A comienzo de los setenta, en uno
de mis viajes a esta tierra, como entrenador del Portuense,
y cuando en la Agrupación Deportiva Ceuta jugaban destacados
futbolistas como Lima, Zacarizo, Quinichi, Asenjo, Ormaza
y otros componentes cuyos nombres lamento no acordarme,
recuerdo a Luis Márquez como conductor del taxi que
nos prestó los servicios correspondientes.
De su pasión por el fútbol y sobre todo por el primer equipo
ceutí, pude dar yo fe entonces. Anécdotas tengo acerca de
ello y que tiempo tuve de referírselas a Luis Márquez
cuando, siendo yo entrenador del primer equipo de esta
ciudad, compartí con él viajes y momentos tan buenos como
menos buenos. Y él, sosegado fuera del Alfonso Murube, me
decía de qué modo los nervios le podían durante los
encuentros.
Fue en diciembre de 1982 cuando no tuve el menor
inconveniente en acceder a que LM formara parte de la
expedición que partía hacia las Islas Baleares con el fin de
jugar dos partidos: contra el Mallorca y el Poblense.
Partido suspendido en su día y que hubimos de jugar
aprovechando la visita al Luis Sitjar.
Y lo hice, amén de que Luis me caía más que bien, porque
entendí que un aficionado tan comprometido con el equipo de
sus amores tenía que disfrutar de lo que era sentarse en un
banquillo y saber cómo se vivía el fútbol desde una posición
en la cual había que domeñar los sentimientos y controlar la
pasión.
Aún recuerdo con qué entusiasmo acogió Luis mi invitación y
de qué manera tan extraordinaria fue aceptado por los
futbolistas. Y, dado que los resultados acompañaron, mi
amigo se lo pasó en grande durante cinco días. Días en los
que su generosidad, que nunca ha tenido límites, salió a
relucir en toda su plenitud.
Lo que no sabía Luis Márquez es que yo le tenía reservado un
premio grande. Premio que no esperaba y que lo dejó pasmado
cuando le comuniqué en qué iba a consistir. Pero tanto
Almagro, capitán del equipo, como yo, lo dispusimos todo de
manera que los nervios no sobrepasaran a nuestro amigo. El
premio no era otro que salir de delegado de campo, mediante
el consentimiento de quien estaba designado ese día:
Guillermo Romero.
Llovía a cántaros en La Puebla. Equipo que estaba entrenado
por el actual presidente del Mallorca: Serra Ferrer.
Y Luis Márquez fue viviendo las vicisitudes del partido de
manera tan distinta a cómo las vivía en el Murube que pronto
comprendió que el fútbol visto desde un foso no se parecía
lo más mínimo al que él presenciaba desde la tribuna.
Aquel miércoles, 8 de diciembre, en el campo del Poblense,
Luis Márquez pudo darse cuenta de las dificultades que
entraña ser entrenador y cómo el juego exige tan suma
atención al técnico cual capacidad de decisión. Ya que aquel
partido, su primero en un banquillo, tuvo de todo como en
botica. Y, cuando parecía que nos íbamos a quedar sin el
premio del resultado favorable, Lope Acosta se jugó la
pierna en un lance para hacer un gol que le había prometido
a su amigo Luis. Amigos de Luis fueron y siguen siéndolo
todos los componentes de aquella expedición: Pedro,
Cherino, Bea, Almagro, Navarro, Lolo, Villalba, Niza, Paco,
Manolín, Acosta… Y todos los futbolistas que han tenido
la suerte de tenerlo como delegado de campo. Tarea que
asumió muchos años, tras haberla vivido, sin esperarlo, en
las Islas Baleares, por primera vez. Hoy, que sé el momento
por el cual estás pasando, no puedo olvidarme de ti: Luis
Márquez; querido amigo.
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