Hablo con alguien que acaba de
cumplir 45 años. Su llamada ha sido para decirme que lleva
ya más de un año en el paro y que dentro de unos meses
dejará de cobrar el subsidio correspondiente. Tras relatarme
su situación, tiene mujer y dos hijos, me ruega que haga
todo lo posible por recomendarle a algún empresario conocido
por mí.
Mi amigo vive fuera y en sitio donde escasea el trabajo. Y
lo primero que se me ocurre decirle es que la situación
laboral de Ceuta es pésima. Ya que la construcción se ha ido
diluyendo a ritmo acelerado. Y el sector terciario no da
para más.
Tras colgar el teléfono (después de varios minutos de
charla, tratando por todos los medios de ser el receptor más
sensible a los problemas de quien me ha elegido para que le
proporcione al menos un rayo de esperanza, en su delicada
situación), se me parte el alma. Siento esa pena honda de
quien poco puede hacer por ayudar a una persona que desea
trabajar y no encuentra tajo.
45 años es una edad extraordinaria. A pesar de que los
cuarenta nunca tuvieron buena crítica. Por razones que no
vienen al caso contar y que tendrían su razón de ser, sin
duda alguna, cuando la gente la diñaba muy pronto. Ahora,
debido al espectacular aumento de vida que venimos
disfrutando, desde hace ya bastantes años, con una esperanza
de cumplir 80 años, y en vista de que el objetivo ya no es
la felicidad en el “más allá” sino la dicha “aquí abajo”, lo
que cuenta es la salud del cuerpo para poder entregarse de
lleno al trabajo y a holgar en la medida que cada cual lo
desee y pueda.
Nunca me cansaré de repetir la tragedia que se instala en la
casa de quien se queda sin empleo. Lo del pánico que invade
al parado es un drama que sólo puede compartir el que haya
vivido semejante situación. Un parado es un ser que, a
medida que transcurre el tiempo, va sumando pesar, va
sintiendo una angustia indescriptible, y su inquina contra
todo lo establecido va aumentando sin solución de
continuidad.
El empleo: cuántas veces habré oído decir que el umbral de
un millón y medio de parados sería intolerable. Y resulta
que ya estamos en casi seis millones, y sin embargo aún no
ha explotado la calle. Lo cual demuestra que los españoles
siguen siendo reacios a la violencia.
Que atrás quedaron los tiempos en que los jóvenes activistas
radicales, jóvenes que vivían en condiciones precarias, sin
esperanza de un porvenir mejor, veían en la violencia el
arma ideal con que sacudir los cimientos de la sociedad.
Aquellos que no tuvieron el menor empacho, empujados por las
necesidades, de lanzar su desesperada protesta contra los
símbolos de la burguesía. Y que propiciaron enfrentamientos
de desolación y muerte entre partes de ideales opuestos.
Ahora bien, al paso que vamos, donde la clase media no deja
de ser industria que produce pobres y más pobres, y los
ricos son cada vez más ricos, y la corrupción no cesa, y los
gobernantes no aciertan en su cometido, y las instituciones
no son ejemplares, volverán a surgir los héroes armados de
un bando y de otro. Y se armará un lío…
De momento, la derecha, por medio de ‘La Razón’, les ha
dicho a los suyos que corren peligro. “Que el objetivo de
los violentos es un Estado ingobernable”. Rajoy,
mientras tanto, le ha regalado al Papa la joya de la corona:
una camiseta de la selección española. “Panem et circenses”.
Literalmente: “Pan y circo”.
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