Recientemente, la Unión Europea alertó de las preocupantes
cifras de fracaso y abandono escolar que se dan en España
desde hace años, estancadas en el mejor de los casos. Según
Bruselas, “la situación de España es muy preocupante”, ya
que las tasas de abandono escolar temprano inciden
directamente en los índices de paro juvenil, que en nuestro
país alcanza cifras escandalosas. Nuestro país es el tercero
de la zona euro, seguido de cerca por Portugal y Malta, que
al menos han logrado reducir sus porcentajes en los últimos
años. Si el futuro fuera descrito únicamente con estas
cifras, el de España no sería muy halagüeño.
Un informe, procedente de Bruselas, indica que los jóvenes
con estudios universitarios encuentran trabajo en la UE el
doble de rápido de lo que lo haría alguien que no haya
llegado a ese nivel educativo. En España, gracias a la
pasada burbuja inmobiliaria, no era así... los jóvenes sin
formación académica encontraban trabajo de forma bastante
rápida en labores que únicamente exigían desempeño manual
sin ningún tipo de experiencia previa, fuera en la
construcción o en las industrias que le daban soporte
directo o indirecto. Y se generalizó la creencia en el seno
de la sociedad de que, de alguna forma, pese a las décadas
de valor añadido, los estudios sobraban...
Tanto es así, que la comisaria europea de Educación,
Andrulla Vassiliu, alertó hace un año que España aún no
había utilizado una gran cantidad de fondos europeos
destinados al fomento de la educación, unos 10.700 millones
de euros, y que podría poner en marcha un plan de choque
para reducir las alarmantes cifras de fracaso y abandono
escolar que padecemos.
Una de las causas de estas cifras de fracaso y abandono
escolar que aducen profesores y padres es el elevado número
de alumnos por profesor. Este debate resulta especialmente
actual, por la reducción manifiesta en la plantilla del
profesorado de centros públicos, a causa de la crisis y de
políticas educativas neoliberales. En esta gráfica,
correspondiente al curso 2011-2012, podemos relacionar el
número de alumnos por profesor según las distintas
comunidades españolas. (Gráfica nº1)
Si cruzamos los porcentajes de abandono escolar por
comunidades con esta última gráfica, veremos que, aunque no
hay mucha diferencia entre el número de alumnos por profesor
entre las comunidades, resulta que, cuantos menos alumnos
hay por cada docente, menos acusado es el índice de abandono
escolar. Las comunidades donde tocan a menos alumnos por
profesor soportan también un índice menor en las aulas.
Paradójicamente, en el conjunto de la UE no sucede esto
mismo. En la siguiente gráfica nº2 (correspondiente al curso
2008-2009 pero extrapolables a los siguientes) podemos ver
el número de alumnos por profesor desglosado por países.
Podemos ver claramente que, España, Portugal e Italia, pese
a mostrar junto a Malta los índices más altos de abandono
escolar, doblando la media de la UE, tienen comparativamente
un número menor –salvo excepciones- de alumnos por profesor.
¿Será que también fallan los medios materiales o la
consideración general de la educación en la sociedad, e
incluso la motivación del alumnado?
Desde algunos sectores se ha manifestado reiteradamente que
una de las causas del abandono escolar es la presencia de
alumnos extranjeros, quienes, en parte, han de adaptarse a
la vida de un nuevo país y a sus costumbres sociales y
educativas. Pero si la cruzamos con los porcentajes de
abandono escolar desglosado por comunidades, nos damos
cuenta de que es imposible establecer una relación directa.
Inversión
¿Hay en este capítulo una diferencia significativa con la
UE, que explique que nuestras tasas de abandono educativo
doblen los registros medios de este ámbito geográfico. Pues
no a primera vista (ya veremos que hay un matiz importante),
España realiza una inversión mayor que los países de su
entorno por habitante. Además, los modos de financiación
pública del sector educativo no difieren mucho al de otros
países, pero sí en cuanto a la asignación de gastos entre
los diferentes engranajes del sistema. Aunque el capítulo de
personal se lleva el plato fuerte del presupuesto, los
salarios de los profesores difieren significativamente, así
como el número de horas lectivas.
Según datos del 2009, los profesores españoles ganan, de
media, entre 35.000 y 57.000 euros, muy por encima de la
media de la OCDE (Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos) y de la UE (entre 26.000 y 47.000
euros). Es decir, aunque España invierta más por alumno, el
presupuesto en contratación de profesores desvirtúa este
índice claramente.
