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OPINIÓN - JUEVES, 6 DE JUNIO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Datos del paro
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Mayo ha traído un buen dato sobre el paro: 98. 265 personas han encontrado trabajo. El mes que altera la sangre, según el saber popular, se ha despedido con tan grata noticia como para alegrarme las pajarillas. Sí, hombre, por supuesto que soy consciente de que tan buena nueva no justificaría lanzamientos de cohetes. Por otro lado, una demostración hortera de la que abomino. Pero algo es algo y menos da una piedra.

Lo que hace falta es que la fiesta no decaiga y cada vez sean más las personas que se vayan incorporando al tajo sin solución de continuidad. Es lo que uno desea fervientemente. Ya que un mundo de parados supone una ruina económica y moral en todos los sentidos. Cuyas consecuencias se podrían resumir en el llanto de un niño: de innumerables niños que lloran con lágrimas de hambruna.

El dato de mayo sobre el paro, gratificante noticia, que ojalá tenga continuidad en los próximos meses y podamos celebrarlo por todo lo alto, ha servido para que se nos diga a bombo y platillo que la crisis laboral está poco menos que controlada y que se ha acabado la destrucción de empleo. Sólo les ha faltado decir a los comunicadores, muy dados al uso de la hipérbole interesada, que, en menos de un año, estarán trabajando incluso todos los parados que hayan cumplido cincuenta años.

Por cierto, leí en un periódico de tirada nacional, días atrás, el mensaje enviado por un parado que decía lo siguiente: Voy de un lado a otro buscando trabajo. Y cuando me preguntan por la edad y les digo que he cumplido 52, les falta poco para decirme que cómo se me ocurre tal cosa con esos años.

Y noto que están deseando echarme en cara que sea tan osado. Luego, me queda lo peor: por la tarde, cuando regresa mi mujer de su trabajo, saca a relucir su aire falsamente alegre, y con su manera de no atreverse a preguntar si había alguna novedad, lo hace de la siguiente manera: “¿Qué has estado haciendo?”.

A partir de ahí pierdo los estribos y me pongo a desbarrar. Reconozco que en ese momento digo mil disparates. Pierdo el control y me convierto en una especie de fiera enjaulada a la que se le ha provocado y me dedico a dar vueltas por la habitación. El siguiente paso es dar un portazo e irme a la calle. Cuando vuelvo a mi casa, dos horas más tarde, cansado de dar vueltas por la ciudad, mi mujer me espera para decirme que, mientras el sueldo de ella, por corto que sea, dé para ir tirando, lo mejor que podríamos hacer es no enfrentarnos entre nosotros y que nuestros hijos vivan en un continuo sinvivir. Y así estoy desde hace cinco años; vamos, desde que me despidieron de un empleo por ser el de más edad.

El problema de este hombre es tan grave cual extendido. Y lo peor es que los políticos, cuando hablan del paro, nada más que se acuerdan de los planes de empleos juveniles. Como si las personas que han cumplido cuatro décadas fueran unas apestadas que no merecen la menor atención.

Lo cual está ocasionando que el miedo de los parados vaya aumentando. Y que esa angustia experimentada por el hombre sin trabajo le vaya cambiando el carácter y lo acabe por convertir en un ser diametralmente opuesto al que fue en su día. Casos así los hay por doquier y son ya muchedumbre. Por consiguiente, mucho nos ha alegrado que mayo nos haya traído un buen dato sobre el paro; pero no nos hace olvidar, ni mucho menos, el pánico de los parados que viven el otoño de la vida.
 

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