Vivimos en una época peligrosa.
Todo es prisión. No hay manera de volar. Que se lo digan a
las aves migratorias. Cada día los hábitats son más
inadecuados para poder alzar el vuelo. Nos han derrumbado
tantos castillos de aire, que apenas podemos respirar.
Tampoco hemos sabido dominar nuestros impulsos destructores.
Por más campañas de concienciación que nos inventemos, la
cultura del respeto cuesta llevarla a buen término. Tanto es
así, que hemos hecho del planeta un verdadero infierno para
nosotros y, también, para los animales; para el entorno y
para nuestra propia vida. Realmente convivimos con un
corazón cerrado, con unos andares vigilados por los
poderosos, aprisionados por poderes injustos, a los que
ningún poder detiene. Lo malo de toda esta desorientación es
que mucha gente no puede ni emanciparse, está tan enganchada
a un sistema corrupto, que no le dejan ni tiempo para pensar
y, así, poder darse cuenta de la esclavitud a la que le
somete un dominador sin escrúpulos.
Somos una especie con la libertad cautiva o ausente. Nos la
han robado o la hemos dejado perder. Nada nos importa la
naturaleza. También han muerto los predicadores de la
liberación. Al igual que las aves migratorias, los
dominadores nos han cortado las alas. Uno quiere ser, pero
no puede ni ser lo que quiera ser. Sabíamos que al ser
humano como tal no se le valoraba ni se le quiere. Uno vale
por lo que tiene, no por lo que es. No hay verdad mayor en
este mundo de hipócritas con alma de víbora. Nos hemos
confundido de vuelo. Lo que menos necesitamos es poder, y sí
muchos cuidados, mucha comprensión, para poder hallar una
respuesta a lo qué somos, al por qué estamos y por qué
vivimos en este mundo despoblado de humanidad.
Me niego a que la libertad sea para soñarla y no sea para
vivirla. Todos tenemos derecho a disfrutar de ese vivo
paisaje. Donde vive la independencia, todo lo demás sobra.
Ya me gustaría inspirar la conservación de otro mundo más
hermanado, donde en lugar de degradar el ambiente, se
activasen otros vuelos más transparentes y respirables.
Ahora se nos pide que, coincidiendo con el Día Mundial de
las Aves Migratorias (11 y 12 de mayo), cooperemos en la
creación de redes de contacto entre organizaciones para
conservar las pocas aves migratorias que pueden subsistir.
Es más de lo mismo de siempre. Las conductas irresponsables
con el medio ambiente han de ser juzgadas con toda la dureza
de las leyes, tanto las internacionales como las leyes del
país del infractor, para que este tipo de hechos dejen de
repetirse.
Es evidente que las aves necesitan de otros espacios más
propicios para alzar el vuelo de la libertad, pero también
el ser humano precisa contemplar esas rutas de migración
como algo natural, que nadie puede expropiar y mucho menos
apropiárselo a su antojo. Como decía san Ambrosio de Milán:
“la fecundidad de toda la tierra debe ser la fertilidad para
todos”. Ciertamente, así es, o así debe ser, puesto que la
consideración hacia el medio ambiente debiera ser la primera
lección que se enseñase en todas las escuelas del mundo.
Somos nosotros, las personas, y no los poderes, los que
estamos llamados a cultivar y a dominar el planeta, sin
tantas cadenas impuestas, pero con la fuerza ética de un
hacer con vistas al bien común de todos. Ahí radica el signo
distintivo del ser humano.
Por eso, reconozco, que me da mucha tristeza que el dominio
humano, de promover personas autónomas en una sociedad de
libertad, se haya convertido en algo imposible, fruto de las
dominaciones económicas o financieras ejercidas por las
naciones privilegiadas y fuertes. Sin duda, esta falta de
autonomía, absorbida en parte por una colectividad
avariciosa, hace mucho daño a la misma naturaleza humana. En
cualquier caso, hemos de saber que no hay otra medida de
madurez social que la libertad, máxime sí es concebida por
la equidad y se sustenta en la incomparable dignidad del
ciudadano libre.
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