Tener una larga paciencia es, sin
duda alguna, signo evidente de pensar bien. La memoria
parece ser que también tiene dosis de talento. A pesar de
que se nos haya dicho muchas veces que la memoria no deja de
ser la inteligencia de los tontos.
En los tiempos que corren, malos de solemnidad, envilecidos
además por la corrupción y por la pobreza abrumadora que nos
va asediando cada vez más, paciencia y memoria son armas con
las que hay que defenderse, en según qué situaciones.
Es lo que pensaba durante la reciente celebración del Dos de
Mayo cuando decidí tomarme unos días de descanso. Y lo sigo
pensando al volver a escribir en este espacio que me cede un
periódico que vive sometido a las presiones de quien ha
creído conveniente poner a prueba a la empresa editora.
El día dos de este mes de mayo en el cual las primeras
comuniones hacen posible que las calles sean una pasarela de
mujeres convertidas en imán de las miradas, coincidí en un
establecimiento con nuestro alcalde. Quien iba acompañado
por personas muy afines a él. Y, como mandan las reglas de
la buena educación, lo abordé para saludarle. Y debo
confesar que su respuesta fue la que yo esperaba: congelada.
Dado que nuestro alcalde y sus afines estaban compartiendo
mesa y mantel en un reservado y uno estaba como único
comensal en el comedor principal, el poquito de jolgorio de
nuestro alcalde y personas cercanas a él me llegaba con
nitidez. Risas y comentarios se expandían por el habitáculo.
Aunque la alegría de todos ellos no impedía que mi
imaginación se echara a volar.
Y me dije que un país en democracia no necesita de mitos,
sino vivir con naturalidad, sin tribus ni biblias políticas,
el hecho nacional. En este caso, el hecho local. Un pueblo
en democracia no vive de metafísica, sino de compartir un
común legado de recuerdos, de lealtades no excluyentes, que
permiten mirar el pasado sin ira. “El mito corrompe la
Historia, aísla los hechos del mundo, los deja hundidos en
un marasmo, en un sueño de vencedores y vencidos”.
Con lo cual el enfrentamiento se extiende en el tiempo junto
al victimismo agresivo, de ahí que las sociedades más sanas
sean aquellas que, libres de furores absolutos, pulverizan
con el debate razonado las manipulaciones mitológicas.
Poniendo el sentido común encima de la mesa donde las
discusiones deban celebrarse. En suma: “Eco y espejo, el
mito contamina el presente de viejos fantasmas”. Así, cuando
los malos recuerdos afloran y cuando las malas acciones,
yacentes entre telarañas, surgen dispuestas a cobrar
actualidad, Capuletos y Montescos acaban haciéndose daños
impensables y ambos terminan, tras la batalla campal,
disminuidos en todos los sentidos. Y nada hay más terrible
que el odio del posible perdedor. Si lo hubiera.
Mis pensamientos, de haberme sido posible, se los hubiera
transmitido a nuestro alcalde, cuando tuvimos otra vez la
ocasión de vernos para despedirnos. Una despedida carente ya
de ese frío que lo gélido produce. Como debe ser el trato
entre personas normales. Por más que sea entre un alcalde y
alguien que escribe en un periódico cuyo error, si lo hubo,
fue ayudar más de lo conveniente a la causa del mito.
Y es que cualquier persona con dos dedos de frente sabe que
criticando los absolutos comienza la esperanza, comienza la
libertad. De mitos están los cementerios llenos. Pues
siempre hubo un Mourinho acechante.
|