El continente europeo se hunde por
el paro y la exclusión social. Cada día son más los
ciudadanos europeístas que se rebelan. Se ha propiciado una
austeridad entre los que menos tienen, mientras las grandes
fortunas siguen acrecentando sus riquezas o las
instituciones continúan con sus políticas irresponsables.
Tampoco es de recibo una Europa de varias velocidades,
desintegrada e incapaz de solidarizarse. A mi manera de ver,
se precisa con urgencia una integración solidaria,
auspiciada por controles democráticos, que active principios
responsables. Por otra parte, los europeos tienen que ser
conscientes de que pertenecen a una misma comunidad. No se
puede caer en egoísmos. Europa es lo que es gracias a la
unión, y la solidaridad es cosa de todos. Las cuestiones,
por tanto, no se pueden decidir entre algunos, es la unidad
de sus miembros institucionales los que han de resolver el
camino a tomar. Y lo que tiene que prevalecer es el interés
de la ciudadanía europeísta en su conjunto.
Sería bueno que coincidiendo con este mes de mayo, en el que
celebramos el día de Europa (el día 9), se profundizase en
la alianza antes de que el proyecto se derrumbe. Para
empezar, habría que dignificar dicha conmemoración.
Ciertamente, a pesar de ser el único día de celebración
oficial de la unión europea, en la práctica ninguno de los
países miembros de la unión organiza festividades
conmemorativas de alto nivel, como las que se realizan con
motivo de las fiestas nacionales. Así no se puede crear una
conciencia europeísta. A lo mejor es que no hay nada que
celebrar. En cualquier caso, me niego a que sea una historia
más, de lo que pudo haber sido y no fue. Desde luego,
necesitamos seguir descubriendo nuestras propias raíces, y
bajo este conocerse y respetarse, edificar una convivencia
más solidaria de todos y de cada uno, dejándonos inspirar
por la emblemática herencia humanista, a partir de la cual
se han desarrollado los valores universales de los derechos
inviolables e inalienables de la persona, así como la
libertad, la democracia, la igualdad y el Estado de Derecho
Precisamente, es esta herencia democrática y de adhesión a
los derechos sociales la que debe ayudarnos a ver lo que
otros nos quieren tapar. No se puede convivir cerrando los
ojos a las miserias. Tanto el paro como la exclusión social
son una losa tremenda, algo insoportable para muchos países,
que debe hacernos recapacitar. Y donde no hay desempleo, se
ha precarizado el empleo con salarios indecentes. Es cierto
que esta situación no tiene fácil arreglo, pero está visto
que la filosofía del sacrificio tiene que ser proporcional a
los recursos, sabiendo que ningún país puede salir por sí
mismo del agujero. Tampoco es un acto de justicia imponer
planes de austeridad a unos ciudadanos en apuros, mientras
los corruptos siguen sin devolver lo robado. Evidentemente,
esta situación está generando un amargo resentimiento, que
desestabiliza gobiernos y mina la credibilidad de las
instituciones y de la clase política.
Ahora bien, el día que la unión europea y los diversos
gobiernos nacionales compartan la responsabilidad con las
políticas de empleo, asuntos sociales e inclusión, sin que
la pauta del continente la marque el país con más poder
económico, sino todos por igual, será el momento de avanzar
al menos hacia esa ansiada unidad. No necesitaremos más
literatura que los hechos. A veces uno se pregunta, ¿por qué
dejarse gobernar por Alemania? Habría que escuchar todas las
voces y establecer soluciones coordinadas, donde lo
importante sea Europa y su ciudadanía, no las diversas
nacionalidades. A mi juicio falta cohesión política de los
dirigentes europeístas y falla, también, voluntad de abordar
unidos los problemas. Del mismo modo, sería injusto
culpabilizar de todos los males europeístas a la canciller
Merkel, pero no se trata de que Europa se amolde a Alemania,
sino de que todos nos amoldemos a la solidaridad de una
causa común, la unión europea.
Una Europa de los pueblos, unida en la consideración de la
legítima pluralidad que enriquece a todos los países, en un
proceso abierto de intercambio cultural, precisa de unos
líderes con conciencia europeísta. Con la amenaza social del
paro y la exclusión, la brecha de las desigualdades va en
aumento, y por ende, la tensión se dispara ante empleos en
precario y un bajo nivel de protección de los derechos
laborales. De ahí la importancia que la unión europea, junto
con los países miembros, movilicen todos los instrumentos a
su alcance para generar empleos dignos y, así, poder
alcanzar el ansiado crecimiento económico sostenible.
No se puede hablar de generaciones perdidas y quedarnos tan
pasivos. Europa tiene que comprometerse mucho más con la
reducción del desempleo juvenil. Todos los gobiernos tienen
que priorizar esta penosa realidad. Movilícense recursos.
Para esto no puede haber austeridad. Refuércese el control
de las políticas junto con los países miembros de manera que
los problemas sociales y de empleo no queden eclipsados por
los económicos. En definitiva, ejemplaricen y consoliden la
gobernanza de las políticas de empleo más allá de los
papeles, de las buenas intenciones, de los discursos
fáciles. Un continente no se transforma contando historias,
como la de la austeridad, que nos iba a redimir a todos y
luego resulta que no; sin embargo, sí se le cambia con
evidencias, con modelos económicos intachables, con
políticos honestos dispuestos a trabajar al servicio de
todos y no a la orden de los suyos, con políticas
partidistas.
El trabajo, en definitiva, es lo único que puede garantizar
una realización humana, una libertad completa, un futuro con
optimismo. Ya lo decía Platón, “el legislador no debe
proponerse la felicidad de cierto orden de ciudadanos con
exclusión de los demás, sino la felicidad de todos”, y es en
este sentido, en el que debemos avanzar, con políticas
inclusivas y acciones asistenciales. Para empezar, pienso
que se han de utilizar mejor los fondos de la unión europea
para combatir la discriminación. También la política
comunitaria debe trazar estrategias para invertir
socialmente más con los desfavorecidos, para que puedan
insertarse en el mercado laboral. Por desgracia, la crisis
económica está socavando la sostenibilidad de los sistemas
de protección social, en lugar de impulsar y conseguir
firmes compromisos políticos en la lucha contra la exclusión
en Europa. Sin duda, una sociedad incapaz de erradicar la
pobreza de sus calles, que no trabaja por una distribución
justa y que margina, no merece llamarse humana. Al fin y al
cabo, cada sociedad tiene los gobiernos que quiere. Más de
uno lo único que hace es adormecer a sus gobernados.
Pensábamos que la unión europea, como sociedad dinámica
basada en el conocimiento, tenía otros horizontes. La
decepción no puede ser más desesperante y desesperanzada.
Bien que lo siento.
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