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OPINIÓN - SÁBADO, 11 DE MAYO DE 2013

 
OPINIÓN

La ‘verdadera corrupción’ se escribe en el BOCCE y es legal

Por Ramiro T.


El problema de la corrupción no se encuentra en la financiación ilegal de los partidos políticos, ni en los sobresueldos que han salido a la luz gracias al affaire de Barcenas, ni en los negocios más o menos oportunistas y fraudulentos que puedan hacer algunos miembros de la familia real. Nos tienen muy entretenidos con algunos casos de corrupción muy escandalosos pero que no llegan a ser ni la punta del iceberg de lo que hay. Todos estos casos que tienen responsables con nombres y apellidos son los granitos que supuran pus y que aparecen como síntoma de la enfermedad, pero no son la enfermedad en si. La enfermedad, la corrupción, actúa a otro nivel, a un nivel dificilmente detectable por la justicia, actúa de forma legal y aparentemente sin mácula.

El problema de la corrupción se encuentra en la connivencia entre una clase económica y empresarial poco competitiva y una parte muy importante de nuestra clase política. Algunos empresariado de esta ciudad no tiene más remedio que medrar a costa de Ciudad para sobrevivir, porqué es incapaz de ganar en competividad y en justa lid con otras empresas. Por eso necesita a la Ciudad, por eso necesita políticos fácilmente corruptibles, porqué es más fácil saber a qué puerta hay que llamar para llevarse un concurso que preparar un proyecto sólido que lo gane en competencia y sin ningún género de dudas.

Corrupción es abuso de poder público para cambiar leyes, reglas, concursos públicos y concesiones por sobornos del sector privado, en dinero o especies. Pues para que haya corrupción se necesitan dos delincuentes: corruptor y corrompido. Quien trampea y cobra; quien paga y se beneficia.

Hay un dato sólido que viene a apoyar esta apreciación: España es el estado que más sanciones acumula de la UE por causas diversas, que van de las ayudas ilegales a empresas (el reciente caso Magefesa), a falta de control de las autoridades en diversas actividades económicas ( véase el caso de las plantaciones de viña en Castilla la Mancha y Extremadura), o en adjudicaciones de concursos no ajustadas a la ley. El tribunal de la UE ha sancionado esta semana a España a pagar 33 millones de euros por las adjudicaciones fraudulentas de diversos tramos del AVE que va de Madrid a Barcelona. Esto es corrupción: concursos amañados de antemano, sobrecostes en las obras adjudicadas, atribución de plazas a dedo, recalificación de terrenos, favoritismo electoralista en las inversiones, precios pactados al alza en distintos servicios, trato de favor fiscal , condonación de créditos, favoritismo en la publicidad institucional en medios de comunicación, la lista es interminable y afecta a casi todos los niveles de la producción.

Los políticos reparten dinero público a espuertas bajo apariencia de legalidad, como en el caso de Urdangarin. Todos estos procesos se realizan, repito, en la más estricta legalidad, pero son prácticas corruptas, y de estas prácticas surgen los especimenes oportunistas que intentan sacar provecho propio, o los partidos que intentan sufragar sus gastos como pago a sus favores.

Una de las mejores herramientas que existe para solucionar este problema es la transparencia. Las corruptelas se amparan en la oscuridad. Sin embargo, cuando ponemos luz sobre esta opacidad se hace más difícil amañar concursos públicos a cambio de un soborno u otros favores. Sin opacidad, corruptores y corrompidos lo tendrían mucho más crudo para esconder y perpetrar sus turbios negocios impunemente.

Hay medidas preventivas y paliativas para erradicarla. Entre las primeras, debemos situar la política como un ejercicio de servicio a los ciudadanos y huir del modelo profesionalizado actual que no exige preparación ni formación alguna, limitando la duración de los mandatos. La segunda, es evitar que el controlado designe al controlador, implantándose la figura de la intervención previa por personal de carrera y por estricto escalafón, no a dedo como ocurre ahora. La tercera, pasa por la nítida separación entre la política y la función pública, de manera que se ponga orden entre todo el ejército de contratados laborales, personal estatutario, interinos, eventuales y funcionarios, limitándose el número de asesores y personal de confianza, pues la corrupción normalmente exige de la complicidad de alguno de ellos. Resulta fundamental también que la gestión de las empresas públicas se cambie en la contratación de su personal y en una elección de directivos y gerentes profesionales, no de políticos a recolocar.

De lo contrario, la corrupción, pues, actúa de forma legal, es una enfermedad crónica, una práctica que pocos cuestionan, y que alarma y horroriza a la sociedad cuando vemos que síntomas producen, sean políticos que se enriquecen, sean partidos que se financian. La corrupción es una enfermedad, con una horrible patología, pero es de ley.
 

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