A estas alturas de mis años, casi
nada me sorprende, tras todo aquello que debió ser ulterior
a mis sueños utópicos e idílicos cuando era un crío,
adolescente o joven.
Épocas, en las que desde la inocente e ingenua ignorancia,
respetaba lo que había que respetar y más, por así estar
impuesto a través de los dogmas incuestionables del antiguo
régimen.
Herencia incongruente aceptada y adoptada en determinados
conceptos, por el actual sistema político andaluz
socialista, y por el estatal nacional español, de las
diferentes formaciones políticas imperantes en esta
democracia de gran auge para el capitalismo.
Consecuentemente, creo, que gran parte de lo que me ha
rodeado ha sido una mentira, farsa y sinvergonzonería. Y de
forma que me acerco por ley natural a las puertas del
infierno, se avivan las guadañas de los verdugos de los
poderes habidos y por haber, para achicharrarme cuando
llegue ligero de equipaje.
Porque, desde que diera en esta jungla mis primeros pasos en
la calle Galileo, Carboneros y Díaz de Mendoza de La Línea
de la Concepción; ciudad andaluza y gaditana creada a la
sombra del Peñón de Gibraltar, y que actualmente ocupa el
primer lugar de desempleados en España con una tasa superior
al 40%. Me inculcaron por la década de los sesenta del
pasado siglo que “Dios premia a los buenos y castiga a los
malos” que “los niños vienen de Paris” y que “Dios hizo al
hombre de la costilla de Eva”.
Tras esos falsos principios y muchos más similares que me
incrustaron en el disco duro del creer y ser. Un día tras
otro, surge un similar motivo religioso, político,
económico… que provocan que se me agite la pólvora mojada
que llevo en mis entrañas.
Porque debe saber el Dios que abrió los mares, para que
pasaran los suyos dejando que se ahogaran los demás. Que
debo contener continuamente mis penas, haciéndolo en estos
momentos, a través de la palabra escrita con la roja tinta
de mi estilográfica. Al ser el mejor antídoto de cuantos
haya para combatir a las hienas racionales encorbatas más
cruentas y malignas del universo.
Por ello, debo confesar y confieso, que tras el amargo
triunfo del Real Madrid C. F. ante el Borussia de Dortmund
alemán el 30 de abril pasado, cayendo los ‘merengues’
eliminados de la Copa de Europa. Comprobé, una vez más, que
el fanatismo de las masas mueven montañas. Y al no poder
reconciliar el sueño, no por la derrota madridista, sino por
ciertos comportamientos incívicos, necesitaba unas dosis de
paz para mi relajación corporal y mental.
Por lo que, fui a mi biblioteca y al azar seleccioné para
leer el libro titulado “El viejo y el mar” de Ernest
Hemingway. Siendo gratificante e interesante el medio
centenar de páginas que imbuí antes de pasar al más allá del
dormitar; relajándome totalmente lo narrado hasta ese
momento, sobre “la lucha de un pescador con su presa: una
batalla contra las adversidades que esconde un desafío moral
y revela la ambigüedad de los conceptos tales como derrota o
victoria”. Escribiendo William Faulkner en la contraportada,
además, que “en esta novela Hemingway había descubierto a
Dios“.
Muy afortunado fue Hemingway si lo descubrió, porque lo
llevo buscando medio siglo y, como aún no lo he encontrado,
voy a tener que acudir al programa de Tele5: “Hay una cosa
que te quiero decir” para que lo localicen. Y si lo
encuentran, pedirle más de una explicación, de muchas cosas
que dicen sus benefactores que hizo y que no son tan
benignas como me hicieron creer siendo un niño.
Una de ellas, por ejemplo, es que creó al mundo en seis días
y al séptimo descansó, dejando todo lo creado peor que dejó
a Sodoma y Gomorra. Creyendo, que si no mueve ni un dedo
desde entonces, es porque tendrá remordimientos de
conciencia o, porque se encuentran en el paro cobrando la
prestación por desempleo, la ayuda familiar u otras
subvenciones con dineros públicos europeos.
Siendo curioso, que en la mañana siguiente de lo anterior
(1º de mayo ‘Día del Trabajo’), un buldog llamado ‘Hemingway’,
estaba siendo adiestrado en un programa de la tele por el
encantador de perros, Cesar Millán, al haber sido educado el
animal muy mal por sus dueños, al tratarlo como una persona
y no como a un perro, comportándose agresivo y dominante
ante lo que se le acercaba.
Creyendo, que en la política hay seres humanos, a los que
los ciudadanos tratan como tal sin merecérselos. Como
ocurriera hace un par de domingos en el Restaurante Pizarro
de Alcalá de los Gazules (Cádiz), cuando un gran amigo
octogenario vio pasar a una alta personalidad política
nacional del PSOE. Y al preguntarle dos veces: “¿Es usted
don Manuel?”. El político no le hizo ni caso continuando
caminando sin pararse, por lo que no me pude reprimir,
diciéndole a mi amigo -¡No le llames don, no le llamen don a
ese!
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