Ella era abogada y culta, y muy
aficionada al fútbol, y yo frecuenté su amistad. Solíamos
sentarnos a la mesa de una terraza de la recoleta plaza de
España en Mérida, frente al vetusto Hotel Emperatriz. Corría
el año 1979 y Margaret Thacher comenzaba a imponer
sus normas en el Reino Unido y el mundo entero vivía
pendiente de su forma de actuar.
Carmen, extremeña de arriba abajo, y que estaba en
posesión de un garabato que convertía a los hombres en
subordinados suyos, a poco que éstos no supieran contener
sus impulsos, me decía lo siguiente: “Mira, Manolo,
la señora Thacher, tiene trazas de haber leído el poema de
Rudyard Kipling, que tengo yo en mi casa,
caligrafiado en letras de iluminación antigua sobre un papel
vitela color de pergamino. Y que mi padre había colgado en
la habitación de mi hermano mayor”.
-¿Qué decía el poema, Carmen?
“El poema, bastante pomposo y solemne, podía ser resumido
así: Si sabes callarte cuando sufres o tienes dificultades…
Si te burlas de lo que los demás piensan de ti y dicen a tu
espalda… Si puedes seguir teniendo la cabeza sobre los
hombros incluso cuando estás enamorado… Si puedes tener
problemas de dinero y complicaciones profesionales sin caer
en la más negra depresión… Tú será un hombre, hijo mío…”.
-¿Y qué…?
“Se sobreentiende: el hecho de ser un hombre representa el
non plus ultra de la condición humana, pero hay que
mostrarse digno de tal honor. Y a buen seguro que la señora
Thacher se ha impuesto ser un hombre para poder mandar más y
mejor que cualquier varón. Sin darse cuenta de que la mujer
actual tiene una obsesión por ser igual que el hombre, y no
sé por qué, si el hombre es un pobre diablo desorientado”.
-Creo entender, Carmen, que a ti no te gusta nada, pero
nada, la señora Thacher –y me respondió así:
-Me desagrada en extremo. Porque creo que es una señora
carente de sentimientos. Que trata de ser más dura que el
pedernal. Y que está obsesionada con pasar a la historia
como la primera mujer que ha sido capaz de poner a los
hombres en su sitio. Es más, tengo la impresión de que odia
a los débiles, a lo pobres en general, y que disfruta viendo
sufrir a los más necesitados. A mí, Manolo, me parece una
mujer carente de sentimientos.
Mi conversación con Carmen fue de las que nunca se olvidan,
porque que me estaba enjuiciando a una figura de la política
mundial que acababa de principiar su cometido. Un cometido
en el cual nunca tuvo el menor escrúpulo a la hora de
ponerse de parte de los más poderosos y sin embargo no se
cansó de arremeter contra quienes estaban desasistido de
poder para defenderse.
Fue Margaret Thacher una mujer cuya forma de actuar
encandiló a la derecha extrema y al capital. Ya que ella no
tuvo el menor inconveniente en tomar decisiones drásticas
aun a sabiendas que en el camino dejaba un reguero de
muertos en vida. Personas que jamás volverían a levantar
cabeza. Millones de parados se hundieron en la miseria de la
misma manera que el hundimiento del ARA General Belgrano se
llevó consigo al fondo del mar a 323 argentinos. La señora
Thacher, tras su muerte, ha tenido la suerte de recibir
plácemes y críticas acerbas. El Reino Unido, pues, se ha
dividido en dos bandos. Uno la elogia, como a un varón; y
otro la detesta y expresa festivamente su fallecimiento.
Buen fin.
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