Ante una situación de alarma
social como la que vivimos desde hace unos años, son muchos
los que se preguntan -los que nos preguntamos- qué es lo que
podemos hacer, pero también son muchos los que dentro de
este colectivo de curiosos realizan la pregunta de manera
escéptica y tendenciosa. Su “bueno, ¿y qué puedo hacer yo?”
es en realidad la expresión de su resignación y su desgana.
Realmente, lo que están diciendo es “déjame en paz, no se
puede hacer nada”, que a su vez significa “déjame en paz, no
quiero que me duela la cabeza por pensar, no me interesa”.
No tienen ningún interés en saber qué pueden hacer. No
quieren saber.
Si les sientas a ver una conferencia de un economista
crítico con el sistema, enseguida disfrazan su pereza de
desconfianza (“sí, claro, este habla mucho pero a saber lo
que hace él”), se aburren y salen huyendo a los 15 minutos.
A lo máximo. Si les recomiendas leer 10 páginas de un libro
del que es posible sacar algo en claro, por pequeño que sea,
te lo tiran a la cara, se niegan a ver un simple documental
y si un especialista les dice que este sistema produce
aberraciones como que las 100 personas más pudientes del
mundo posean una riqueza con la que se podría acabar con el
hambre y la pobreza cuatro veces o que un puñado de grandes
empresas son las que dictan las leyes que deben seguir los
Gobiernos te dicen que lo ven fatal. Lo ven mal, pero siguen
apoyando al sistema, o al menos, reproduciendo las falacias
de éste: “Amancio Ortega se ha ganado lo que tiene”, “los
empresarios crean el trabajo y la riqueza”, etc, cuando es
obvio para cualquier persona con un mínimo de sentido común
que nadie “se gana” poseer 40.000 millones de euros o que el
trabajo (y la riqueza que crea) ya existía antes de que
existieran los empresarios. Sin trabajadores no hay ni
trabajo ni riqueza; sin empresarios, sí. Es la sociedad la
que crea la riqueza, no las grandes empresas.
Que nadie entienda esto como un ataque al pequeño
empresario, al autónomo que decide abrir un bar o una tienda
para ganarse el pan. Cuando hablo de “empresarios” me
refiero a aquellos que tienen el poder de ejercer presión en
los Gobiernos, de jugar con la comida de la gente en los
mercados financieros, de dictarle a un diputado en el
desayuno lo que debe votar, o de trasladar sus fábricas a
países del tercer mundo para ganar más pasta a costa de la
esclavitud de niños y mujeres. Es de esa gente de la que
hablo. “España es el país de la UE donde es más fácil
hacerse rico” dijo Carlos Solchaga, evidenciando que lo que
hace posible la acumulación de barbaridades ingentes de
dinero son los sistemas económicos adoptados por los
Estados, es decir, los modelos basados en “pelotazos”,
burbujas, pillaje, fraude y robo “legal” a las mayorías. Con
unos impuestos realmente justos y progresivos, con leyes que
protegieran de verdad los derechos de los trabajadores, sin
la existencia de paraísos de explotación donde sacar
plusvalía a cambio de un plato de arroz, y con un sistema
que antepusiera el interés social al lucro personal
desmesurado no existirían Amancios Ortegas. “El que es muy
muy rico, o es ladrón o es hijo de ladrones”, que dijo
alguien alguna vez. Para que exista un Amancio Ortega deben
existir personas en paro, niños sin acceso a agua potable,
trabajadores que no llegan a fin de mes y jóvenes con
contratos basura. A eso se le puede llamar de muchas formas,
pero justicia no es una de ellas. Los puestos de trabajo que
estos millonarios crean no son nada si lo comparamos con la
miseria que producen. “Pues si tanto te duele el hambre y la
injusticia, renuncia a todo y vete a África a dar de comer a
los hambrientos o coge un fusil y tírate al monte” dirán
algunos iluminados. Tontos.
¿Qué puedes hacer tú? Pues de momento dejar de pensar que la
solución pasa por gestas o iniciativas individuales. Lo
principal es tomar conciencia de que uno sólo no puede hacer
nada, sino que es a través de la organización como se
consiguen cosas. Uno de los logros del neoliberalismo ha
sido la desmantelación del sentimiento colectivo, hacernos
creer que no debemos agruparnos, sino buscar la justicia de
forma individual. Saben que así es imposible.
Tú puedes hacer algo, puedes hacer “tu parte” dentro de esa
sociedad que sí que puede lograr cosas organizándose, aunque
no sea acabar con la injusticia y proclamar un mundo
perfecto en dos días. Nada se consigue en dos días, ni
individualmente. Las cosas se consiguen cuando miles,
millones de personas se plantan y dicen “hasta aquí”. Y para
conseguir algo así, para lograr que la mayoría se movilice,
lo primero es hablar, hablar, hablar y hablar, ser pesado,
intentar que la gente salga a la calle, informar, pasar
libros, recomendar publicaciones, organizar actos
informativos, etc. Hay que cambiar el sentido común, acabar
con el “no te metas en política” de nuestro franquismo
sociológico y comenzar a construir hegemonía, hacerle ver a
los resignados que sí que es posible cambiar cosas entre
todos, aportando cada uno lo suyo. Es lo que buscan
organizaciones sociales como el Frente Cívico Somos Mayoría:
crear mayoría para que la desobediencia y la rebeldía surjan
efecto. Intentar acabar con la maldita resignación que tan
bien le viene a los de arriba. Mañana, en Ceuta, tenemos la
manifestación contra la LOMCE que el Delegado del Gobierno
nos prohibió hace unos días. Si en lugar de 500 fuésemos
5.000 algo empezaría a cambiar. No todo, pero algo seguro.
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