Reconozco que me entusiasman las
personas que fomentan la creatividad. No pongamos barreras
al pensamiento, tampoco a la imaginación, y mucho menos a la
hora de dar luz a nuestras reflexiones. El universo de las
ideas es un patrimonio que todos nos merecemos. Lo que nos
separa a unos de otros, no son tanto las opiniones, sino más
bien los intereses. Celebremos, pues, coincidiendo con el
día mundial de la propiedad intelectual (26 de abril), la
capacidad del ser humano por avanzar. Todos en el fondo
llevamos un artista dentro de nosotros, un pensador, un ser
al que le gusta experimentar y dejarse sorprender. El
talento, en buena medida, es una cuestión de tenacidad, de
disciplina, de voluntad. Si uno deja perder esta virtud,
desaprovecha ese futuro que nos pertenece. Porque
evidentemente, son nuestros propios recursos humanos, como
la curiosidad y la búsqueda, la innovación y el deseo, de
los que depende la prosperidad del mañana.
Sin duda, de las ideas de hoy saldrán nuevos caminos que
conllevarán diversos horizontes, contribuyendo de esta
manera al progreso social del mundo. Tenemos que apostar por
los foros de pensamiento, escucharnos unos a otros y alentar
al diálogo, con el firme compromiso de avivar una cultura en
la que nadie quede excluido de sus sueños. Lo que antaño era
ciencia ficción ahora es pura realidad. Por tanto, ¿qué nos
aguarda? ¿Cuál es el futuro más allá del presente?. Todos
estos interrogantes deben llevarnos a indagar sobre el tipo
de bienestar que queremos en los próximos tiempos. De ahí la
importancia de participar como obreros del saber en
cualquiera de sus formas, de tocar con nuestro innato
ingenio la sensibilidad individual y colectiva de los
semejantes, de suscitar sueños y esperanzas, de poder
ensanchar los conocimientos y el compromiso ciudadano. Todos
tenemos la obligación de hablar al corazón de la humanidad y
de ponernos al servicio de las gentes. Y para ello, tampoco
hacen falta poseer dotes especiales.
El discernimiento, o si quieren el talento de la conciencia
crítica, nos inspira a todos por igual para trabajar juntos,
hombres y mujeres, personas jóvenes y mayores, con la
intención puesta en un pensamiento universal creativo, sin
fronteras ni frentes, bajo el respeto a los derechos
humanos. Está visto que la mayor propiedad intelectual es
una propiedad humana compartida, entregada a los demás,
vivida por y para los demás. Así ha de ser el futuro que
todos queremos, servidores de los servidores. La pobreza y
el hambre siguen con nosotros mientras no tomemos conciencia
de servicio. Que todo esto no parezca una utopía
irrealizable. Ha llegado el momento de transmitir una nueva
luz, de unión y unidad, lejos de todo cinismo. Debemos
aprender a no tener miedo, a recuperar la confianza de que
el futuro es algo que no pertenece a nadie por sí mismo y
que nos interesa a todos.
Por eso es bueno pensar en el futuro, aunque a veces nos
encadene a una silenciosa desesperación, pero tenemos que
tener el valor de hacer germinar nuevas fuerzas, aunque
parezca que todo está terminado. La solución a los problemas
casi siempre se inician en nuestro interior que es donde se
halla el potencial creativo. Desde luego, el poder del
ingenio, de la lucidez, es nuestra mayor ilusión para
restablecer tantos equilibrios perdidos, entre nosotros y
nuestro entorno, entre la vida y nuestra subsistencia.
Dependemos, en consecuencia, del intelecto para seguir
avanzando. Tenemos que buscar mecanismos de sosiego,
dispositivos capaces de transformarnos, terminales
dispuestos a dar continuidad al tiempo, instantes para los
momentos creativos y eternidades para alimentar el espíritu.
A veces nos falta coraje y rebeldía para proponer el cambio
social. Otras, ansias de conocimiento para prosperar
humanamente. Si no sabemos mirar en nuestro propio corazón,
difícilmente vamos a comprender a los demás.
No somos personajes para activar una tragedia. Si de veras
llegásemos a poder comprender nuestra misión, tomaríamos el
trabajo preciso para entendernos. Por desgracia, vivimos en
un diseño mercantilista y materialista (la inteligencia
concebida como materia), donde apenas cuenta la persona, sus
sentimientos, su manera de obrar y de ser. Olvidamos que
sólo el corazón es capaz de fertilizar los anhelos. Está
visto que para recuperar nuestras expectativas en este siglo
de sufrimientos, hace falta que renazca una nueva primavera
de estéticas, puesto que, al fin y al cabo, meditando todas
las cosas prosperan.
Ojalá que, gracias a la humanidad del ser humano, se
encienda sobre la faz de la tierra un futuro de prosperidad
para todos, sin distinción, bajo un clima de libertad y
respeto recíproco. El camino acertado es el de ayudarse
mutuamente, el posibilitar el desarrollo integral de las
personas y la dedicación a ideales, tan nobles como
innovadores. Hoy nadie pone en duda, el continuo y
persistente ritmo creativo y su repercusión en nuestra vida
diaria, hasta el punto de que estamos todos interconectados.
Con todo, a pesar de esta interconexión, las personas están
cada día más solas, más hundidas en sus propias miserias. Se
ha fomentado el intercambio de información, pero falta esa
comprensión hacia aquello por lo que vivimos, sentimos y
pensamos.
Indudablemente, tenemos que despojarnos de ese universo de
apariencias que esconde nuestra realidad y buscar la manera
de prosperar a una vida más auténtica. Como el artista que
deja en la obra toda su alma, hemos de establecer puentes en
el mundo, con la idea de que todo ser humano, aparte de
alimentos, precisa otros alientos para que su dignidad no se
encuentre mermada. Si nadie pone hoy en duda que las
tecnologías innovadoras han generado una sociedad realmente
mundial, no desaprovechemos esos vínculos forjados, y lejos
de toda comercialización, fragüemos una fecunda colaboración
de todos para asegurar una prosperidad más del espíritu que
económica, suavizando las divergencias que se puedan
manifestar en detrimento del ansiado bien colectivo. En la
actualidad hay demasiados espíritus corrompidos para los que
no cabe la contemplación, es menester inmovilizarlos hasta
que se regeneren, puesto que la grandeza es una expresión
del alma que se tiene o no se tiene. Sepamos que no se trata
de agradarnos, sino de engrandecernos. Esa es la bonanza
efectiva que el mundo precisa.
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