La violencia sobre la Mujer, cuyos
datos en Ceuta desarrollamos en esta edición, han de suponer
un aldabonazo de atención para la sociedad en su conjunto
por la alerta que despierta y las consecuencias que acarrea.
El hecho de que mujeres menores de edad, adolescentes, hayan
sufrido un incremento del 20% en este tipo de prácticas
execrables es preocupante, máxime cuando se da en parejas
jóvenes en las que se detectan actitudes de control y
suminsión de la mujer.
En una sociedad en la que se educa en igualdad y donde las
políticas institucionales van encaminadas a la
concienciación, prevención y atención, no deja de ser un
desajuste en el engranaje de los mecanismos establecidos al
efecto que los más jóvenes que conforman una generación en
la que el ejercicio de las libertades parece consolidado,
sean los más proclives a conductas reaccionarias y
deleznables de esta índole.
Por otra parte, el crecimiento de casos en la franja de edad
entre los 31 y 45 años, correspondiente a otra generación,
puede ser el resultado de una educación proveniente de
etapas machistas y, en cualquier caso, fuera de contexto en
una sociedad como la actual que, de manera persistente, se
esfuerza para educar en valores de igualdad y tolerancia.
Las cifras que damos, de carácter oficial, y que hablan de
171 casos el pasado año y 170 en el anterior, requieren una
reflexión, por cuanto supone consolidar numéricamente una
situación que no es permisible ni como guarismo en
porcentaje poblacional ni asumible socialmente. El panorama
requiere, como mínimo “reinventarse” en cuanto a programas
de prevención, campañas más contundentes y estímulo en la
denuncia de casos de este delito público y perseguible de
oficio. Mientras una mujer sufra agresión de género y sea
víctima, aún quedará mucha labor por desarrollar. Por tanto,
las cifras nos dicen que los mecanismos actuales no son
suficientes ni eficaces.
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