Parafraseando el lema con el que este año se ha celebrado el
día de Europa, podríamos comenzar esta charla diciendo: “Se
trata de la historia de Ceuta, se trata de ti”. Porque si
existe una ciudad abierta, dónde todo el mundo es bien
recibido, esa es Ceuta. Y no hay mejor lugar para expresar
la historia que ha confluido en su formación como ciudad
autónoma, que este salón de Pasos Perdidos de la Cámara de
representación territorial que es el Senado español. Porque
se trata de una historia de todos: la de aquel soldado que
la defendió valientemente, la de aquellos visitantes que se
extasían con la contemplación de sus murallas, la de tantos
y tantos ceutíes que se esparcen por la geografía española,
y que como caballas de nacimiento o adopción sienten su
historia y sienten como españoles sus orígenes.
La movilidad poblacional de nuestra ciudad hace que por ella
hayan pasado a lo largo del tiempo muchos españoles; y hay
pocos de los que no lo han hecho, que no tengan alguna
referencia más o menos cercana. Es la de Ceuta, pues, una
historia de todos los españoles, que ha dejado una impronta
innegable en su composición demográfica y confluido
finalmente en una convivencia pacífica, aunque no exenta de
problemas como cualquier convivencia en su devenir
cotidiano. Nadie desea tanto la paz como aquel que ha
padecido su ausencia durante mucho tiempo.
Cristianos, musulmanes, judíos e hindúes forman un
conglomerado difícil de entender si no se conoce la historia
de Ceuta, que bien explicada y analizada puede sirve de nexo
de unión entre sus etnias más que de motivo de
enfrentamiento. Porque la Historia no es la culpable de los
errores humanos sino solo su fedatario y de ella debemos
obtener los mejores y los mayores beneficios en pos de la
paz y la concordia.
Nuestra ciudad tiene la gran suerte de haber sido feudo de
distintas sensibilidades, de diferentes pensamientos y de
continuas motivaciones específicas: fenicios, griegos,
cartagineses, romanos, vándalos, bizantinos, almorávides,
merinies, portugueses y españolas han creado su historia.
Centro comercial con los fenicios, parte de la provincia
Tingitana romana, emporio de riqueza y poder bizantino y
cuna de sabios musulmanes como el geógrafo Idridis. Su
situación geográfica le ha convertido en lugar de paso de
las dos culturas más importantes del mundo: la cristiana y
la musulmana. En este ir y venir de estos intelectuales,
algunos se quedaron en nuestra ciudad y formaron una
Pléyades de pensadores ilustres.
Pero en esta dilatada historia hay unas fechas en las que es
preciso detenerse:
1415, 1581 y 1640 marcan un bucle cronológico clave para
entender nuestro pasado. El acontecimiento que hoy nos reúne
es el del anuncio a los españoles de la conmemoración, en el
plazo de dos años, del seiscientos aniversario de la
conquista de Ceuta por los Portugueses. Aquel 21 de agosto
de 1415 un ejército mandado por Juan I de Portugal,
acompañado de sus hijos Pedro, Juan y Enrique, apodado El
Navegante, y del conde de Barcelos, desembarcó en la playa
de San Amaro. Poco importa ahora el motivo de esta conquista
que tan exactamente ha estudiado Anna Unali. Importa el
hecho de que el 2 de septiembre, cuando la flota abandonó la
ciudad, permanecieran en ella unos cuantos portugueses, poco
más de 2.000 y Ceuta se convirtiera para Portugal en “la
joya de la corona”, donde se forjaría, en la dura lucha por
la supervivencia, lo mejor de su nobleza.
Esos pocos portugueses ceutíes acompañaron al primer
gobernador Pedro de Meneses en la dura tarea de crear una
nueva ciudad con el poder que le daba el aleo o bastón de
mando: “Señor, con este aleo me basto para defender Ceuta de
todos los enemigos” diría, según la tradición, don Pedro de
Meneses al ofrecerse como gobernador al rey Juan I.
