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OPINIÓN - MARTES, 28 DE MAYO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Luis Márquez
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A comienzo de los setenta, en uno de mis viajes a esta tierra, como entrenador del Portuense, y cuando en la Agrupación Deportiva Ceuta jugaban destacados futbolistas como Lima, Zacarizo, Quinichi, Asenjo, Ormaza y otros componentes cuyos nombres lamento no acordarme, recuerdo a Luis Márquez como conductor del taxi que nos prestó los servicios correspondientes.

De su pasión por el fútbol y sobre todo por el primer equipo ceutí, pude dar yo fe entonces. Anécdotas tengo acerca de ello y que tiempo tuve de referírselas a Luis Márquez cuando, siendo yo entrenador del primer equipo de esta ciudad, compartí con él viajes y momentos tan buenos como menos buenos. Y él, sosegado fuera del Alfonso Murube, me decía de qué modo los nervios le podían durante los encuentros.

Fue en diciembre de 1982 cuando no tuve el menor inconveniente en acceder a que LM formara parte de la expedición que partía hacia las Islas Baleares con el fin de jugar dos partidos: contra el Mallorca y el Poblense. Partido suspendido en su día y que hubimos de jugar aprovechando la visita al Luis Sitjar.

Y lo hice, amén de que Luis me caía más que bien, porque entendí que un aficionado tan comprometido con el equipo de sus amores tenía que disfrutar de lo que era sentarse en un banquillo y saber cómo se vivía el fútbol desde una posición en la cual había que domeñar los sentimientos y controlar la pasión.

Aún recuerdo con qué entusiasmo acogió Luis mi invitación y de qué manera tan extraordinaria fue aceptado por los futbolistas. Y, dado que los resultados acompañaron, mi amigo se lo pasó en grande durante cinco días. Días en los que su generosidad, que nunca ha tenido límites, salió a relucir en toda su plenitud.

Lo que no sabía Luis Márquez es que yo le tenía reservado un premio grande. Premio que no esperaba y que lo dejó pasmado cuando le comuniqué en qué iba a consistir. Pero tanto Almagro, capitán del equipo, como yo, lo dispusimos todo de manera que los nervios no sobrepasaran a nuestro amigo. El premio no era otro que salir de delegado de campo, mediante el consentimiento de quien estaba designado ese día: Guillermo Romero.

Llovía a cántaros en La Puebla. Equipo que estaba entrenado por el actual presidente del Mallorca: Serra Ferrer. Y Luis Márquez fue viviendo las vicisitudes del partido de manera tan distinta a cómo las vivía en el Murube que pronto comprendió que el fútbol visto desde un foso no se parecía lo más mínimo al que él presenciaba desde la tribuna.

Aquel miércoles, 8 de diciembre, en el campo del Poblense, Luis Márquez pudo darse cuenta de las dificultades que entraña ser entrenador y cómo el juego exige tan suma atención al técnico cual capacidad de decisión. Ya que aquel partido, su primero en un banquillo, tuvo de todo como en botica. Y, cuando parecía que nos íbamos a quedar sin el premio del resultado favorable, Lope Acosta se jugó la pierna en un lance para hacer un gol que le había prometido a su amigo Luis. Amigos de Luis fueron y siguen siéndolo todos los componentes de aquella expedición: Pedro, Cherino, Bea, Almagro, Navarro, Lolo, Villalba, Niza, Paco, Manolín, Acosta… Y todos los futbolistas que han tenido la suerte de tenerlo como delegado de campo. Tarea que asumió muchos años, tras haberla vivido, sin esperarlo, en las Islas Baleares, por primera vez. Hoy, que sé el momento por el cual estás pasando, no puedo olvidarme de ti: Luis Márquez; querido amigo.
 

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