Tradición, gastronomía y atractivo turístico. Cuando se
habla de ‘volaores’ en Ceuta es hacerlo de una cultura
arraigada al mar y que en él ha encontrado sus raíces. Sin
embargo, estas se debilitan poco a poco, en silencio, y sin
que nadie las mime para que sigan siendo un referente. En
las últimas décadas se ha pasado de ver decenas de puestos
de salazón a encontrar cinco en la explanada de Juan XXIII.
Esto es un reducto del esplendor que tuvo esta actividad en
otras épocas y que ahora supone un vestigio para turistas. Y
es que, precisamente estos son los que, con sus compras,
favorecen que sobreviva una actividad que apenas da para
pagar gastos en los meses de verano. Uno de los propietarios
de estos puestos cuenta como “de vez en cuando se saca para
comer”, pero asegura que fuera de la temporada estival
tienen que dedicarse a otro trabajo para subsistir. Desde
mayo y hasta septiembre, los que se dedican a secar volaores
y bonito casi viven en estos puestos, a orillas de la playa,
en el que el olor a salazón lo domina todo. “Este oficio es
una tradición que ha pasado de padres a hijos”, cuenta el
responsable de uno de los puestos, que paga 700 euros de
alquiler por el contenedor, que se convierte en tienda y
casa, y 175 euros para obtener el permiso de la Ciudad con
el que instalarse en la explanada durante los meses de
verano.
“Esto es pa’ la gente de fuera”, señala este hombre curtido
en la mar y que desde hace veinte años se dedica a los
volaores. Es un atractivo turístico que desde la Ciudad han
utilizado como gancho, pero al que poca atención se le
presta. De media, el precio de los volaores está en 2,5
euros al igual que el lomo de bonito. La pieza entera cuesta
entre 12 y 18 euros, dependiendo del tamaño del bonito y la
hueva oscila entre los tres y los siete euros, según explica
el responsable de este puesto, uno de los cinco que
mantienen la tradición.
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