Surgieron héroes como Vasco Fernández de Ataide, o como el
príncipe cautivo, don Fernando, muerto en la prisión de Fez
antes que permitir la cesión de Ceuta, Antonio de Noronha o
Gonzalo Mendes de Sa, ; literatos como Camoens, que llegó a
nuestra ciudad a causa de un amor prohibido que le obligó a
abandonar Lisboa, y familias no exentas de nobleza: Correa
da Franca, Araujo, Afonso, Andrade, Mendoza y un sin fin mas
de apellidos nobles que señorearon Ceuta desde aquel 1415.
La conquista portuguesa supuso un cambio drástico en la
ciudad. Esta transformación se visualizó primero en el
urbanismo. Ceuta dejó de ser un rico emporio, aunque en
decadencia, para convertirse en una fortaleza militar.
Utilicemos la imaginación y demos un paseo ideal por esa
Ceuta portuguesa. Empezaríamos por comprobar los cambios
necesarios en su sistema defensivo y veríamos una ciudad
rectangular, rodeada por los cuatro lados por fuertes
murallas y situada entre dos fosos: el oriental o foso
marítimo y el occidental que en esas fechas se encontraba a
medio terminar. Desde el baluarte del Caballero, donde hoy
día ondea la bandera nacional, dirigiríamos nuestros pasos
hacía el lado sur, al baluarte de san Luis, muy cerca del
lugar de los baños de mar veraniego: la Ribera y el
Chorrillo. El viento del sur azotaría nuestros rostros al
pasar por el camino de ronda de la muralla meridional, en el
lugar conocido después como La Brecha, camino del baluarte
de San Simón. Si queremos que las suaves olas acaricien
nuestros pies podríamos descender hasta la playa por la
puerta de la Ribera o quizás por la de la Sardina. Desde el
baluarte de San Simón otro lienzo de muralla cerraba la
ciudad por el este. En su mediación encontraríamos una
puerta con un puente levadizo. Desde allí dos caminos nos
invitarían a pasear entre el verde de los árboles y la
dureza de las viñas de la Almina, entonces despoblada: uno
seguía el mismo trazado que en la actualidad sigue la calle
Real y por el llegaríamos al convento de San Francisco. Por
el otro, denominado del Valle, alcanzaríamos la ermita de
ese nombre, donde según la tradición se dijo la primera misa
en Ceuta. Después, vuelta a la ciudad por la misma puerta de
la Almina. Desde el bastión de San Pedro comenzaba la
muralla norte. Si soplara el viento de poniente, podríamos
detenernos un momento en el lugar llamado Miradouro y
contemplar, como si estuviera al alcance de nuestra mano, el
Peñón de Gibraltar, proa eminente de un navío varado en la
otra orilla. A través de esa muralla llegaríamos al después
llamado bastión de los Mallorquines, hoy nuestro querido
Puente del Cristo. Una puerta cercana, también con puente
levadizo, la Puerta del Campo, nos invitaría a ser valientes
y salir al campo exterior para recorrer el Otero o el Morro
de las Viñas, pero la prudencia quizás nos aconsejara lo
contrario.
Los musulmanes no necesitaban en sus ciudades espacios
abiertos, porque los eventos populares los celebraban fuera
de la medina. Pero la costumbre cristiana requería de una
plaza interior que los portugueses construyeron en la actual
plaza de África. Allí estaría el palacio del gobernador,
cerca de lo que después sería la maestranza de artillería y
hoy el Parador de Turismo. También los templos más
emblemáticos: en 1421 se construyó la catedral de la
Asunción así denominada por la imagen de Nuestra Señora
conocida como La Conquistadora, luego Virgen del Valle o
Portuguesiña, y la ermita de Nuestra Señora de África de
origen legendario como otras muchas casas marianas, dónde se
venera la imagen de la Virgen que donara a la ciudad Enrique
el Navegante. Otros templos cristianos irían surgiendo por
la ciudad: Santiago, San Antonio, San Sebastián, San Blas.
