Es el fin del ciclo, como todos
los años, para aquellos que han superado el Bachillerato. Es
algo que me agrada mucho cada año, porque es cuando ves
convertidos en mocitos a unos chavalines que unos años
antes, verdaderos niños, habían llegado al Instituto.
La tarde-noche del viernes ha sido para mí la más agradable
desde septiembre, porque en esa tarde-noche con la
imposición de las bandas a todos los alumnos de segundo, se
nos mostraban unos jovencitos que ya veían el camino libre
para poder empezar a caminar por sí solos.
Esto de la imposición de bandas, algo relativamente
reciente, creo que es una de las cosas más acertadas que han
llevado a cabo, desde hace una docena de años, los centros.
Y es que, durante ese rato, sin que nadie se me escandalice,
se está homenajeando más que a los chavales, a sus padres,
que ven como el sacrificio que están haciendo con sus hijos
ha tenido la primera de las recompensas.
Tras la imposición de las bandas y antes de la cena, tuve la
ocasión de hablar con varios de los padres de alumnos míos y
en todos ellos había el mismo talante y la misma
satisfacción de ver como, por unos instantes, su hijo o su
hija había sido el centro de todas las miradas.
Eso es muy agradable y más que ello lo es el que se dé en
los tiempos que estamos viviendo, en los que la crisis
parece envolver todo lo que nos rodea, sin dejar espacio
para nada más.
Y ahora a rematar la faena. Ahora, en un par de días o tres,
a salvar la Selectividad que deja paso libre a lo que
quieras emprender, de ahora en adelante.
A lo largo de mis muchos años de profesión, muchos más de
los que me quedan, siempre el mes de junio se me ha
presentado con una doble faz, por un lado la de la tristeza
cuando ves que alguno de esos chavales se ha quedado a medio
camino y por otro la satisfacción de haber visto como la
mayor parte de esos alumnos, que durante dos o tres años han
convivido contigo más que con sus propios padres, ha logrado
salvar el primer peldaño para entrar en la recta final hacia
lo que aspira a ser.
Estoy harto de oír decir que la enseñanza es muy ingrata y
sigo sin poder aceptarlo, porque considero que si uno ha
entrado en esta profesión y sabía a donde iba, ya sabía de
antemano que se iba a encontrar con mil dificultades, pero
con muchas más satisfacciones que se derivan del trabajo
hecho de verdad y sabiendo lo que se estaba haciendo.
En estos días y parece que cada vez más, todo el mundo
parece ser especialista en enseñanza o en docencia, un
absurdo como una catedral, y es que Sócrates, un maestro
excelente, jamás habló de profesores, maestros, ni alumnos o
discípulos, sino que siempre habló de amigos, amigos con una
profunda amistad que nace del amor común por el saber un
poco más, cada día y sobre cualquiera de los aspectos de la
vida.
Y es que poco lejos llegaría el catedrático de Filología
Griega, yo lo soy, si se quedara únicamente en ver si sus
alumnos conocen muy bien el tema de aoristo, pero no
acertara a ver lo que hay a su alrededor. Siempre lo hice y
lo voy a seguir haciendo, educar a mis alumnos, mejor dicho
amigos, para que sepan ser verdaderos hombres de su tiempo.
Si he logrado eso el éxito está conseguido, si no lo logro
el fracaso será total. Espero poder seguir lográndolo.
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