Voy a contar una experiencia
vivida por si al lector le apetece reproducirla. La
protagonista, ella, la poesía como activista de valores y su
primavera de recitaciones. Está presente en todas partes y,
sin embargo, es al mismo tiempo inasequible.
Incomprensiblemente vive una situación de marginalidad.
Buceemos, pues, por su universal espacio y captemos la
esencia de nuestra común humanidad.
Para empezar, el horizonte de la poesía es un abecedario de
sentimientos que penetra en el camino de los sueños, en la
autenticidad de las palabras, en el presente y también en la
eternidad. Lo pude comprobar hace unos días al ver fundirse
en los diversos lenguajes, los niños de una Escuela de
Padres (la del Colegio “El Carmelo” de Granada), y poetas
que lo son de corazón y vida (del grupo jiennense “Claustro
Poético”), en un emblemático encuentro que tuvo lugar en los
salones de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de
la ciudad y reino de Jaén. Resulta curioso, esta institución
que antaño tuvo especial preocupación por descubrir valores
del arte y las letras, en los tiempos actuales haya servido
una vez más para despertar en los niños el amor por la
poesía, y también para que los poetas maduros se sientan, a
la vez, comprendidos y elogiados por haber seguido
conservando sus ojos de niño. Naturalmente, por las sendas
de la poesía la paz siempre está garantizada y, bajo está
atmósfera armónica, siempre nos va a resultar más fácil
convivir.
Evidentemente, en un mundo tan encerrado y anclado en lo
material, el que se unan diversas generaciones y se reúnan
alrededor de lo poético, pienso que es una buena manera de
reflexionar sobre la existencia y sobre nosotros mismos.
Hasta en las cosas más cotidianas los poetas congregados
visionaron, vieron y vivieron el verso, ellos mismos eran el
propio poema, y lo ofrecieron con la autenticidad de
descubrir un mundo maravilloso que a veces se nos pasa
desapercibido. Por allí estaban los padres de la gente
menuda, pletóricos, sin pestañear, ante la belleza que sus
propios hijos habían descubierto. A veces soñamos mundos
lejanos y cerca tenemos el paraíso, buscamos hermosuras y no
las vemos, aunque convivan con nosotros, cuando lo
verdaderamente admirable es que el ser humano siga creando y
recreándose con horizontes que nunca se deben perder, como
la esperanza, el amor, la fraternidad, y máxime en un mundo
bárbaro y hostil como el presente.
Los niños nos hicieron regresar a la comprensión de las
cosas que son buenas, y lo hicieron de manera natural,
induciéndonos, inevitablemente a un vergel de emociones. Por
su parte, Juan Carlos García-Ojeda Lombardo, María Gila
Justicia y Rocio Biedma, sumándose a esas almas sensibles de
los chavales, nos descubrieron que es posible llenar el
santuario interior de nuestro espíritu con pensamientos
auténticos, bellos y placenteros. Este encuentro nos ha
brindado la ocasión de ver la feliz unión de la poesía, con
unas madres y unos padres preocupados (y ocupados) en dar
respuesta a las inquietudes, dudas y temores de sus hijos.
Al igual que el poeta, no nace sabiendo juntar palabras que
digan algo, los padres también han de aprender a serlo, con
acciones que digan mucho. Sin duda, la poesía nos ejercita a
ese viaje interior que nos transforma y que injerta también
valor para cambiar el mundo.
Por eso, pienso, que el recital de poesía es un recurso
fundamental para confraternizar en cualquier momento, puesto
que nos va a permitir expresar, que todos y cada uno de
nosotros, compartimos los mismos interrogantes y
sentimientos. Al fin y al cabo, la magia de las palabras
tienen corazón cuando la sinceridad resplandece. De ahí, que
muchos lleguemos a la poesía por la senda de la verdad sin
apenas darnos cuenta, salvo al estremecernos, cuando
decimos: ¡qué bonito!.Porque la poesía se dice, no se lee,
se siente.
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