Sus ruas han dejado su impronta en el callejero ceutí.
Podríamos pasear por tres calles principales: la del Norte o
Banda de Gibraltar, nuestro actual Paseo de las Palmeras; y
la del sur o Banda de Berbería, hoy calle Independencia. En
medio una arteria de sabor portugués: la Rua Dereita,
paralela a la Banda del Sur, hoy calle Jaúdenes. Era la
calle mayor, la calle prestigiosa de la ciudad donde se
asentó la nobleza portuguesa.
Pero también podíamos callejear por las serpenteadas ruas
del interior, que llevaban el nombre de las personas de
prestigio que en ellas vivían o de los establecimientos allí
situados: Pacheco, Araña, Alfandega, Oliveira, etc., y las
pequeñas plazas como las del Valle y San Blas.
Si algo nos ocurriera, que Dios no lo quiera ni en la
imaginación, podrían asistirnos en el hospital de la Real
Casa de Misericordia, fundación portuguesa de prestigio
semejante a su matriz, la de Lisboa. Allí se amparaba al
doliente y a esa institución debía pertenecer quien quisiera
ser alguien en la sociedad ceutí.
La Ceuta portuguesa manifestó también una importancia
económica más allá de lo que se podía esperar de una
ciudad-fortaleza: existía agricultura en la Almina, y un
importante comercio. Este se ejercía tanto con la capital
del reino como con el Islam, dispensándose a sus habitantes
de pagar el diezmo de las mercancías llevadas desde tierras
marroquíes a Lisboa. Genoveses, mallorquines, venecianos y
catalanes colaboraron también en este tráfico comercial.
Ceuta tuvo su propia ceca, y es probable que el famoso
ceitil, moneda de cobre puro cuyo nombre deriva del de
Ceuta, pudiera ser acuñado, según Paulo Drumond, en la época
de Juan I para celebrar la conquista de la ciudad. Esta
moneda circuló hasta finales del siglo XVII y fue una de las
utilizadas por Colón para comerciar con los indígenas
americanos: “fasta que vi dar dieciséis ovillos de algodón
por tres ceutíes de Portugal”, escribiría el navegante
genovés en su diario.
Esta era la Ceuta portuguesa, la joya de la corona, pero
África seguía siendo el lugar soñado por los lusitanos que,
llegados a las orillas del Algarve, sintieron la atracción
telúrica del otro lado del mar, donde los cantos de sirena
atraían a sus marinos con supuestas riquezas y misterio ¿Qué
hombre del siglo XVI podía resistirse a cruzar el mar,
aunque fuera embravecido, para encontrar la gloria? A esta
fuerte atracción no fue capaz de sustraerse uno de los reyes
más misterioso y controvertidos de Portugal: don Sebastián.
Desde que fue nombrado rey a los 14 años de edad consideró
que la cristiandad estaba en peligro y el reino de Portugal
era el destinado a salvarla. También podemos especular con
intereses mercantiles entre las razones que movían a
Portugal a su expansión africana. Pero nosotros podemos usar
de nuevo la imaginación y ceder al romanticismo, poniendo en
la voz y el pensamiento del rey portugués unas palabras más
ardientes para explicar su expedición africana:
“Una vez, estando en el monasterio de Batalha —podía haber
dicho el rey portugués— mandé abrir la tumba de Juan II,
luchador valiente en Arzila. El milagro se produjo y aquella
noche vimos, con la luz mortecina de las teas que nos
iluminaba, cómo el cadáver del rey Juan estaba, pese a los
65 años transcurridos desde su muerte, incorrupto y sus
ropas intactas. Era sin duda una señal y así lo hice ver a
mi séquito. África era mi destino y Juan II me lo señalaba”.
