La amenaza de la corrupción parece
ser una patología sin antídoto. Desde la Familia Real hasta
políticos destacados no hay nombre que parezca quedar a
salvo de tan virulento virus que se encuentra inoculado en
personajes y sus efectos contagiosos parecen no tener
límites. Nadie parece estar a salvo de este devastador
fenómeno de nuestro tiempo, porque los excesos en épocas de
vacas gordas parecen pasar mucho más desapercibidos que
cuando la corrupción se produce en momentos de máxima
austeridad, de crisis económica, en tiempos de desahucios, o
de “recortes” económicos. Los denunciantes afloran y los
casos se multiplican en cascada. Ahí están el ‘Caso Gürtel’,
el ‘Caso Over’, el ‘Caso Palau’, el ‘Caso Nóos’ y tantos
otros.
Cuando hay gente que apenas tiene lo más esencial para
sobrevivir, cuando hay tanta angustia en la población, los
políticos no escapan al efecto demoledor de la “mordida”,
ese pernicioso virus de la corrupción vía “sobre”, porque
siempre hay algún mirlo blanco que se va de la boca y delata
a los sinverguenzas que quieren mantener su buena vida a
costa de las comisiones y del “engorde” de facturas,
aprovechándose del dinero público sin el menor rubor y
ejerciendo la acción de gobierno con “reformados” de obras
que encarecen el proyecto y con una actividad económica
fraudulenta que, a poco que alguien los delate, pasan a ese
capítulo de delitos de guante blanco que tan denostados
están socialmente.
Lo peor del asunto es que estos “casos” pueden surgir en
cualquier Institución y en cualquier zona o área de esta
España nuestra sumida en el descrédito de los políticos “trincones”,
marcados por el dinero ilegal y la inmoralidad de carecer de
escrúpulos para embolsárselo sin pudor. Igual se produce su
efecto demoledor en un Ayuntamiento, que en una Comunidad
Autónoma que en una Ciudad Autónoma.
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