Todo se ha degenerado. Hemos
perdido tantas identidades, en ocasiones hasta las propias
raíces, que a veces nos superan los acontecimientos.
Evidentemente, la genealogía está unida a nuestra
ascendencia y descendencia, a nuestros vínculos familiares
que son insustituibles. Por eso, desde siempre y con
argumento, la comunidad internacional le ha otorgado a la
consanguinidad un papel imprescindible y fundamental. Así,
desde 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas,
oportunamente promueve y nos invita a celebrar, el quince de
mayo, el día internacional de las familias. Ciertamente, son
muchos los países que ponen de relieve su papel esencial en
este mundo cambiante. Ante todos estos cambios sociales,
avivados aún más por la actual crisis moral y económica,
algunas familias tienen mil dificultades para cumplir con
sus responsabilidades y les cuesta cada vez más ocuparse de
los suyos.
El día que dejemos de ser meros datos estadísticos y
verdaderamente se apoyen las políticas sociales de familia,
y, a la vez, se nos eduque hacia el compromiso de lo que
significa una paternidad y maternidad responsable, la
institución familiar será considerada más allá de la
cuestión normativa. Lejos de brindarle a la familia la mayor
protección y asistencia posibles, vemos que todo se
desvirtúa y que la realidad es muy cruel con algunas
personas. Por desgracia, multitud de familias se desesperan,
se disgregan y caminan sin rumbo, con inevitables
repercusiones en el conjunto de la vida social. Todo se
falsea, hasta el buen juicio. Vivimos en la maldita mentira.
¡Cuántas familias se han separado precisamente por esa moda
alocada de las pasiones! ¡Cuántos niños quedan a diario
huérfanos de padres vivos!. El ser humano no es lo que se
presenta muchas veces en los medios de comunicación, es un
ser que siente, que necesita querer y ser querido, que busca
su genealogía desesperadamente. ¡Qué menos que tener una
familia donde cobijarse!. Con razón es anterior, y más
necesaria que el propio Estado.
Sin duda, los organismos públicos y las fuerzas sociales no
deberían abandonar el espíritu de la familia como tal, en su
carácter genuino. A mi juicio, debemos rescatarla de ese
espíritu mundano, donde todo se tergiversa, hasta el
mismísimo árbol genealógico si con ello conseguimos excluir
responsabilidades. Los actos de violencia, o incluso de
abuso sexual, en la unidad familiar siguen figurando entre
los hechos más frecuentes. Poner fin a este clima de terror,
sobre todo contra las mujeres y personas indefensas, debiera
ser una prioridad clave para todas las naciones. Pienso
también en los graves problemas de la vivienda y del empleo.
Realmente, considero que debe surgir una nueva conciencia y
una renovada sensibilidad con respecto a tantos hogares
maltrechos. Todos estos contextos destructores, lo que ponen
de relieve es la necesidad profunda y universal de que haya
figuras protectoras de esta institución natural, que, por
otra parte, es el porvenir mismo de la sociedad; puesto que
su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un
futuro en armonía.
Cuando se habla de la familia, no se puede por menos de
eludir a la descendencia, a los hijos, que de diversos modos
son víctimas inocentes de un alejamiento de los
progenitores, de un desarraigo que se manifiesta de muchas
maneras. Es el caso de los padres separados, de los hijos de
migrantes, de los niños con discapacidad que han sido
apartados de sus padres contra su voluntad. Los gobiernos
deben abordar prioridades nacionales relacionadas con la
familia, que acrecienten la igualdad entre mujeres y
hombres. La crisis actual, por ejemplo, no puede hacernos
cambiar criterios, que son derechos esenciales para el
bienestar familiar, como puede ser la importancia de
conciliar el trabajo con la vida familiar, puesto que es
vital para el desarrollo de los descendientes que ambos
padres compartan la responsabilidad de la educación.
Tenemos que volver a adentrarnos en la genealogía de la
familia para poner de relieve la necesidad de lograr un
equilibrio entre un trabajo decente y las personas. Las
crisis siempre las pagan los más pobres. Ellos se llevan la
mayor tajada. Familias enteras de todo el mundo carecen de
condiciones dignas de trabajo y de apoyo social para cuidar
de sus familias. Son las numerosas, las monoparentales, las
familias discriminadas, estirpes que suelen vivir en barrios
marginales urbanos o en las zonas rurales. Este es el triste
escenario; mientras unos derrochan, otros sobreviven con
migajas. ¿Dónde están las estrategias centradas en la
familia o las medidas de protección especiales respecto al
género o a los niños?. Que yo sepa sólo está en las palabras
de la ley y ahí no radica la justicia.
Ya en 1994, con motivo de la festividad del día
internacional de la familia, se reconocía el papel
fundamental de las familias en el proceso del desarrollo
humano. Desde luego, las familias aparte de ser la clave
para prevenir rivalidades étnicas y promover la tolerancia,
crea valores en la sociedad que merecen ser protegidos. Las
políticas públicas que promuevan la unidad familiar también
brillan por su ausencia, cuando debieran tratar de favorecer
su desarrollo armónico, no sólo desde el punto de vista de
su vitalidad social, sino también desde la autenticidad de
lo que representa. No olvidemos que la familia, con justicia
se ha dicho, que pertenece al patrimonio de la humanidad.
Por ello, esta festividad debería ser la ocasión propicia
para reivindicar, sin equívocos, su papel en la sociedad.
Creo que se trata de hablar menos y de hacer más, por esas
familias ausentes de la mínima protección que la Declaración
universal reconoce que debe ser garantizada.
Cuestiones tan vitales como las que se dan en una familia,
entre las que está la transmisión de la vida, requiere de
una reflexión profunda, más allá del político de turno. Es
importante no debilitar a la familia, no confundir a la
familia, no sacrificar a la familia, porque al final lo que
se hace es destruirnos como sociedad. Y no olvidemos que,
una sociedad justa, depende del bienestar de su comunidad
básica, que no es otra que la familia como tal, con la
importancia imperecedera de las madres y también con la
necesidad profunda y universal de la figura paterna.
Permitamos que se haga realidad, aquello de que la familia
es el lugar donde las personas aprenden por vez primera los
valores que les guían durante toda su vida.
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