Fuese real o fantasía, hubiese un motivo material o solo
fuera la ilusión de un rey enfermo, lo cierto es que don
Sebastián centró su política exterior en África, visitando
incluso en 1574 Ceuta y Tánger. Finalmente encontraría la
muerte en un aciago día del mes de agosto de 1578 en las
cercanías de Alcazarquivir. Su fallecimiento sin
descendencia empujaría a Ceuta hacia la corona de los
Austrias. Felipe II reclamó sus derechos al trono portugués
por ser hijo de Isabel de Portugal y Carlos I. En 1581 las
cortes lusas reunidas en Thomar lo proclamaron rey como
Felipe I de Portugal. En Ceuta no hubo ningún impedimento
para jurarle fidelidad, recibiendo su gobernador, Lionais
Pereira, de manos del duque de Medina Sidonia, el pendón
real con los escudos de armas de España y Portugal. Quizás
con ello deseaba agradecer el socorro prestado por don
Álvaro de Bazán en 1587, hecho inmortalizado en una pintura
mural del palacio del almirante en el Viso del Marques.
También el que el duque de Medina Sidonia asistiera a Ceuta
con soldados y alimentos por mandato de Felipe II que en
1585 envió al doctor Jorge Seco para indagar sobre las
necesidades de su población. La preocupación del monarca por
Ceuta era evidente.
El nuevo rey accedió a respetar la independencia de la
administración portuguesa. Aunque se elaboraron las llamadas
Ordenaçoes Filipinas estas eran en realidad una recopilación
de las Ordenaçoes Manuelinas, de las Estravagantes de Duarte
Núñez y de todas las leyes de origen portugués que se habían
añadido después.
El derecho civil fue el que más perduró, llegando hasta
nuestros días el Fuero de Baylio como ley netamente ceutí,
que puede esgrimirse como una peculiaridad jurídica de
Ceuta.
Su gobernador era nombrado desde Lisboa, la Casa de Ceuta
prorrogaba su labor como garante de su actividad comercial,
el Consejo de Hacienda seguía atendiendo las necesidades
materiales y la Cámara de la Ciudad actuaba como antecedente
municipal.
Todo en Ceuta seguía igual que bajo el poder de la casa de
Avis.
Pero el nacionalismo portugués nunca estuvo de acuerdo con
esta unión, aunque las desavenencias solo comenzaron con los
ataques de holandeses e ingleses a las posesiones
portuguesas en América que los Austrias fueron incapaces de
atajar. Estalló la revolución de 1640 o guerra de
Restauración y Portugal se separaría de la corona de los
Austrias. Ceuta permaneció fiel a Felipe IV (III para los
portugueses).
No hubo una proclamación popular ni un plebiscito. Lo que
ocurrió fue que la nobleza portuguesa de Ceuta creyó más
conveniente mantenerse fiel a los Austrias a pesar de los
intentos de Juan IV de Portugal por atraerse su simpatía y
de los duros castigos que algunas familias ceutíes, como los
Meneses, sufrieron por causa de esa fidelidad a Felipe IV.
El proceso jurídico de transición comenzó con el real
Decreto de 29 de febrero de 1644 y finalizaría con el
acuerdo de las Cortes de 9 de marzo de 1656. El 30 de abril
el rey Felipe IV concedió, de forma definitiva, naturaleza
de sus reinos a la ciudad de Ceuta, confirmando todos sus
fueros, privilegios y exenciones, entre ellos las tensas y
moradías que habían gozado desde la conquista
Es necesario decir que Ceuta no fue arrebatada por las
fuerzas de las armas a Portugal y ello se evidencia en al
punto segundo del tratado de paz de Lisboa de 1668: “… se ha
acordado que se restituyan al Rey Católico las plazas que
durante la guerra le ocuparon las armas de Portugal y a
Portugal las que durante la guerra le ocuparon las armas del
Rey Católico, con todos sus términos, en la forma y manera y
con los límites y fronteras que tenían antes de la guerra…
Pero declaramos que en esta restitución no entra la ciudad
de Ceuta, que ha de quedar en poder del rey Católico, por
las razones que para ello se han tenido presentes”.