En primaria, las horas anuales que un profesor debe impartir
son unas 880 (779 horas anuales en la OCDE y 755 en la UE).
En la etapa inferior de secundaria, son 713 horas de clases
(701 en la OCDE y 659 en la UE), mientras que en la segunda
etapa de secundaria son 693 horas anuales de clase frente a
las 656 de la OCDE y las 628 de la UE.
Obviamente, cobran más por que también trabajan más, de
media, y eso ha de verse reflejado de alguna forma en su
sueldo. Pero el hecho es que el presupuesto que recibe cada
alumno en los otros conceptos, es menor que el de los países
de nuestro entorno.
Llegados a este punto, podemos preguntar... ¿qué diferencias
existen entre la educación que se recibe en España,
Portugal, Italia, Malta, Grecia y otros países, con la que
los alumnos pueden disfrutar en otros países de la Unión
Europea, que justifique nuestros índices de fracaso y
abandono escolar?
Comprensión lectora
Una de las variables más significativas de la calidad de una
educación y de los logros que los alumnos pueden llegar a
completar tiene que ver directamente con el entorno, que
incluye la capacidad de comprensión lectora, el nivel
socio-económico de los padres y la disponibilidad de cultura
en los hogares. Pese a que el gasto por alumno es incluso
superior en España –aunque las mayores partidas de ese gasto
sean de personal-, los índices de comprensión lectora, la
disponibilidad de cultura en el hogar y sobre todo el nivel
socio-económico de los padres son bastante menores a los de
nuestro entorno geográfico europeo.
La intervención de los padres en la educación de sus hijos,
ya sea con medios –ordenadores, libros, presupuesto para
acudir a museos, cine, teatro, videojuegos, etc- o con una
presencia directa en los procesos de aprendizaje, son
decisivos, así como la consideración que se tenga en el
entorno hacia las actividades intelectuales y el nivel
económico.
Las variables más significativas son:
- Interés de los padres por la socialización del hijo/a y
por su bienestar emocional.
- Participación e interés de los padres por la formación del
hijo y expectativas escolares altas.
- Dedicación de los alumnos a actividades fuera de la
escuela: lectura, conversación, actividades culturales
varias. De forma moderada la realización de actividades como
dibujar y jugar con otros niños o jóvenes.
Estamos muy por detrás de otros países de nuestro entorno, y
estamos hablando de alumnos en centros reglados. La realidad
del grueso de la población española es muy descorazonadora,
y sus niveles mucho más bajos. Pero aquí nos limitamos al
estudio del fracaso y el abandono escolar:
El español medio se desincentiva pronto de tomar parte en
actividades educativas, más allá de los sistemas
obligatorios que nuestro ordenamiento establece. El estudio
es visto como una obligación ya desde el inicio, y no
demasiados de nosotros decidimos formarnos de cualquier
forma más allá de este período.
El problema radica en los fundamentos de nuestra propia
sociedad. El desinterés por los estudios y las dificultades
de aprendizaje están ampliamente extendidos, y es quizá la
primera causa del abandono temprano de las aulas.
Y no sólo eso, sino que la posibilidad de que un alumno
tenga este tipo de problemas está socialmente aceptado como
la posibilidad más concreta. No es lo habitual que un alumno
tenga éxito a lo largo de su vida académica, sino más bien
lo contrario. El absentismo, las malas notas, la falta de
motivación y la indisciplina están cada vez más extendidos,
y ninguna de las reformas emprendidas por los gobiernos de
distinto signo han logrado revertir este proceso.
Los padres no están adecuadamente implicados no sólo en la
educación de sus hijos, sea de forma concreta o a través de
estímulos, sino que ni siquiera están a menudo implicados en
la suya propia. En España no se valora la determinación
necesaria para avanzar en los estudios, sean reglados o no,
mientras que los programas de entretenimiento vacíos ocupan
un lugar preponderante en la atención mediática de alumnos y
del resto de la ciudadanía. Para colmo, se ha instalado en
la sociedad una laxa moral del “todo vale” y del “pelotazo”
económico, en los que la preparación no tiene lugar, y tan
sólo se necesitan los adecuados contactos para tener éxito.
Por supuesto, esta moral impregna a los jóvenes, quienes
establecen sus parámetros mentales en función de ella.
Aunque los padres y abuelos recomienden el camino del
esfuerzo, y del sacrificio, sus acciones desmienten su
discurso. Y los jóvenes se dan cuenta rápidamente de ello.
