información sobre la
persona, sobre el secuestrador, porque esa información
podemos utilizarla a la hora de hablar con él y de negociar.
Cuanto más información se tenga, mejor. Por eso lo primero
que hice fue enterarme de quién era, qué edad tenía, de sus
antecedentes, que por cierto tenía bastantes antecedentes
policiales. Además, particularmente yo le conocía por mis
intervenciones en el Príncipe. Sabíamos que era duro,
peligroso, y de hecho está en Punta Blanca por haber
cometido varios delitos con violencia e intimidación y había
utilizado armas blancas en numerosas ocasiones. También es
importante saber si está bajo los efectos de alguna droga o
de una medicación, porque si es así puede ser que la persona
no controle sus acciones.
P.- ¿Era así en este caso?
R.- El personal del centro nos dijo que no, que no tenía
constancia de que hubiera consumido ninguna sustancia
estupefaciente y que tampoco estaba medicado, lo que ocurre
es que se trata de una persona muy violenta, agresiva. Es
que cuando hablamos de un menor parece que estemos hablando
siempre de un pobre niño y por ejemplo este tiene 17 años y
un físico considerable.
P.- ¿Cuál era la situación cuando ustedes llegaron?
R.- Cuando llegamos, los servicios del centro, que ya de por
sí están muy bien dotados de psicólogos, sociólogos..., nos
informaron de que todas sus gestiones habían sido negativas.
Eso ya daba un plus de dificultad porque si los verdaderos
especialistas que viven con él, los educadores, no habían
conseguido resolver la situación...
P.- Parece ser que su intervención fue lo que
definitivamente le hizo liberar a la psicóloga. ¿Por qué
lado afrontó la situación?
R.- En principio, cuando yo entré estaba muy nervioso, muy
alterado, lo que quería es estar solo con ella, no quería
que nadie entrara, intentó el director hablar con él, no
quería nada. Luego decía que quería hablar con un psiquiatra
que él conocía de hace tiempo... Tampoco había nada
específico.
P.- Eso será casi peor, ¿no?
R.- Claro, porque cuando hay una serie de peticiones
concretas pues sabes a qué atenerte. Pero la dificultad era
sobre todo porque la tenía asida fuertemente con el objeto
cortante [una loza] y casi pinchándola. Por eso apremiaba,
actuar con rapidez, porque con el nerviosismo podría
escapársele un impulso y le hubiera podido cortar el cuello.
Un trozo de loza puede no parecer un arma, pero tenía unas
aristas muy cortantes y le podría haber cortado la yugular
porque la tenía colocada a esa altura.
P.- ¿Al ser la rehén psicóloga, pudo contribuir a que se
resolviera mejor la situación?
R.- Claro, las víctimas suelen estar casi siempre
paralizadas porque no son conscientes de la situación que
están viviendo y por la fuerza o por la violencia, tanto
verbal como física, suelen quedarse paralizadas, en una
situación como de limbo. Pero en este caso, es psicóloga y
supo llevarlo bien. Aparte, luego ella me comentó que por la
forma en que se desarrolló el diálogo conmigo se sintió
tranquila.
P.- ¿Qué fue lo primero que hizo?
R.- Entré en la habitación desarmado, sólo llevaba los
grilletes y una defensa policial extensible. No llevaba el
arma porque puede ser contraproducente. Lo primero que hay
que hacer es tratar de calmar al agresor, rebajar la
tensión, porque no puedes mantener una conversación,
articular ningún tipo de norma si no está normal, si no te
entiende y tú no entiendes lo que te dice. Además empezó a
gritar, que si la mato, que si esta no vuelve a casa..., lo
típico para amedrentar. Una vez que se le tranquiliza ya
empieza un diálogo más o menos coherente. Desde el primer
momento le dije lo que podía ser y lo que no, hay que marcar
bien claro que una cosa es negociar pero hay cosas que no...
P.- ¿Qué fue lo que desbloqueó la situación?
R.- Hubo un momento en el que guardó silencio, bajó los
brazos, la soltó y me hice cargo de ella, la saqué de la
habitación y luego ya lo inmovilicé a él.
P.- ¿Era la primera vez que actuaba en una situación de
esta naturaleza?
R.- En este tipo de negociación sí. Hace un año y medio o
dos intervine con un pobre hombre del CETI. Esa intervención
me gustó más por su carácter. Era un inmigrante que se
encaramó de noche a la chimenea de un barco de Baleària con
la intención de irse a la península, estaba desesperado, no
quería bajarse. Me gustó más por el tema humano, porque
claro, si no le bajábamos convencido no había forma de
bajarle, habría que haber llamado a los bomberos con una
escala y ni aún así, si se hubiera opuesto... Con ese hombre
sí que me sentí a gusto porque estuvimos casi veinte minutos
hablando allí, de noche, con las estrellas, hablando sobre
la vida... Al final nos hicimos amigos, y yo mismo le llevé
al CETI. Me gustó más por el carisma de la persona. Hace
tiempo, cuando estaba en la comisaría de Vallecas también me
encontré con un caso de un chaval que tenía problemas de
identidad sexual, se encerró en una habitación y empezó a
lanzar objetos por la ventana, amenazaba con tirarse y pasó
lo mismo, iba sin uniforme y hablé con él. Al final lo que
quieren algunas personas es que se las escuche, que se les
comprenda.
P.- Al margen de la formación específica todos los
policías deben tener algún conocimiento de este tipo de
actuaciones, ¿es así?
R.- Sí, además el Cuerpo Nacional de Policía ya desde la
fundación de la Escuela de Ávila, en formación está entre
las mejores policías de Europa y del mundo, contrastado con
otras academias. Yo he tenido la oportunidad de viajar por
el extranjero por mi trabajo y tenemos una reputación muy
grande. Dentro de los programas de formación se forma al
policía en diferentes facetas, psicología, sociología,
ética..., aparte de las técnicas policiales.
P.- Satisfecho entonces cuando una actuación así termina
bien...
R.- Sí, satisfacción sobre todo del deber cumplido, de que
hay una persona a la que hemos ayudado, porque el policía
está para ayudar, los que estamos por vocación estamos
porque queremos ayudar, para hacer una primera justicia, y
cuando ves que tu trabajo ha salido bien y que no ha pasado
nada pues te vas a casa con la conciencia traquila, con el
deber cumplido, y si encima ves que luego te lo agradecen,
mucho más.
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