Como ya escribí hace un par de semanas, el sentido de la
propiedad que Rafa Montero ha mostrado en todo momento sobre
el pliego de condiciones del contrato de publicidad
institucional es una muestra inequívoca sobre lo que se ha
previsto. Por ello, en más de una ocasión ha acudido al
departamento correspondiente para interesarse sobre los
extremos del contenido del mismo: “¿Cómo va mi contrato?”
Hay más de un testigo que podrían aseverar el interés
mostrado por Rafa Montero sobre algo que considera suyo: el
pliego de condiciones que fijaba las bases de adjudicación
de un contrato de 3 millones de euros por cuatro años. Una
“mordida” mas que suculenta para una sola empresa: ‘El Faro
de Ceuta’.
Los indicios hacen más que sospechosa la conducta de Rafa
Montero, que nunca se ocultó de mostrar su sentido de la
propiedad, en la confianza que el contrato es para él, sin
ninguna duda. Y así ha ido presumiendo con altanería ante la
sorpresa de quienes le escuchaban hablar de esa manera:
“¿Cómo va mi contrato?”
Son los mismos que estarían dispuestos a testificar en este
sentido sobre una presunta adjudicación ya dirigida, con las
cartas marcadas, como hacen los tramposos en el juego,
contando –claro está- con la anuencia de políticos como el
presidente de la Ciudad.
Estas actitudes propias de una república bananera, nos
retrotraen a otras épocas pasadas, con un caudillaje que
creíamos desterrado en los tiempos de la historia, aunque
parece que todavía hay personajes dispuestos a situarnos en
un mundo tenebroso de sospechas, intrigas, maniobras y
conjuros, que creíamos eliminados de una institución como la
Ciudad Autónoma de Ceuta y de la actual situación
democrática.
Los hechos parecen situarnos ante unos caciques, dispuestos
a todo para someter a quien se oponga a sus pretensiones. El
juego sucio, la venganza, el chanchullo, adquieren un
protagonismo vergonzante. Quienes hacen uso y abuso del
dinero público a su antojo son capaces de arriesgarse a
cualquier objetivo sin escrúpulos.
Juan Vivas y Rafa Montero, éste bajo la nuevas versión de
“¿qué hay de lo mío?” con su “¿cómo va mi contrato?”, nos
llevan a una realidad kafkiana, esperpéntica, draconiana con
quienes se aplica la venganza más burda.
Para llegar a un despacho oficial y tener la osadía de
preguntar “¿cómo va mi contrato?” hay que tener una
desvergüenza tal y una falta de escrúpulos que sólo puede
estar amparada por un político de poder que ha dado plena
seguridad de esa “propiedad” de la que hace gala Rafa
Montero.
Esa frase, altanera, pone en ridículo a los técnicos a
quienes ofende, como si fueran meras marionetas de los
políticos y de las prebendas del poder político para sus
benefactores. Llegar a un despacho oficial interesándose por
un pliego de condiciones, considerándolo propio sin ningún
disimulo, es tan osado y vejatorio para los propios
funcionarios, que los deja completamente desairados y
relegados al papel de meros comparsas de un chanchullo de
grandes dimensiones. Un chanchullo de 3 millones de euros.
Que el dinero público esté en manos de quienes lo utilizan a
su capricho revestido de legalidad, que 3 millones de euros
se otorguen a quien te “baila el agua”, es como si le tocara
la Bonoloto o la Primitiva sin jugar.
Pues que sepan los ceutíes, que hay fundadas razones para
considerar que esa cantidad de dinero, Juan Vivas quiere
ponerla en manos de Rafa Montero para que, durante los
cuatro próximos años, diga a los cuatro vientos que es el
mejor, el más guapo e incluso el más alto.
En este asunto, el objetivo es acabar con ‘El Pueblo’, para
que calle para siempre cualquier desmán del Gobierno Vivas.
Un escándalo de grandes dimensiones que, de producirse, se
desconoce hasta dónde podría llegar. Las redes sociales y la
tecnología, impiden silenciar cualquier asunto. Ya no hay
dinero que pague esos silencios tecnológicos.
Lo peor es las consecuencias para un buen número de familias
que, a causa del “¿cómo va mi contrato?” podrían verse en el
paro.
Esperemos que ese “¿cómo va mi contrato?” no haya caído en
saco roto para los técnicos. Rafa Montero los ha querido
convertir en meros comparsas. En ellos está el ejercer su
verdadero papel para aplicar la legalidad con rigor y, sobre
todo, con justicia. Unos conceptos que los desalmados no
conocen.
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