Las “razones que se tuvieron presentes” no eran otras sino
que Ceuta no entraba en la consideración de plazas
conquistadas, porque su obediencia al rey Felipe IV fue
voluntaria. A partir de esta paz ya ningún español fue
considerado extranjero en Ceuta.
Algunos autores mantienen que desde 1640 hasta 1668 Ceuta
fue un pequeño Portugal leal a Felipe IV. Pero es evidente
el temprano proceso de españolización que comenzó con la
sustitución de las tropas portuguesas denominadas Bandera
Vieja y Nueva, por españolas: la Bandera de la Ciudad,
formada por seis compañías en vez de cuatro. Si se analiza
la nómina de enfermos que entraban a curarse en el hospital
de la Real Casa de la Misericordia se observa que a partir
de 1641 disminuye ostensiblemente los de origen portugués y
aumentan aquellos que procedían de Andalucía. El porcentaje
de soldados españoles en el siglo XVII era del 49% y el de
portugueses desciende al 21%.
Muchos nobles ceutíes consideraron que eran castellanos y
exigieron que se les trataran como tales a la hora de la
concesión de mercedes. El monarca español maniobró con
sabiduría y les otorgó numerosos privilegios, en lo que ha
sido definido por Becerra como la época de los fueros. El 20
de febrero 1641 Felipe IV concedía a Ceuta el título de “Muy
noble y leal ciudad”.
La población portuguesa se mantuvo estable hasta los años
posteriores a 1668. Pero al mismo tiempo los españoles se
instalaban en la ciudad. Mientras que en 1580 solo había
cinco españoles, entre 1640 y 1700 anotamos ya un total de
275 hombres y 52 mujeres, en su mayoría procedentes de
Andalucía. Los portugueses se situaban, sin embargo, en
torno a los 150. Fue el primer episodio de convivencia
pacífica entre dos grupos nacionales diferentes (portugueses
y españoles) en un ámbito local reducido.
1415, 1581 y 1668 tres años claves para las relaciones
hispano portuguesas en Ceuta, a las que se le fue añadiendo
con el tiempo otras aportaciones culturales. Nuestra ciudad,
por las vicisitudes explicadas, estaba preparada para
recibir cualquier contribución que la engrandeciera y
continua estándolo. Tenemos los ceutíes y melillenses la
oportunidad de ser el laboratorio en el que se geste la
fórmula mágica de la convivencia y la paz, con el
acatamiento que merece la verdad histórica y los derechos
adquiridos y por la senda del respeto mutuo y la
convivencia.
Para finalizar quisiera hacer un pequeño homenaje a los de
mi gremio. Como dijo Oscar Wilde: “cualquiera puede hacer
historia pero solo un gran hombre puede escribirla y
enseñarla”. Y en Ceuta, y fuera de Ceuta, hay mujeres y
hombres, grandes y sabios, que han escrito su historia. No
sería justo concluir esta modesta intervención sin
mencionarlos. Pero como existe el riesgo del olvido
inherente a todo censo, quiero sintetizar esa mención en la
persona de nuestro gran maestro Don Carlos Posac Mons, que
desde sus tierras Tarraconenses llegó al sur del sur, a
enseñarnos nuestra historia con clara vocación de compartir
conocimientos en el seno de una única nación. Su opúsculo La
última década lusitana de Ceuta no deja de sorprendernos aún
después de tantos años desde que vio la luz. También debemos
mencionar a aquellos historiadores que nos han dejado pero
permanecen vivos en sus textos como Guillermo Gozalvez
Bustos, José Smolka, Enrique Jarque, Jesús Salafranca,
Alberto Baeza, Manuel Lería… y aquellos otros que desde
donde quieran que estén estoy seguro que perdonarán mi
olvido. Los que continuamos en esta valiente y gratificante
actividad de desentrañar nuestro pasado para confluir en un
futuro mejor, estamos en deuda con ellos. A todos muchas
gracias de parte de este perenne aprendiz de historiador y a
ustedes mi agradecimiento por acercarse esta mañana
madrileña a conocer cómo hemos sido y como somos los
ceutíes.
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