Es la España en la cual reinó
Alfonso XIII. Y estuvo condenado a ver cómo el sistema de
los partidos alternantes se venía abajo. Fracasado el
sistema político y económico, durante veinte años la vida
española no cesó de dar tumbos. Se sucedían los fracasos en
la misma medida que cambiaban los gobiernos.
Perduraba el caciquismo en la España rural y profunda, pero
en las grandes ciudades industriales la creciente masa
profesional y obrera apoyaba a los partidos de izquierda.
Durante los primeros años del siglo XX crecieron
organizaciones políticas de nuevo cuño (socialistas,
anarquistas, republicanos, y regionalistas catalanes y
vascos) y afluyeron el malestar social y los problemas
incubados a lo largo de la Restauración.
El fundamentalismo anarquista enviaba sus pistoleros,
verdaderos kamikazes, a la caza del empresario, explotador
para ellos, o del ministro elegido (o del propio rey, al que
arrojaron una bomba el día de su boda); los movimientos
sindicales y obreros iban adquiriendo más notoriedad y
conocimiento de la causa defendida, así como los
separatistas vascos y catalanes pisaban fuerte y se dejaban
oír.
En aquella España iracunda, donde los más débiles pasaban
hambre y padecían de todos los males habidos y por haber, se
veía venir el estallido social. Un incidente -en Barcelona-
provocó la Semana Trágica y se armó la de Dios es Cristo. A
partir de ahí, todo fue de mal en peor y el rey se vio
obligado a dar su sí a la dictadura de Primero de Rivera.
Lo cual facilitó el final de la Monarquía y la llegada de la
Segunda República.
España vuelve a estar colérica. Ya que los dos partidos que
se han venido alternando en el poder, tras los cinco años de
UCD, liderados por Adolfo Suárez, se han ido desinflando y
no sería nada extraño, desgraciadamente, que estemos
asistiendo al desplome de ambos. A no ser que quienes
hicieron posible el milagro de la transición vuelvan a
intervenir para evitar el derrumbe.
Quienes hicieron posible el tan cacareado proceso de
transición fueron Estados Unidos, los bancos y las
multinacionales. En suma, por un lado los americanos, por
cuestiones obvias de intereses occidentales; por otro el
capital. El mismo que ahora parece decidido a devolvernos a
la miseria. Teniendo como ejecutora a Ángela Merkel.
A quien Antonio Gala, que está muy malito, le dedica
exclamaciones malsonantes. Muy merecidas.
De no ser así, es decir, de seguir creciendo el paro, la
canina de los niños, los desahucios, las trampas saduceas de
los bancos, etcétera, todo irá de mal en peor. Conscientes
las clases medias de que su sino es volver a formar parte
del mayor número posible de pobres las calles se irán
llenando de gentes indignadas y dispuestas a arremolinarse
ante los domicilios de los políticos.
Las gentes desatadas son imparables. Máxime cuando se han
percatado de la mediocridad de los gobernantes; de la
corrupción generalizada y de los abusos del poder; de cómo
las autoridades autonómicas hacen las cuentas del Gran
Capitán (vean lo que dice el Tribunal de Cuentas del
gobierno presidido por Vivas) y de la notable
ausencia de la división de los poderes del Estado y de cómo
la Casa Real ha salido en tromba para poner al juez
Castro contra las cuerdas de un fiscal que se ha
encogido ante la protesta real
España vuelve a estar airada. Los tiempos que corren no son
los mismos que cuando reinaba Alfonso XIII. Pero no es menos
cierto que Juan Carlos I está pasando por un mal trance. Muy
malo.
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