Tal día como el de ayer, pero en
1931, una nación de naciones llamada España se libró del
yugo de una corona y comenzó una difícil andadura que
asombraría a los demócratas del mundo entero. Las gentes de
los pueblos dejaron de ser súbditos y empezaron a recorrer
el duro camino de la libertad. Se proclamaba la Segunda
República.
Se llevó la educación y la cultura a los sectores
desfavorecidos (la mayoría de la población, en realidad) a
través de la apertura de miles de escuelas; se inició una
reforma agraria para cederles parcelas de tierra a los
campesinos, históricamente explotados por terratenientes y
señoritos a caballo; hubo mejoras laborales para los
trabajadores (aumentos de salarios, reducción de jornada,
etc.) y se concedió el voto a la mujer. Estos son sólo
algunos de los logros que aquella fugaz etapa de nuestra
historia conquistó y que muchos “intelectuales” de la
derecha pretenden menospreciar a base de tergiversaciones y
manipulación. Uno de ellos es Francisco Rodríguez Adrados,
todo un miembro de la Real Academia Española, quien el
sábado pasado publicaba un artículo en esa cosa -me niego a
denominarlo con nada que pueda parecerse a periódico o
diario- llamada “La Razón” poniendo a caldo a la II
República y culpándola de la Guerra Civil iniciada por
Francisco Franco y sus secuaces. Pero este señor hablaba de
más cosas. Llamaba poco menos que héroe al, inviolable por
gracia de Dios y heredero del dictador, Rey Juan Carlos I;
le restaba importancia a los escándalos de la Casa Real;
justificaba con el gastado argumento de la mayoría absoluta
la legitimidad del Gobierno (como si una mayoría absoluta te
diera legitimidad para engañar a todo un país y no cumplir
ninguna de las promesas de tu campaña); dejaba caer que
todos los que defendemos el legado de la República y el
derecho al aborto somos enemigos de España y acólitos de la
“cultura de la muerte” e insultaba, de paso y como buen
representante del mensaje oficial de la caverna mediática
encabezada por esa basura dirigida por Francisco Marhuenda,
al fallecido Hugo Chávez, un Jefe de Estado que accedió a su
cargo mediante el voto legítimo y en quien su pueblo volvió
a depositar su confianza una y otra vez haciéndole ganar más
elecciones que nadie. Más que el Rey, al menos. Con su
artículo, Rodríguez Adrados demuestra que ni el mundo de la
cultura se libra de acoger en su seno a patéticos
ciudadanos.
La II República no fue perfecta. Tampoco es que le dejaran
serlo. Ser David contra Goliat es una ardua tarea en la que
irremediablemente ocurren episodios no deseables (igual que
en cualquier sistema democrático, por cierto). Los caminos
de rosas son cosa de poderosos y la República no fue un
sistema bendecido por el poder, sino atacado por él y
defendido por las clases populares que por vez primera
habían comenzado a ser tratadas como ciudadanía. La alta
burguesía, antigua dueña de esos esclavos del campo que
ahora poseían tierra y derechos sociales, la Iglesia
Católica, histórica represora y adoctrinadora en esas
escuelas que pasaron a ser públicas y laicas, y la banca no
estaba contentas con la pérdida de privilegios que aquel
sistema de la malvada “antiespaña” representaba y desde el
primer minuto comenzaron a sabotear ese proyecto emancipador
y digno. Malditos sean.
Realmente, la II República apenas duró un par de años.
Durante el bienio negro (noviembre de 1933-febrero de 1936)
de la CEDA, una alianza de partidos de derechas entre los
que se encontraban fascistas, monárquicos y fanáticos
religiosos (que eran antirrepublicanos quedó demostrado tras
su apoyo al bando fascista durante la Guerra), se llevó a
cabo una fase de destrucción de todo lo que la República
había significado, lo que motivó la Revolución de octubre de
1934, un levantamiento que no fue en contra de la República,
como muchos dicen de manera interesada, sino precisamente a
favor de ella. Cuando volvió a ganar la izquierda, los
antiguos amos de España no lo consintieron y financieron y
apoyaron la “cruzada” fascista. Ese fue el origen de la
guerra civil, o mejor dicho, del levantamiento militar que
el pueblo resistió heróicamente durante tres años. Dicho
esto, pasemos a otra cosa.
Si desde hace 82 años, el 14 de abril es una día de
celebración para los demócratas españoles, desde el 2002 tal
fecha ha adquirido una perspectiva más internacional. Fue en
la madrugada de aquel día cuando el pueblo de Venezuela,
tras dos días echado en la calle protestando, rescataba a su
presidente legítimo (sí, ese al que insulta Rodríguez
Adrados) y demostraba al mundo que la época en la que
Estados Unidos y el FMI elegían a los presidentes del sur
había pasado a la historia. Y fue también un 14 de abril
(eso espero mientras escrido estas líneas) el día en el que
un humilde conductor de autobuses llamado Nicolás Maduro
volvió a humillar en las urnas al candidato de los ricos, el
señorito Henrique Capriles. Por varios motivos, ayer fue
fiesta para la democracia. Más catorces de abriles y menos
doces de octubres, por favor.
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