Es importante que haya gente pija
y rica, que luego son los que gastan y consumen”. Esta
perla, esta basura verbal, esta estupidez, este insulto a la
inteligencia ha salido de la boca de la delegada del
gobierno de Cataluña, María de los LLanos de Luna, y
constituye una falta de respeto más hacia las clases
populares, algo a lo que el Partido Popular nos tiene más
que acostumbrados. Andrea Fabra dijo “que se jodan” a los
parados. María Dolores de Cospedal califica de “nazis” a los
que se oponen a los desahucios. Y esta tipa nos dice que
debemos dar gracias a Dios por la existencia de ricos, es
decir, que debemos dar gracias por la desigualdad y por la
existencia de pobres. Ese es el nivel.
Decir que sin ricos no existiría consumo es una afirmación
tan sumamente estúpida que apenas merece contestación. Lo
que sí que llama la atención es que sea un cargo público,
toda una delegada de Gobierno, la que se atreva a expresar
semejante estulticia. Al parecer, los pobres no compran pan,
ni zapatillas, ni relojes, ni camisetas, ni libros, ni
ordenadores. Los pobres son una lacra cuyo mantenimiento es
posible gracias única y exclusivamente al consumo de los
pudientes, de aquellos que coinciden con la señora María de
los LLanos de Luna en torneos de tenis para pijos. Vergüenza
absoluta.
Últimamente, el Partido Popular anda muy preocupado por la
violencia. Ya saben, los escraches y eso. Yo digo que
violencia es un comentario como el de la delegada del
Gobierno de Cataluña. Su Gobierno empobrece a la población,
recorta derechos fundamentales y agranda la desigualdad. Y
va la señora y le dice a los pobres que admiren a los ricos.
En lugar de luchar contra la pobreza, nos dice que tenemos
que darle las gracias a la gente de pasta por hacer posible
que nuestro pan entre en casa cada día. Con 6.200.000 de
parados. No se puede ser más ridícula e insultante. No se
puede hacer más apología del clasismo.
Lo peor de todo es que habrá parados y mileuristas que
apoyen a la señora, que como ella crean que los millonarios
deben ser motivo de orgullo nacional. Se me viene a la
cabeza una historia que le oí hace tiempo a Julio Anguita,
la de la pobre del siglo XIX que para subsistir se ve
obligada a vender cerillas en la puerta de la ópera de
Madrid y al ver a los ricos con sus joyas y sus abrigos de
piel dice: “¡qué bien vivimos en Madrid!”. Nada más triste
que pobres pensando como ricos.
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