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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 24 DE ABRIL DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Fobias y miedos de nuestro alcalde
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hoy, cuando escribo, se está celebrando el Día del Libro y se me viene a la mente que fue en Madrid, cuando apenas si los felices sesenta se habían estrenado, donde yo descubrí lo mucho que se podía disfrutar leyendo los artículos de César González Ruano. Por aquel tiempo, leía yo compulsivamente a los maestros rusos. Y quienes se enteraban de mis preferencias literarias no se explicaban cómo era posible que un amante de los artículos de opinión pudiera aguantar la prosa densa de los escritores surgidos del frío.

En el Madrid de 1960, cuando España comenzaba a despegar en muchos aspectos, la gente principiaba ya a leer el periódico en el metro, en el autobús y en la barra de la cafetería mientras se desayunaba. Prueba evidente de que la vida comenzaba a exigir más ritmo y, desde luego, a que se comía mucho mejor que diez años atrás. De esa manera, el artículo corto, literario y capaz de crear opinión, ganaba adeptos sin cesar.

Pero aún quedaban años por delante para que la columna se convirtiera en el género estrella de los medios escritos. Umbral, el mejor entre los mejores columnistas, hablaba de la columna periodística como el fenómeno social y cultural más significativo de la transición española y de nuestra democracia. Y a fe que estaba autorizado para expresarse así.

La columna tiene su medida: apenas quinientas palabras que se leen en un santiamén. Y juega con la ventaja de aportar interpretación al contenido de la información. Una información que el lector de periódicos ha oído ya en radio y televisión. Por lo cual, salvo raras excepciones, apenas si la busca en las páginas escritas. A no ser que se hagan portadas como las que vienen haciendo en ‘El Pueblo de Ceuta” sobre el ‘caso Urbaser’.

Perdida por los periódicos la batalla de la información rápida, los editores se vieron obligados a dar preferencias a las plumas capaces de contar muchas cosas y que pudieran ser leídas en pocos minutos. Las mejores serán aquellas que lo consigan brillantemente y que hagan pensar a sus fieles.

Un periódico sin columnista es como un guiso sin sal. De ahí que hasta en provincias fueron surgiendo, cada vez más, escritores de este menester literario. Conviene decir, cuanto antes, que un buen escritor no es necesariamente un buen crítico, como un buen borracho no es necesariamente un buen encargado de un bar. No me acuerdo del nombre del autor de la cita.

Los columnistas pueden disentir perfectamente de la línea editorial del medio en el cual escriben. Pero nunca deben llevarle la contraria por sistema. Ya que entonces habría que averiguar las causas de esa disonancia entre partes. Y, claro, seguro que hallaríamos problemas difíciles de ser subsanados entre el editor y quien escribe. Mentiría, pues, si dijera que yo no he pasado por trances difíciles en este medio. Quizá porque mis intuiciones, basadas en el conocimiento que tengo de la primera autoridad municipal, me hacían gritar a los cuatro vientos que había que cuidarse de sus fobias y sobre todo de sus miedos.

Los que le hacen cometer desatinos contra quienes más empeño hayan puesto en tapar sus debilidades. En ayudarlo a crecer. Y nadie me creía. Por ello, en momentos donde este medio está siendo perseguido con saña por un alcalde que trata de actuar como verdugo para demostrarse a sí mismo que está sobrado de valor, no tengo más remedio que unirme al editorial más que nunca.
 

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