Uno lleva ya muchos años tratando
a los políticos como para no haberse aprendido dos cosas
fundamentales: la primera es que nada hay más terrible que
un poder ilimitado en manos de un ser limitado en muchos
aspectos. La segunda, que los políticos vapuleados son como
boxeadores golpeados: el doble de peligrosos. Por
consiguiente, nadie me podrá echar en cara ni un ápice de
inconsciencia en cuanto a lo que vengo escribiendo acerca
del ‘caso Urbaser’.
Decía yo ayer, que me reservaba para hoy mi última opinión
acerca de lo ocurrido en el pleno del lunes pasado. Así que
decidí escribir a esa hora en la que los miembros del
gobierno y de la oposición se habían tomado un descanso de
una hora para comer. Por lo cual aún no sabía de qué modo
iba a defender el portavoz del gobierno la reprobación de
Caballas por el escándalo referido al contrato de la basura.
No saber lo que iba a decir Guillermo Martínez,
Guillermito para los suyos, no suponía que a mí me pudiera
sorprender la manera de reaccionar de un muchacho que lleva
defendiendo lo indefendible y a quien se le están
reprochando todas las mentiras con las que trata de ocultar
las muchas debilidades de un político limitado y que anda
convencido de que es Napoleón Bonaparte.
Tan acorralado se ha sentido el portavoz del Gobierno, en
los últimos días, que hasta ha llegado a ignorar que a
Juan Bautista le decapitaron porque denunció
públicamente la conducta del rey Herodes y que a
Cristo le crucificaron por antipatriota, según se lee en el
evangelio según Juan.
Guillermo Martínez, con la faz desencajada, la nariz fuera
de sitio, y la ira congestionando su cara, que de por sí es
dura, tachó de insidioso y espúreo al secretario general de
los socialistas de Ceuta. Insulto gravísimo el segundo, sin
que el primero carezca de mala intención, ambos dirigidos a
quien ha cumplido con su obligación de político en la
oposición: denunciar las arbitrariedades cometidas por el
gobierno presidido por un alcalde con tanto poder cual
limitaciones tiene para continuar en el cargo. Su castigo
tendrá, tarde o temprano.
Guillermo Martínez debería darse cuenta de que forma parte
de una comparsa que encubre las barbaridades de un alcalde
que ha perdido el oremus. De un alcalde que debe darse
cuenta cuanto antes de que los ceutíes no le quieren. Porque
se han percatado de que miente más que habla. Un alcalde que
lleva ya mucho tiempo sometido a la voluntad de la coalición
Caballas. En la que ordena y manda Juan Luis Aróstegui.
Un Aróstegui que se ha visto obligado a secundar la denuncia
de Carracao por necesidad. Pero a quien le ha venido más que
bien que la denuncia del secretario general de los
socialistas haya acabado en el juzgado. Donde puede estar
diez años pendiente de sentencia.
Nuestro alcalde, en estos momentos, duros donde los haya, y
dado que él no es persona capaz de enfrentarse a los
problemas en corto y por derecho, está pasando por un trance
difícil. Muy difícil. Puesto que él sabe mejor que nadie que
no está el horno para bollos. Y que su forma de actuar puede
ocasionarle graves problemas.
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