El fracaso escolar no sólo revela mucho de nosotros como
sociedad, sino que muestra nuestro propio fracaso a nivel
individual. Desde el Gobierno puede hacerse bastante para
incentivar a los alumnos y motivar a profesores y padres,
pero es en el entorno inmediato donde España tiene su
principal laguna. Como padres, debemos asumir el reto de la
lectura, transmitirla como un bien preciado, piedra angular
de una buena educación, que redunde en una mejor sociedad.
Un país educado es un país con un capital humano fuerte,
capaz de afrontar el futuro con garantías. La educación no
es un párking para niños o jóvenes, para almacenarlos
mientras sus padres trabajan, es un derecho de todos los
españoles, a la par que una herramienta para el desarrollo
personal y colectivo.
En un entorno de crisis económica mundial, no podemos
permitirnos asistir, llenos de estupor, al despliegue del
futuro. No, debemos ser parte activa, y para ello debemos
formarnos, hacernos fuertes y modelarlo. Nos hemos
convertido en un país blando, poco exigente, con nosotros
mismos, con nuestros gobiernos y nuestros conciudadanos. Los
mismos profesores asisten estupefactos a los frecuentes
cambios de modelo educativo, que les desconciertan, y merman
su capacidad profesional para hacer frente a un desafío tan
comprometido.
¿Cómo puede pasar de curso un alumno sin la capacitación
necesaria, cuyos conocimientos y desarrollo mental aún deben
ser apuntalados, o su motivación hacia el esfuerzo
redirigida? ¿Cómo puede tener un padre o una madre derecho
de extorsión sobre un profesor, o peor aún, siquiera la
ocurrencia de zarandear o amenazar al educador de su hijo,
con el fin de pasarle de curso o aumentar sus notas? Lo
único que aprenderá ese niño o ese joven es que todo vale, y
que no tiene sentido esforzarse... y eso pensará hasta que
llegue a la vida adulta, en la que se exigen a menudo
objetivos sin esperanza alguna de ser cumplidos. Ahí es
donde se dará cuenta de su error sesteando mientras los
profesores (o sus padres) intentaban enseñarle algo. Pero
será tarde...
Echar la culpa a distintos sectores de lo mal que va nuestra
educación desde hace siglos no basta. Hay que actuar de
forma conjunta, desde los padres, a los profesores, pasando
por los distintos gobiernos. Debemos valorizar el esfuerzo,
mostrar al alumno que puede formarse de forma adecuada y
divertida, y que al mismo tiempo puede disfrutar de la
amplia oferta lúdica. Solemos demonizar a la televisión, a
los videojuegos o a Internet, olvidándonos de que también
son armas educativas de primer orden, tan sólo hay que saber
hacer uso de ellos. La educación debería ir más allá de
memorizar fechas, acontecimientos o lugares comunes.
Hemos fundado una sociedad basada en el euro (antes en la
peseta), y los alumnos no tienen más motivación que la de
disfrutar de las comodidades que les ofrece una vida repleta
de estímulos visuales, anhelos económicos y modelos nefastos
basados en el lujo y en una falta total de ambición
intelectual y mental. Y nos extrañamos de ser un país con un
abandono y un fracaso escolar galopante, sin apenas
industria propia, con una economía basada en el sector
servicios (y hasta hace poco en la inmobiliaria), con una
educación deficitaria a todos los niveles (también en el
mundo adulto) y una crisis mundial que nos afecta el doble
que a otros países de nuestro entorno. Hemos creado entre
todos un gigante con pies de barro, con peores perspectivas
en los años venideros que en los pasados. ¿Haremos algo para
revertir esto? Formémonos, en aquello que nos interese,
seamos curiosos, enmendemos esa carencia antes de que sea
demasiado tarde, y transmitámoslo a otros. No importa qué
edad tengamos...
Poca esperanza cabe cuando entre nuestra casta dirigente,
esos políticos empeñados en reducir el presupuesto
educativo, medran los trepamuros sin apenas formación para
el puesto que ocupan. ¿Ellos son los que nos sacarán de esta
situación? Hablan sobre educación, pontifican sobre las
medidas a adoptar, califican a los auténticos profesionales
como agitadores... y mientras tanto, los españoles les
santificamos con nuestros votos, a los dos partidos
mayoritarios, que han devaluado progresivamente nuestra
sociedad a todos los niveles. Nosotros mismos hemos de coger
las riendas de nuestra propia educación. ¿Qué haremos para
enmendar el desastre? ¿Tomaremos, como ciudadanos, el
testigo de la educación?
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