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OPINIÓN - DOMINGO, 7 DE ABRIL DE 2013

 
OPINIÓN

Reinventar Erasmus para que sobreviva

Por Carlos Sanchez*


Alguien dijo que las becas Erasmus –más de 200.000 alumnos al año– han hecho más por la construcción europea que todo el dinero gastado en dar a conocer las instituciones del viejo continente. Nada más cierto. Nada más objetivo para describir una realidad incontestable. El nombre del viejo Erasmus –que dejó su fortuna a la Universidad de Basilea para favorecer la movilidad– es, para muchos jóvenes, sinónimo de Europa. Sin embargo, el sagaz pensador holandés –el mismo que reclamaba paz, piedad y bellas artes– ha dado nombre a un viejo sueño que va mucho más allá que un simple programa de extensión de conocimientos en el extranjero. Exactamente igual, por cierto, que aquel que iluminó este país en el primer tercio del siglo XX, y que respondía al nombre de Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Vale la pena, en este sentido, recordar el preámbulo de la ley que dio vida a esta institución, que parece inspirado en las propias becas Erasmus. Con la diferencia de que el texto está escrito ochenta años antes.

“La comunicación con judíos”, decía la norma, “y la mantenida en plena Edad Media con Francia, Italia y Oriente; la venida de los monjes de Cluny, la visita a las Universidades de Bolonia, París, Montpelier y Tolosa; los premios y estímulos ofrecidos a los clérigos por los Cabildos para ir a estudiar al extranjero, y la fundación del Colegio San Clemente en Bolonia, son testimonio de la relación que en tiempos remotos mantuvimos con la cultura universal. La labor intelectual de los reinados de Carlos III y Carlos IV, que produjo la mayor parte de nuestros actuales centros de cultura, tuvo como punto de partida la terminación del aislamiento en que antes habíamos caído”.

Como se ve, nada nuevo bajo el sol. Sólo la Guerra Civil y sus devastadoras consecuencias, acabaron con esa filosofía antiaislacionista, y esta es, en realidad, la fuerza de Erasmus, su capacidad para traspasar las barreras físicas que un día existieron en Europa y que hoy se estudian sólo en los libros de texto.

¿Quiere decir esto que ya todo está conseguido? En absoluto. Erasmus pudo cumplir antaño un papel propagandístico sobre el proceso de construcción europea, y sin duda que ha merecido la pena; pero un cuarto de siglo después de su nacimiento, debiera convertirse en el embrión de la integración universitaria europea, hoy construida sobre comportamientos estancos. O dicho en términos más directos. La existencia de medios de transporte a precios extremadamente asequibles, permite ahora asegurar la movilidad de los jóvenes, pero no basta. El reto es crear centros universitarios transnacionales –la generación Erasmus– que superen las fronteras. Exactamente igual que en EEUU, donde Harvard, Yale o cualquier universidad no tiene en cuenta el origen de sus estudiantes o de sus profesores a la hora de programar los cursos o impartir clases. Algo parecido ocurre ya en las grandes escuelas negocios, cada vez más internacionalizadas.

Quiere decir esto que el peligro de Erasmus es, precisamente, que muera de éxito. Que se convierta en una enorme agencia de viajes especializada en ‘vacaciones’ universitarias. El siguiente paso es, por lo tanto, reinventar Erasmus para que una visita puntual –aunque sea equivalente a un curso académico– se convierta en permanente.

Y el peligro realmente existe. No hay que olvidar que Granada, Madrid y Valencia son las universidades europeas que reciben más estudiantes Erasmus, y ninguna de ellas está entre las 200 mejores del mundo, lo que refleja un cierto riesgo de convertir el programa de becas en un Imserso para jóvenes. La integración universitaria debe ser, por lo tanto, el objetivo, y de ahí la importancia de mantener el esfuerzo presupuestario para que Erasmus continúe cumpliendo su papel fundamental. Pero reenfocando su objetivo estratégico incardinándolo en Bolonia, el proyecto de integración universitaria europea. Bolonia y Erasmus son, de hecho, la misma cosa. Un programa no se entiende sin el otro. No hay que olvidar que el programa Erasmus tuvo una fuerte influencia en lo que es el Proceso de Bolonia y la creación del Espacio Europeo de Educación Superior.

Estamos ante un proyecto de una importancia fundamental que no puede estar sometido a programas de recortes insensibles con lo que está en juego. Sobre todo cuando la integración universitaria forma parte de los objetivos estratégicos de la cumbre de Lisboa.

Hoy, sin embargo, se han detectado fallos o ausencias que hay que subsanar. Por ejemplo, las expectativas de los estudiantes muchas veces no se corresponden con los contenidos y enfoques del programa. O las dificultades al unir estudiantes Erasmus con estudiantes de un máster nacional. Muchos estudios que se han realizado en los últimos años ponen negro sobre blanco la importancia de Erasmus. Se ha comprobado que los estudiantes que se acogen al programa tienen mayor empleabilidad después de un período de aprendizaje en el extranjero gracias al desarrollo de competencias personales y a los idiomas.

Además, está demostrado que esos estudiantes consolidan mejor sus conocimientos durante el periodo en el extranjero, y suelen demostrar mayor flexibilidad y comprensión de la complejidad del entorno laboral. Igualmente, las estadísticas indican que aproximadamente uno de cada tres estudiantes recibe una oferta de trabajo en el extranjero, y la mitad de aquellos que aceptan son empleados en el país donde se llevó a cabo su colocación Erasmus. Como se ve, muchos beneficios pese a la escasa cuantía de las becas. Sin duda, un problema que no es menor y que a menudo se olvida.

* Periodista
 

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