En el contexto actual de crisis económica que vivimos, se ha
oído y leído muchas afirmaciones, algunas disparatadas,
desde los ámbitos empresariales, sindicales – estos parecen
paralizados -, políticos y sobre todo, los medios de
comunicación, no digo todos, pero sí aquellas firmas que dan
por bendecidas las medidas que el gobierno de España ha
puesto en movimiento en el sector financiero.
Lo cierto es lo que leemos en los boletines oficiales, por
un lado el Real Decreto Ley de 10 de octubre, que crea un
Fondo con cargo al Tesoro con una dotación inicial de
treinta mil millones de euros para adquirir a las entidades
financieras activos de máxima calidad (no se especifica qué
calidad es esa). Por otro, el Real Decreto Ley de 13 de
octubre que dispone el otorgamiento de avales del Estado a
las operaciones de financiación nuevas que realicen las
entidades de crédito residentes en España. En concreto en
2008 se podrían conceder avales hasta un importe de cien mil
millones de euros.
Y todo ello, tras una extensa retahíla de algunos medios
centralistas que nos repetían que los bancos españoles
estaban fuera de toda sospecha de crisis, en una solidez
incomparable con la debilidad del resto de la banca
internacional. Los titulares que asomaban y siguen
exhibiendo esta indolencia suenan más a clientelismo
bancario, acaso nacionalismo económico español, que a la
pura y dura realidad: el Estado pone dinero de todos los
contribuyentes para dotar de liquidez a las entidades
financieras españolas que, en la última década
especialmente, se han dedicado a invertir en mercados
especulativos sospechosos, redondeando suculentos beneficios
repartidos en pocas manos que ahora se esconden. Los
discursos del exPresidente Zapatero,sobre todo y el ahora
también Presidente Rajoy defendiendo estas medidas en el
Parlamento del Estado, sigue en coherencia con la de los
pregoneros mayores del reino: las grandes empresas
multinacionales, la banca y los medios afines. En el
contenido del mismo, sitúa la causa del problema en las
turbulencias financieras de Estados Unidos, como epicentro,
con la existencia de activos tóxicos, fruto de una
especulación salvaje y descontrolada que ha terminado por
mermar la desconfianza y, por lo tanto, la solvencia de los
mercados bancarios, con la consiguiente “contracción de la
liquidez”. Por lo visto la periferia que acudió a operar y
recibir dividendos queda exenta de toda responsabilidad.
En su cansina exposición no paró de citar entidades
norteamericanas, para aseverar que tales males made in USA
llevarían al colapso financiero si los gobiernos no ponían
sobre la mesa ingentes cantidades de dinero público para los
pobrecitos bancos europeos, víctimas – según se desprende de
ese discurso socialista – de las malas mañas
norteamericanas.
No hay en toda su elocución ni un atisbo de crítica al
comportamiento de los banqueros españoles que se fueron con
el dinero de sus clientes a pastar por tierras neoyorquinas
en busca de ganado, para regresar con el culo al aire y sin
ovejas, pidiendo agua por señas a un gobierno, que no sólo
acude raudo, a sacar las perritas de los españoles para
dárselas a cuatro empresas en crisis – por la avaricia de
sus actos económicos -, sino que justifica “el buen
comportamiento de las entidades financieras españolas”.
Singular pero increíble diagnóstico económico.
Esas entidades, que tras sus ruinosas maniobras
especulativas, se van a beneficiar del dinero de todos los
españoles, son las mismas que han venido actuando sin
escrúpulos con las familias – a las que han hipotecado hasta
las cejas en tipos de interés usureros – y las pequeñas y
medianas empresas, que han venido soportando gravosas
imposiciones destinadas a suculentos beneficios de créditos
miserablemente caros.
Las mismas que llevaban ganados 22.400 millones de euros en
los 9 primeros meses de 2008. Las que estimaron en un 6% más
que el año anterior el crecimiento para el tercer trimestre.
Por si fuera poco, alguno, como el Santander, insiste en que
en 2008 conseguirá ganar 10.000 millones que s había
propuesto y hasta podría sobrepasar ampliamente esta cifra
si consigue cerrar la venta de Cepsa, que está negociando.
A pesar del discurso de ZP y de sus dos decretos de
inyección económica, los bancos españoles aseguran tener
bastante liquidez o al menos, creen ser capaces de
conseguirla. Santander y BBVA dicen tener 50.000 millones
cada uno; Banco Popular, 19.000 millones; Sabadell, 9.000
millones, y Banesto, 7.000 millones. A todo habrá que
añadirle el RESCATE FINANCIERO para quienes han ayudado o
han sido culpables de esta situación, por el momento
insostenible. Habría que preguntarle a los consejeros de
Obama en sus negociaciones con los banqueros
norteamericanos.
