La Liga BBVA ha terminado.
¡Albricias! ¡Aleluya! Ya que la temporada ha sido un
verdadero martirio para quienes siendo madridistas, de
verdad de la buena, hemos lamentado la persecución a la que
ha sido sometido un entrenador por exigirle a los jugadores
que cumpliesen con unas normas de conducta establecidas por
él.
La disciplina impuesta por José Mourinho se basa en
una regla elemental: el que no se sacrifica en los
entrenamientos no juega. Además de otros comportamientos
requeridos y necesarios para que los miembros de la
plantilla sepan que extralimitarse conduce irremisiblemente
a la reprimenda o a verse relegado al banquillo.
En el caso de Mourinho, como en el de otros entrenadores
amantes del modelo del palo y la zanahoria, lo primordial es
hacer una demostración diaria de equidad para que ningún
futbolista se ampare en la susceptibilidad herida como
argumento para convertirse en un garbanzo negro.
Ser entrenador de fútbol no es tarea fácil, serlo del
Madrid, debido a la grandeza del club y a la fama de sus
jugadores, no deja de ser una labor titánica en todos los
sentidos. Fabulosamente pagada, claro que sí, faltaría más;
pero el dinero no atenúa los efectos de las exigencias
contraídas por un profesional que está siempre asediado por
los periodistas y al que se le analiza minuciosamente todas
las decisiones que adopte.
Mourinho, en su tercera temporada en el Madrid, amparado en
su disciplina férrea y en sus muchas horas de trabajo, se
percató bien pronto de que el relajamiento había cundido
entre las figuras más relevantes de la plantilla. Y sobre
todo había hecho mella en Iker Casillas: mito creado
por la prensa, contándonos historias para no dormir acerca
de un portero normal, repleto de reflejos, pero horrible en
el juego por alto y deficiente manejando el balón con los
pies.
Y ocurrió lo que tenía que ocurrir: que el ‘santo’, o el
tenido por muchos como símbolo madridista, se puso como una
foca y a sus carencias técnicas se sumaron otras que lo
convirtieron en un guardameta sumido en las dudas y en
estado de perpetua irritación. Y para ocultar sus fallos no
paraba de gritarles a sus compañeros y ponerlos a todos como
flanes.
Ante semejante situación, Mourinho se vio obligado a tomar
una decisión, quitarle la titularidad a quien se creía
intocable. De no haber actuado así, su autoridad se habría
debilitado ante la plantilla. A la que, salvo excepciones,
le faltó valor para salir en defensa de su entrenador ante
la avalancha de acusaciones e improperios que fue recibiendo
por parte de una camarilla periodística, liderada por
Alfredo Relaño; director del diario As.
Pero la suerte no estuvo de parte del entrenador portugués;
ya que Adán fue superado por la enorme presión
ambiental habida en contra de su entrenador y contra él.
Luego, cuando se produjo la lesión del mito en Valencia y la
llegada de Diego López, la persecución a José
Mourinho se incrementó aún más. Se hizo con saña. Impropia
de un país civilizado.
Convertido el Madrid en la casa de tócame Roque,
Florentino Pérez nos ha dicho que Casillas es el mejor
portero del mundo y que será el jugador en el que comiencen
todas las alineaciones del Madrid. Que es lo mismo que
decirnos que las alineaciones las harán, a partir de ahora,
Alfredo Relaño y Tomás Roncero, vestido de vikingo,
con la aquiescencia de Carlos Ancelotti o del tío del
tambor. España es así…
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