España llevaba ya tiempo instalada
en el drama. Debido a los despilfarros cometidos años atrás
y a los desaciertos de quienes nos gobiernan desde hace un
año y medio. Los gobernantes actuales, cuando eran
oposición, decían a una voz: El PSOE es paro, paro, paro… El
Partido Popular es empleo, empleo, empleo… Al frente de la
comitiva que tan buenas nuevas proclamaban y que nos hacían
pasar de la tristeza a la alegría, iba el campeón de los
populares: Javier Arenas.
Al cabo de un año y medio, los políticos que auguraban
alegrías no han sabido qué hacer para que del drama se haya
pasado a la tragedia. El desastre económico se está
produciendo en un país al borde de la ruina total,
envilecido por la corrupción y donde los reinos de Taifas
hacen y deshacen a su antojo.
Ante tanto infortunio, Mariano Rajoy cierra los ojos
y puede que nos desayunemos un día con la noticia de que el
presidente ha sido superado por las circunstancias de una
España en bancarrota y que los médicos le han aconsejado que
se vaya a recuperarse a un balneario donde entre masajes,
habanos y lecturas de periódicos deportivos, pueda recuperar
su maltrecha salud. Cosas peores se han visto.
El presidente del Gobierno, sometido a Ángela Merkel,
esclavo de ella, no sabe cómo decirles a los españoles que
estamos a un paso de volver a vivir como en los años del
miedo. Algo que él no vivió pero que sí recordamos quienes
nacimos cuando aún sonaban los últimos cañonazos de la
guerra incivil.
Rajoy quiere que vayamos preparándonos para lo peor: es
decir, para hacernos comprender que seis millones de parados
son pocos; que lo más seguro es que tengamos que llegar a
once o doce millones para contentar a las autoridades
alemanas, holandesas y filandesas. Que hablan de los cerdos
de la Europa sureña, como si tal cosa. Y en el ambiente
flota el miedo y la ira. Por lo que la insurrección
ciudadana puede darse en cualquier momento.
Tal y como están las cosas, no debe resultar extraño que
Rajoy haya decidido echarse en los brazos del ministro
Cristóbal Montoro; así que ya podemos invocar a todos
los santos. O decir lo que solían decir nuestros mayores
ante situaciones trágicas: que Dios nos coja confesados.
Las cosas están para echarse a llorar. Así que el presidente
del Gobierno les ha dicho a presidentes autonómicos y
alcaldes que allá ellos con sus problemas. Que él se llana a
andana en estos momentos. Que bastante tiene con irse a
Bruselas, cada dos por tres a lisonjear a la Merkel. Y tener
que soportar que ésta le llame calzonazos por no haber
cortado de un tajo las corrupciones que no cesan. Las
corrupciones que no cesan y los endeudamientos tampoco
ceden. No hay más que ver la portada de este periódico -en
el día de ayer- donde se nos dice que Ceuta es la primera
ciudad relativamente grande, más endeudada. Lo cual supone
un varapalo para nuestro alcalde.
Nuestro alcalde, en momentos donde la tragedia se masca en
el ambiente -no hay más que haber leído ‘La Razón’ del
domingo, periódico de cabecera del PP y que tiene a
Francisco Marhuenda, su director, como principal
adulador de don Mariano, para percatarse de que el Gobierno
está tocando fondo-, en vez de sacar a relucir el sentido
común, ha decidido fomentar las guerras intestinas. Cuando
las trágicas circunstancias concurrentes aconsejan medir
muchísimo las decisiones que se toman.
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