Dicho todo esto, las encuestan no cuadran, o cuanto menos,
no se está diciendo la verdad a los ciudadanos que no cesan
de quejarse, con sólidas razones, de las medidas de los
Gobiernos de España, que, dejémonos de dudas, no están
destinadas a los trabajadores, ni a las familias, ni a las
pequeñas y medianas emprendedores
En Europa lo dicen con más claridad: se trata de refundar el
capitalismo. Lo que es posible que avergüence reconocer con
nitidez a aquellos que en la Moncloa, vestidos de chaqueta y
corbata, deciden seguir ese camino, mientras en la calle,
disfrazados de progres, cara al electorado, se hacen llamar
defensores del electorado, lo que no deja de ser un
sarcasmo.
Sin embargo, veamos que hay tras esa frase pomposa que suena
a salvadora de todos los males del mundo. “Lo que quieren es
refundar el sistema financiero internacional, que desde 1973
ha crecido al margen de la regulación de las reglas
establecidas en Bretton Woods, poner orden el uso de los
derivados financieros, en los bancos de inversión, pero eso
no es refundar el capitalismo”, asegura José Carlos Díez,
profesor de Economía Internacional de la Universidad de
Alcalá de Henares y economista jefe de Intermoney, es decir,
nada sospechoso de ser hostil a la economía de mercado.
Evidentemente, aquellos que han sido colocados en el poder
por las grandes empresas transnacionales, por los sectores
mediáticos afines a los poderes fácticos económicos, no van
a tocar ni un ápice de un sistema que les permite vivir con
inmensos recursos, beneficios y excedentes. No van a
eliminar la explotación del hombre por el hombre, ni
siquiera se plantean – como ha presumido alguna vez Zapatero
-, social-democratizar la economía, que en cualquier caso, a
ver qué quiere decir este término que lo distancie del
capitalismo que vivimos.
¿Alguien puede pensar que la cumbre del 15 de noviembre en
Washington pueda salir algo que cambie este orden económico
que ha llevado a cuatro de cada cinco seres humanos a la
pobreza más absoluta?
Todo está analizado desde hace más de un siglo en los tres
volúmenes de Das Kapital, Desde la producción y circulación
del capital hasta el proceso global de producción
capitalista y su seña de identidad: la plusvalía.
Y no hay alternativa al neoliberalismo que nazca del mismo
orden de ideas y mucho menos de sus defensores más leales,
los banqueros.
Lo que sí ilumina a pueblos como el nuestro es que es
posible comenzar a construir modelos económicos que sean
capaces de distribuir riqueza de manera más justa, un modelo
de tránsito que piense en los derechos universales de los
ciudadanos. Mientras vivamos en un mundo globalizado, bajo
el imperio económico de los Estados Unidos, es viable
comenzar a perfilar nuestra sociedad, mirando al futuro en
lo energético, y sentar las bases de un desarrollo
sostenible que dé amparo a nuestra gente, rompiendo
paulatinamente nuestra dependencia exterior y eliminando las
grandes diferencias sociales que aún perviven de esquemas
obsoletos, copias clónicas de lo que se hace en ese mundo
que ahora se pretende refundar.
La solución al capitalismo es que deje paso a un estadio
superior de la humanidad, más justo y avanzado, como
analizaba con rigor F. Engels en su libro El origen de la
familia, la prosperidad privada y el estado. Y desde luego,
los dirigentes del G20 y todos los G que ustedes quieran no
están por esa tarea.
Sin embargo, es totalmente viable, en la dinámica de los
pueblos, en las enormes contradicciones internas del actual
orden de cosas, que genera cambios e impulsa ideas de
solución real. La lucha por la identidad de los pueblos es
una de ellas. La construcción nacional propia, liberada de
centralismos neo coloniales voraces. La contradicción de la
globalización es la unidad nacional, ello ocurre en la
periferia, que se opone al modelo.
El centro no debe tener réplicas exactas de modelos, sino
contestación de modelos nacionales alternativos a su inercia
capitalista centralizadora.
Pero, ello requiere el compromiso y el movimiento de mujeres
y hombres libres de prejuicios, pequeño burgueses,
intelectuales progresistas, jóvenes de compromisos firmes y
pueblos conscientes de su identidad propia, diferente a las
estructuras que lo oprimen.
Es la hora de trabajar, de verdad, desde todo el País, por
un nuevo orden internacional en que las palabras paz,
justicia y libertad, tengan auténtico sentido, individual y
colectivo.
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