Los reponsables del Gobierno local constituyen una especie
de hermandad nazarena en la que se cubren a unos a otros
cuando vienen mal dadas, aunque en tiempos de gloria
intenten devorarse con elegancia. Frente a la rapidez
vertiginosa con que son desahuciados quienes no pagan su
hipoteca, escasean las dimisiones, los cedes, las sanciones
administrativas o inhabilitaciones por conductas tan
ejemplares como el maquillaje contables, prácticas engañosas
de todo pelaje y cualquier tipo de conducta que encaje en el
código civil y penal.
Las últimas revelaciones sobre el caso de Urbaser, al que se
añade ahora Contenur, son de la mayor gravedad y exigen la
depuración de las responsabilidades políticas inmediatas. Y
en estas últimas y de especial manera las del actual
Consejero de Economía y Hacienda, Guillermo Martínez, y las
del Interventor, José María Caminero.
Han sido nada menos que diez años con contabilidad
irregular, con pagos indebidos, con descontrol, etc. Y
alguien ha de hacerse responsable de este desastre con
dinero público. Aquí, se han hecho todos los esfuerzos por
matar al mensajero, en vez de pedir disculpas y ejercer
responsabilidades a quienes son los causantes de esta
dinámica de descontrol y anarquía contable.
No solo es el caso Urbaser. Hace ahora un año del asunto de
las facturas escondidas en los cajones sin consignación
presupuestaria y que hizo aflorar una deuda de 80 millones
de euros con proovedores, otra alegría más fruto de ese
descontrol contable, donde nadie fue culpable y tampoco se
depuraron responsabilidades.
¿Dónde estaba el Consejero de Economía y Hacienda, Guillermo
Martínez? ¿Y el Interventor, José María Caminero? ¿Cuál ha
sido su intervención, cómo ha participado o como se ha
inhibido? ¿Dónde estaban todos los que ahora pierden sus
glúteos por recurrir a informes y a Comisiones de todo tipo?
¿Hasta ahora qué responsabilidad se ha tomado? Ninguna.
Aquí, no se olvide, hay responsables políticos, que nadan en
la mayor impunidad y se creen intocables por aquélla
creencia de que en Ceuta nunca pasada nada. De momento.
Si el Presidente Vivas quiere mirar hacia otro lado allá él
con sus decisiones porque perderá más credibilidad de la que
se imagina. De hecho, la credibilidad del Gobierno local
pasa por sus perores momentos. Juan Vivas, cada vez está más
deteriorado en su imagen de rigor y pulcritud económica. Se
ha demostrado que este verdadero desastre es como un pozo
sin fin, porque ahora surge, con los mismos métodos el caso
Contenur. ¿Es que toda esta situación no va a tener fin? ¿Es
que todo el sistema financiero de la Ciudad está podrido?
No nos valen tantas Comisiones para no hacer nada y salir
con la cabeza caliente y los pies fríos. Reuniones y más
reuniones para luego acabar en estos métodos de república
bananera. Todas las argucias para dilatar en el tiempo y
tapar los desaguisados, son la fórmula de no aclarar nada y
tratar de diluir las responsabilidades que ya deberían estar
encima de la mesa.
Si Vivas no quiere cesar a Guillermo Martínez y a José María
Caminero y pretenden arreglar el caso reforzando las
posiciones, allá él. Y si quiere jugar, hasta el último
disparo, a la ruleta rusa en el caso de Urbaser, allá él.
Pero se equivoca, porque aquí no caben excusas, ni huidas
hacia delante, ni escudos frente a la izquierda, ni mas
mentiras ni mas obscenidad política y social. Más bien y al
contrario a lo que obliga el presente momento es mucho más
directo y sencillo: ejemplaridad y responsabilidad.
Y si Guillermo Martínez y José María Caminero no dimiten o
son cesados, todo lo que haga el PP para recomponer su
discurso se quedará en poca cosa o en nada, porque habrá
perdido la credibilidad que le queda, que no es mucha y así
habrá añadido a sus problemas de cohesión interna y de
liderazgo cuestiones relativas a la honradez y a la dignidad
y eso no se arregla con facilidad.
No es posible que ante este caos contable y económico, a
Guillermo Martínez y José María Caminero no les saquen ni
puntos del carnet. Y aunque las revanchas no conducen a
nada, más de uno debe de añorar esa conducta expiatoria, esa
sublimación del honor, que empujaba a ejecutivos japoneses a
ahorcarse o hacerse el harakiri cuando quebraban sus
empresas. Aquí, el máximo coraje que encontraríamos a la
hora de autolesionarse podría solucionarse con una tirita.
¡Cielos, qué dolor!
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