La clave de los sistemas
constitucionales es que funcionen con independencia,
transparencia y eficacia, todas sus instituciones. Esta
necesidad, en buena parte del mundo, se ha convertido en un
imperativo tan urgente como preciso. Nunca ha habido tanto
intercambio entre Estados, sin embargo sirve de bien poco,
puesto que las injusticias crecen y la vida sobre la tierra
se continua menospreciando según el poder adquisitivo de las
gentes. Perduran enormes zonas de violencia, multitud de
sectores sin esperanza alguna de vida, desigualdades que
acrecientan la falta de autoridad de organismos
internacionales. Y lo malo de todos estos desajustes, es la
creciente falta de ética de los dirigentes, que han hecho
del poder el mayor negocio y no el mejor servicio. Cuando se
pierde la confianza en los estados sociales, democráticos y
de derecho, todo camina a la deriva, sin rumbo, y son los
movimientos de la sociedad civil, los que intentan poner
orden y concierto en un espacio sin ley.
Unos movimientos sociales, que no siempre son democráticos,
ni pacifistas, a los que también suelen moverle ciertos
intereses de grupo. De ahí, la importancia de que las
instituciones democráticas funcionen con claridad, sean más
responsables y, sean ellas, las que en verdad se interesen
por los ciudadanos. El día en el que el mundo promueva en
autenticidad los principios de la gobernabilidad
democrática, especialmente en lo referente a la lucha contra
los derechos humanos, la corrupción y el desgobierno, la
igualdad de oportunidades y el fortalecimiento de las
personas más débiles, habremos dado el paso más
significativo de nuestra historia como especie humana. No
podemos, ni debemos, dejar perder la confianza de la
ciudadanía en las sociedades democráticas. Tenemos que
procurar entre todos unos líderes garantes para que las
formas constitucionales de gobierno funcionen debidamente.
Porque, como dice la Carta de las Naciones Unidas, somos
“nosotros los pueblos”, los que tenemos que hacer valer las
instituciones en favor del bien de la colectividad, y no de
un partido determinado, así como de los derechos sociales y
culturales para todos. Hoy más que nunca, es vital que las
instituciones actúen de manera conjunta y coordinada en la
toma de decisiones, no en vano los destinos de todos los
países están vinculados. Esta actuación en común es también
un imperativo urgente para que las decisiones sean globales,
y no sectoriales. La unión y la unidad institucional y de
los Estados, contra todo caso de corrupción, es fundamental
para seguir avanzando hacia un desarrollo más equitativo y
estable. De lo contrario, pondremos en peligro el
funcionamiento constitucional y su cultura democrática.
Todos, con todas la instituciones, tenemos que poner coto al
extendido soborno y a la persistente malversación de
caudales públicos. Todos los países de este mundo mundial
deberían promover la rendición de todas las cuentas, sin
posibilidad de presupuestos alternativos, con un marco
jurídico emancipado de todo poder, para que pueda realmente
protegerse de represalias cualquier persona que denuncie
comportamiento corruptos. Desde luego, una cultura
institucional basada en la ética es uno de los mejores
revulsivos contra hechos ilícitos. Los ciudadanos que
dirigen las instituciones han de ser individuos dispuestos a
desempeñar su trabajo de manera honesta y con un único fin,
la de servir al bien común. Cuando se pierde esta capacidad
de servicio, las personas deberían inhabilitarse para
siempre de cualquier cargo institucional.
Lo que se precisan, y además con carácter urgente y preciso,
son instituciones que alienten a conjugar libertad,
desarrollo y justicia, de manera solidaria y abierta. Esto
es aún más necesario en estos momentos, marcados por
profundos cambios sociales. En efecto, los procesos
económicos actuales tienden hacia una globalización a la que
no se le puede poner fronteras, pero sí ética. En realidad,
la riqueza producida queda a menudo concentrada en
determinadas manos, que hacen bien poco o nada por
compartir. Mirando hoy al mundo, vemos signos de retroceso
devastador, y son las instituciones las que deberían, en
contacto continuo con la conciencia de las personas,
establecer nuevas hojas de ruta, que mejorasen la
convivencia, para establecer luego actuaciones justas que
mejorasen la cooperación. No olvidemos que la grandeza de la
función de los responsables institucionales consisten en
actuar respetando siempre la dignidad de todo ser humano,
creando condiciones humanitarias para que ningún ciudadano
quede al borde del camino, reconociendo y poniendo en
práctica los más altos valores humanos.
Deberíamos ser más conscientes, por tanto, del papel
esencial de las instituciones, cuya razón de ser ha de ser
siempre y en todas partes, el ser humano, sus inalienables
derechos y los derechos de toda la comunidad. ¿Qué sociedad
es esta que es incapaz de orientarse hacia el bien social, y
de garantizar dicho bien a cada ciudadano?. Está visto que
todo debe subordinarse a las personas y no al contrario.
Otro mundo debe ser posible. Otro mundo con un orden social
más ético, edificado en la justicia y vivificado en la
auténtica solidaridad, con unas instituciones más entregadas
a los seres humanos, y no en la búsqueda de beneficios
personales o de grupo, descuidando totalmente el auténtico
sentido de servicio a la ciudadanía.
Esto suele suceder en momentos como los actuales, en los que
se despoja a las instituciones de toda referencia moral. Si
no existe una verdad capaz de guiar y orientar la acción
institucional, difícilmente vamos a ser referente, ni
referencia de nada. Está visto que una democracia sin
valores se convierte con facilidad en un totalitarismo
visible o encubierto, como demuestra la historia. Por
consiguiente, si seguimos deseosos de construir juntos un
mundo de bienestar para todos, tenemos que pensar más en
metas comunes, y no en nuestras egoístas cimas, abriendo las
puertas a un mejor uso del trabajo. Que no es otro, que
aquel que se realiza más plenamente desde la entrega y el
servicio incondicional.
En cualquier caso, pienso que para recuperarnos de esta
crisis, necesitamos todos humanizarnos. El día que la
humanidad se ame como tal, habremos conseguido avanzar en el
buen sentido. Al fin y al cabo, los enemigos mayores de la
especie humana es la especie misma. Nada ni nadie puede
destruirnos como nosotros. Así de claro y así de cruel.
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