Ceuta, andaluza niñería, según
dijo el poeta López Anglada, atraviesa uno de los
peores momentos de su existencia. Ha pasado de tener una
clase media fuerte y dispuesta a que la ciudad mantuviera un
modo de vida ascendente a todo trance, a convertirse en un
pueblo donde el vivir se hace cada vez más difícil.
Quienes transitamos la calle y observamos cuanto acontece en
ella, nos damos cuenta de que la ciudad va a menos a pasos
agigantados. La tristeza se está expandiendo por sus
arterias principales y los negocios hace ya tiempo que
comenzaron a resentirse.
Cada vez es más frecuente comprobar que los lugares de ocio
se hallan al borde del abismo. Prestos a deslizarse por la
ladera de la ruina. Porque las gentes están asustadas.
Temerosas incluso de perder un porcentaje de las cuatro
perras que tienen depositadas en los bancos.
Los ceutíes, tan dados a vivir en la calle, lugar ideal para
hacer y deshacer amistades, se han percatado de que no
conviene fiarse de los políticos. Y abominan de ellos a cada
paso. Los detestan. Los insultan. Y uno es testigo de la ira
que sacan a relucir quienes, de la noche a la mañana, se han
quedado sin empleo y sin poder pagar la hipoteca de un piso
y, encima, apremiados por el banco de turno.
Los ceutíes que están viviendo ya bajo el umbral de la
pobreza, cuando apenas hace nada que llevaban una vida
acorde con sus recursos económicos, que les daba para comer
y holgar, miran hacia la alcaldía y se encuentran con un
alcalde votado mayoritariamente pero que no sabe qué hacer
en momentos tan cruciales.
Momentos donde el llanto de los niños acuciados por la
canina se convierte en drama. En una prueba incontestable de
falta de acierto en los gobernantes. Mientras ellos siguen
disfrutando de sueldos y dietas a tutiplén.
No me extraña que, ante semejante situación, la moral de
nuestro alcalde esté por los suelos. Y comprendo que se
sienta viejo. Encogido. Falto de estímulos suficientes para
afrontar una tarea muy distinta a la que ha vivido durante
los años donde los dineros afluían en cantidades enormes.
Tiempos de esplendores y derroches.
Los derroches han sido evidentes: ingresos de dineros en una
Federación de Fútbol de Ceuta convertida en caja. Presta en
todo momento a proporcionar ayudas a quienes estuvieran
dispuestos a declarar su fidelidad al partido. Al partido
que sustenta al gobierno local.
Nuestro alcalde no se ha cortado lo más mínimo en decir que
está agotado, exhausto, fatigado, y uno lo entiende. Porque
es consciente de que gobernar es muy difícil y mucho más
contentar a todos los gobernados.
Pero tampoco es menos cierto que el poder es solamente
facilidad de expresión. La frase es de Giulio Andreotti.
Y la facilidad de expresión, otrora arma indudable de
nuestro alcalde, se ha ido apagando como una pavesa. Ya que
convence cada vez menos. Y encima sus desaciertos van
aumentando. Cuán bien le vendría dejarse asesorar en
momentos donde los políticos están más necesitados que nunca
de protección.
En fin, que la Ceuta marinera, y andaluza niñería, según
dijo el poeta López Anglada, camina por la ladera conducente
a la sima. Profundidad ruinosa. Donde sólo hay miseria y
odio.
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